Un pap¨¢ y un beb¨¦ muy crueles
Fran?ois y Jean-Claude Duvalier, 'Papa' y 'Baby Doc'. Toda dictadura es absurda, pero la de estos dos hombres lleg¨® a unos l¨ªmites imposibles de entender. Hundieron a su pa¨ªs, Hait¨ª, en la pobreza y el caos m¨¢s absolutos. El poder a cualquier precio durante 30 a?os. El terror por el terror, la sangre por la sangre.
Fran?ois y Jean-Claude Duvalier, 'Papa' y 'Baby Doc'. Toda dictadura es absurda, pero la de estos dos hombres lleg¨® a unos l¨ªmites imposibles de entender. Hundieron a su pa¨ªs, Hait¨ª, en la pobreza y el caos m¨¢s absolutos. El poder a cualquier precio durante 30 a?os. El terror por el terror, la sangre por la sangre.
Los pa¨ªses, tarde o temprano, terminan por parecerse a sus dictadores. Y no es raro que as¨ª sea. Los tiranos s¨®lo pueden mantenerse en el sill¨®n presidencial convocando sus pesadillas, su mal gusto, su flojera o su odio, lo m¨¢s ¨ªntimo y secreto de ellos. La pol¨ªtica en manos del general, o del amigo de los generales, se vuelve un asunto privado, sexual, en el que el presidente, el supremo, el general¨ªsimo, el novio bien amado de la patria, se transforma en el marido abusivo de ¨¦sta.
Un pa¨ªs at¨ªpico como Hait¨ª s¨®lo pod¨ªa tener un dictador at¨ªpico. Un tirano que parec¨ªa a primera vista lo contrario de un dictador latinoamericano -un hombre t¨ªmido, siempre escondido detr¨¢s de sus aparatosos anteojos, que odiaba a los militares y amaba los libros-, pero que ejerc¨ªa sin pudor y sin l¨ªmite un feroz poder destructivo basado por entero en el terror.
Porque ni todos los reportajes sobre el horror ni toda la sangre derramada en vano logran -a¨²n hoy- convencer a los haitianos de que no habitan en una utop¨ªa ejemplar, el pa¨ªs que ense?¨® al mundo que se pod¨ªa ser negro y ser libre. No en vano es el primer pa¨ªs en el mundo en abolir la esclavitud, y el primer pa¨ªs latinoamericano en lograr la independencia. En Hait¨ª -donde el 80% de los habitantes ni leen ni escriben-, las palabras, las ideas, valen m¨¢s que los actos. Es dif¨ªcil encontrar ingenieros y t¨¦cnicos en la isla, es casi imposible no toparse con una pl¨¦yade de abogados, economistas, catedr¨¢ticos, escritores, ling¨¹istas e ide¨®logos de toda laya.
Ese exceso de ideas y esa falta de pan, esa mezcla de orgullo y despojo, supo ser aprovechado con inusual habilidad por el peque?o doctor de provincia. Culto y b¨¢rbaro, sordo y ciego a lo que no fuera su propio poder, m¨¢s que los logros (inexistentes) de su gobierno, a Fran?ois Duvalier le gustaba pensar que ser¨ªa recordado como el gran ide¨®logo del siglo XX. As¨ª, el d¨ªa de su entierro, al lado de su cad¨¢ver, su libro Memorias de un l¨ªder del Tercer Mundo abierto quer¨ªa mostrar al mundo que, si bien el pensador hab¨ªa muerto, su pensamiento segu¨ªa vivo.
Nunca se sabe muy bien d¨®nde empieza un hombre sin principios. Fran?ois Duvalier (1907-1971) era un hijo de un modesto profesor de Puerto Pr¨ªncipe. El tono extremadamente negro de su piel, en un pa¨ªs gobernado desde siempre por la ¨¦lite mulata, le promet¨ªa un destino de an¨®nima miseria. Pas¨® gran parte de su infancia cerca del palacio de gobierno, una enorme c¨²pula blanca, del que sal¨ªan a veces hombres armados, y entraban otros hombres armados, a expulsar a los anteriores.
