?Monstruo!
EL SEGUNDO PA?S que come m¨¢s pescadito despu¨¦s de Jap¨®n es Espa?a. El segundo pa¨ªs que se hace m¨¢s fotos de grupo en Nueva York despu¨¦s de Jap¨®n es Espa?a. M¨ªralos, ah¨ª los tienes, como un grupo escult¨®rico de Lladr¨®, en la 57 con la Quinta Avenida. Son cincuentones, pero est¨¢n montando tal foll¨®n para colocarse que parece que tienen quince. M¨ªralos, deteniendo el agitado paso de los neoyorquinos. Un polic¨ªa les saca la foto. La escena aunque repetid¨ªsima no deja de sorprenderme: el neoyorquino, ese ser avasallador y algo hist¨¦rico que se irrita cuando tropieza con alguien despistado o que lleva el paso lento, que cuando dice sorry no quiere decir disculpe, sino "joooooder, que es pa hoy", que acompa?a ese sorry con un ligero empuj¨®n que no duele f¨ªsicamente pero s¨ª moralmente porque el empuj¨®n en el sistema de signos americano viene a significar: "Paleto, anda m¨¢s r¨¢pido". Ese neoyorquino borde siente una comprensi¨®n inaudita cuando tropieza con alguien que est¨¢ posando para una foto; ?por qu¨¦? No lo s¨¦, debe ser ese gen Frank Capra que todos los americanos llevan dentro. El gen Frank Capra tambi¨¦n les sale cuando escuchan el cumplea?os feliz. T¨², por ejemplo, tienes al lado en un restaurante a un individuo/a que te ha mirado con desprecio s¨®lo porque has dejado el abrigo rozando el suyo y no puede soportar semejante promiscuidad abriguil, y ese mismo individuo/a cuando de pronto advierte que es tu cumplea?os porque el camarero viene con un trozo de tarta y una vela, se transforma de tal manera que cuando tus amiguitos te cantan el happybirthdaytoyou ¨¦l se une y da palmas y te mira como si te tuviera un cari?o inmenso. Pero no te enga?es, en cuanto deja de sonar la canci¨®n y apagas la vela desaparece el hechizo y el borde vuelve a su antigua condici¨®n. Lo mismo ocurre con las fotos; si al mismo t¨ªo que te ha dado el empuj¨®n de rigor le pides que te saque una foto, ese t¨ªo se te desarma, se rinde, tira la mochila al suelo, espera con paciencia a que est¨¦s colocado, lo que haga falta; pero en cuanto la foto est¨¢ hecha, el t¨ªo vuelve a retomar el rencor de anta?o y vuelve a maldecir con ese shit! que no se les cae de la boca. Por eso no me extra?¨® la escena: un tramo de la 57 completamente paralizado porque un grupo de cincuentones espa?oles se estaban sacando una foto debajo de un cartel¨®n de Nike. Yo esa foto ya la tengo hecha desde el verano, por cierto. Es la foto que uno se hace con la fotazo de Rafa Nadal dando un golpe de raqueta. Yo venero ese brazo de popeye-el-marino-soy, venero a ese zurdo que lo es por voluntad propia. Lo vi jugar cuando apenas ten¨ªa diecis¨¦is a?os y aunque no s¨¦ nada de raquetas supe que iba con ¨¦l para siempre. En la devoci¨®n a Nadal interven¨ªa algo que he entendido m¨¢s tarde: la cara de Nadal tiene un parecido asombroso con la de Miguel Poveda, al que tengo mucha fe desde la primera vez que lo escuch¨¦. Los dos tienen esa nariz de ni?o inocente cuando est¨¢n relajados, los dos tienen esa nariz de ni?o furioso y temperamental cuando est¨¢n actuando. Hay veces que me parece que Nadal va a salir por buler¨ªas, y otras que Poveda, cuando agita con fuerza ese brazo tan flamenco que tiene para subrayar el final de una copla, va a lanzar una pelota al p¨²blico. Con Miguel Poveda me he hecho otra foto en la calle 49, pero a mi Poveda lo he tenido entre mis brazos, en carne mortal. Poveda, enorme, cabal y lleno de majestad encima del escenario, es un chaval de pelo tieso y sonrisa franca cuando lo tienes al lado, en un restaurante como la Brasserie, uno de esos sitios de Sex and the city llenos de luces de ne¨®n. Cuando lo tienes al lado hablando de letrillas flamencas y ense?ando sus fotos en Jap¨®n (el segundo pa¨ªs despu¨¦s de Espa?a que siente pasi¨®n por el flamenco), es como si vieras al chico de Badalona, al charnego orgulloso de serlo, al hijo del obrero que eligi¨® el camino de Morente y Caracol aunque a su padre le gustara el rock sinf¨®nico. El ni?o sali¨® flamenco por generaci¨®n espont¨¢nea. Poveda no esconde su talento, no es artista reserv¨®n, y si le picas un poco te canta como si nada entre plato y plato. Poveda canta siempre, no se contiene, por eso su madre dice: "mi ni?o es m¨²sica". Poveda dice que ha engordado, que tiene que cortarse y se toca la panza. Y ah¨ª no estamos de acuerdo. Yo soy de la opini¨®n de que la camisa negra queda m¨¢s flamenca si est¨¢ a punto de estallarle un bot¨®n. Amigo, s¨¦ de lo que hablo. Y eso nos lleva a acordarnos de Martirio y sus sevillanas de las Mil calor¨ªas: "Que yo de arriba no, / yo lo que tengo es barriga, / y eso se pierde en un rato / que yo no soy de esas que se les caen las carnes por los zapatos". Poveda da unos toquecillos de comp¨¢s en la mesa y cantamos, en uno de los templos de Sarah Jessica, la genial letrilla de Martirio, con la que Poveda espera cantar alg¨²n d¨ªa La bien pag¨¢ en Nueva York. Somos ocho comensales, catalanes y andaluces. Cada uno va diciendo d¨®nde naci¨®. "Soy muy de Barcelona", dice Poveda, "ahora vivo en Sevilla y alg¨²n d¨ªa me gustar¨ªa vivir un tiempo en Nueva York. Pero yo no siento que represento nada, yo s¨®lo me represento a m¨ª mismo". Y esa frase tan aut¨¦ntica, tan deliciosamente apartada de la murga identitaria, nos deja callados. Con Poveda hay que contenerse porque en cuanto se baja del escenario te asaltan las ganas de abrazarle. Poveda es un crack, lo que vendr¨ªa a ser un monstruo de los de antes.
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