?La historia interminable?
Se han cumplido 30 a?os de la muerte de Franco. En unos meses, se cumplir¨¢n 70 del comienzo de la Guerra Civil. Y, de no ser por los empe?osos empe?os editoriales y la oficiosa oficialidad conmemorativa que una y otra efem¨¦rides suscitan, ambas pasar¨ªan desapercibidas para el com¨²n de los ciudadanos, lo que es la mejor noticia sobre la salud pol¨ªtica b¨¢sica de los espa?oles que cupiera imaginar.
Sin embargo, es sabido que las efem¨¦rides las carga el diablo. Y en este caso, las mismas se hilan con el prop¨®sito de forzar la consagraci¨®n de una definitiva relectura de nuestra historia contempor¨¢nea no menos maniquea que la que impuso el franquismo mientras pudo. En un art¨ªculo de Javier Cercas en EL PA?S del 29 de noviembre pasado (C¨®mo acabar de una vez por todas con el franquismo) creo que se resume adecuadamente el esp¨ªritu y la letra de esa relectura en la siguiente frase: "Hab¨ªa una vez en Espa?a una Rep¨²blica democr¨¢tica mejorable, como todas, contra la que un militar llamado Franco dio un golpe de Estado. Como algunos ciudadanos no aceptaron el golpe y decidieron defender el Estado de derecho, hubo una guerra de tres a?os. La gan¨® Franco, quien impuso un r¨¦gimen sin libertades, injusto e ileg¨ªtimo, que fue una prolongaci¨®n de la guerra por otros medios y dur¨® 40 a?os". A esa lectura se apunta con entusiasmo la izquierda que nos gobierna.
A mi juicio, el problema que suscita esta nueva verdad oficial no est¨¢ en la demonizaci¨®n del franquismo, sino en la beatificaci¨®n de la Rep¨²blica. La descripci¨®n del r¨¦gimen de Franco que despacha Cercas en las l¨ªneas anteriores es algo simplista y omite aspectos esenciales (como, por ejemplo, la propia evoluci¨®n del franquismo), pero no puede decirse que sea falsa.
S¨ª es en cambio, a mi entender, radicalmente err¨®nea la frase que describe a la Rep¨²blica. La Rep¨²blica no fue un r¨¦gimen democr¨¢tico mejorable como todos. Fue un fracaso de la democracia al que contribuyeron revolucionarios y contrarrevolucionarios en semejante medida. Lo fue, adem¨¢s, casi desde el principio, pero, sobre todo, lo fue en el periodo final, el inmediatamente antecedente a la Guerra Civil, como demuestran, a mi juicio de forma poco discutible, trabajos recientes de historiadores tan solventes como Stanley G. Payne.
Simplemente hagamos el ejercicio de transponer la historia de esos meses convulsos a la actualidad. Imaginemos que en el lapso de unos pocos meses se hubieran producido en torno a 300 muertes violentas en incidentes pol¨ªticos, y entre ellas, la del jefe de la oposici¨®n parlamentaria, a manos de agentes de las fuerzas de seguridad del Estado. ?Alguien en sus cabales hablar¨ªa, en tal situaci¨®n, de un "r¨¦gimen democr¨¢tico mejorable"?
La cuesti¨®n est¨¢ en que un fracaso colectivo -como fue la Rep¨²blica- no tiene por qu¨¦ constituirse retrospectivamente en el m¨¢stil mora al que amarrar la nueva democracia. Esto es tan err¨®neo -y tan autodestructivo- como lo ser¨ªa pretender que la legitimidad de la actual democracia que disfrutamos se ancla en las previsiones sucesorias del franquismo.
Pero eso, con ser malo, no ser¨ªa lo peor. Lo peor es que el intento trae consigo una deslegitimaci¨®n impl¨ªcita de uno de los pocos procesos de nuestra historia contempor¨¢nea del que tenemos razones para sentirnos orgullosos o, al menos, satisfechos: la transici¨®n. El corolario de esa relectura es, efectivamente, que la transici¨®n no da lugar a una verdadera democracia, dado que los condicionamientos de la misma no permitieron hacer justicia a las v¨ªctimas del franquismo ni superar sus tab¨²es, y ello vicia las bases morales del nuevo r¨¦gimen democr¨¢tico.
?se es el disparate. La transici¨®n espa?ola es casi un milagro hist¨®rico. Despreciar su valor como piedra angular de nuestra democracia es renunciar a una de nuestras mejores p¨¢ginas de historia colectiva. Pero, sobre todo, es aventurarnos de nuevo en una senda de incertidumbre. La historia m¨¢s reciente es pr¨®diga en ejemplos de transiciones fallidas (sin ir m¨¢s lejos, en los Balcanes o en algunos pa¨ªses del Este de Europa). Todas tienen en com¨²n un rasgo: en ellas, el deseo de vindicaci¨®n de un pasado -por irreal, mitol¨®gico o fantasioso que ¨¦ste sea- se hace m¨¢s fuerte que la voluntad de construir un futuro. Esas transiciones fallidas han dado lugar a quiebras de los Estados -donde la falla hist¨®rica ten¨ªa un contenido ¨¦tnico, como en los Balcanes-, a inestabilidad pol¨ªtica, a fracaso econ¨®mico y, lo peor, se han cobrado en ocasiones un costoso tributo en sangre.
Por eso, la cuesti¨®n no es acad¨¦mica ni te¨®rica. Los asuntos del espacio p¨²blico que ocupan el lugar central de la agenda pol¨ªtica est¨¢n refractados por ese prisma revisionista, y as¨ª nos va. Especialmente, el debate sobre el modelo territorial.
Parece que hubiera que revisar la configuraci¨®n del Estado de las Autonom¨ªas para ir a una filosof¨ªa m¨¢s declaradamente federal porque el sistema actual no puede dar cauce a las aspiraciones de autogobierno de vascos y catalanes. Y todo ello porque las hipotecas de la transici¨®n impidieron un redise?o del Estado tan amplio como hubiera sido necesario.
Ese argumento no se sostiene ni te¨®rica ni hist¨®ricamente. El nivel de autogobierno catal¨¢n y vasco en la Rep¨²blica era inferior al que los propios Estatutos de Sau y de Gernika consagran. Ninguno de los dos tuvo tiempo de consolidarse y, adem¨¢s, ambos constituyeron, cada uno a su modo, fuentes de riesgo, amenaza y deslealtad para la Rep¨²blica. No hay nada que mirar en ese espejo: felizmente, en casi nada nos parecemos.
A estas alturas, echar atr¨¢s la vista 70 a?os tiene mucho m¨¢s sentido para evitar los errores del pasado que para buscar inspiraci¨®n en futuros aciertos. Porque hoy ya no podemos dar por buenos los versos de Gil de Biedma ("De todas las historias de la Historia / sin duda la m¨¢s triste es la de Espa?a / porque termina mal..."). Pero siempre corremos el riesgo de dejarnos llevar por estos otros de las Glosas a Her¨¢clito de ?ngel Gonz¨¢lez: "Nada es lo mismo, nada / permanece. / Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra / se hacen las dos con sangre, se repiten".
Jos¨¦ Ignacio Wert es soci¨®logo.
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