Fueron los blancos, m¨¢s espec¨ªficamente los americanos, los que abrieron las puertas para que Duvalier pudiera tener algo parecido a un destino. La invasi¨®n militar norteamericana ven¨ªa acompa?ada de una misi¨®n religiosa. Las bayonetas y la Biblia lograron que la isla viviera algunos a?os de algo parecido a la prosperidad, a precio del silencio y la explotaci¨®n. Los americanos construyeron el ferrocarril, hoteles de lujo, pero tambi¨¦n escuelas y casas con cuarto de ba?o. La presencia norteamericana logr¨® dar cierta estabilidad econ¨®mica al pa¨ªs, pero al mismo tiempo, en contra de ella, naci¨® un fuerte sentimiento nacionalista. Y el callado Duvalier se hizo parte del nuevo movimiento. Lo hizo, como sol¨ªa hacerlo, enmascarado, bajo el seud¨®nimo Abderram¨¢n, el m¨¦dico andaluz que en ¨¦poca de la Espa?a musulmana fund¨® la escuela de medicina de C¨®rdoba.
Sus arengas antiimperiales y su lirismo pomposo en nada se diferenciaban del resto de la literatura nacionalista de la ¨¦poca. No intentaba ser ni original ni ¨²nico, pero lo era. Porque, a diferencia del resto de los estudiantes nacionalistas, en Duvalier el llamado a volver a las ra¨ªces africanas, la reivindicaci¨®n de la negritud y el rechazo al mestizaje no era s¨®lo discurso y buenas palabras. Duvalier no era como el resto de los intelectuales haitianos, un mulato que jugaba a ser negro, sino un negro que jugaba a ser mulato. Un negro, innegable y silencioso, que hab¨ªa bebido, junto con la leche materna, del vud¨² y del miedo de los latigazos y el desprecio de su raza.
As¨ª, el viaje que hizo para llegar a las ra¨ªces mismas del vud¨², guiado por el antrop¨®logo improvisado Lorimer Denis, campo adentro, en busca de sacerdotes y ceremonias, fue concebido por Duvalier como un retorno a los or¨ªgenes. Una manera de desnudarse del traje civilizado, la medicina, el franc¨¦s, para conocer sus propias entra?as, sus propias tinieblas.
En medio del trabajo antropol¨®gico supo Duvalier que todo lo que para el c¨ªrculo universitario eran sus taras, su color, su timidez, el escaso vuelo de sus ideas, eran para el pueblo la marca de su poder, de un destino tan grande como el horror. As¨ª, entre los cuerpos retorcidos, y las gallinas degolladas, descubri¨® Duvalier que su traje negro y su silenciosa presencia se parec¨ªa a la del Bar¨®n Samedi, el esp¨ªritu de los cementerios. De pronto, el Gobierno populista de Dumarsais Estim¨¦ le nombr¨® ministro de Sanidad y Trabajo. No lo hizo ni bien ni mal, pero se empez¨® a hablar de ¨¦l.
Los americanos le nombraron jefe de una misi¨®n antiepid¨¦mica. No lo hizo ni bien ni mal, pero se sigui¨® hablando del peque?o m¨¦dico modesto y silencioso que coleccionaba estatuas rituales y recopilaba canciones en creole y ped¨ªa que le dejaran de llamar Fran?ois, para que empezaran a decirle Papa Doc.
Finalmente, en un acto que a todos, hasta a sus propios amigos, les pareci¨® una excentricidad, se present¨® a las elecciones presidenciales de 1957. Era el menos popular de los candidatos, el ¨²nico que no parec¨ªa contar ni con experiencia ni con apoyos de peso para su candidatura. Pero esa falta de brillo, el misterio con que envolv¨ªa sus discursos, en los que dec¨ªa una cosa y su contraria al mismo tiempo, fueron justamente sus cartas de triunfo. Despu¨¦s de una sucesi¨®n de masacres e intrigas que acab¨® con todos sus competidores, ya no fue una sorpresa para nadie que Duvalier ganara la primeras elecciones libres y representativas de Hait¨ª.
Nadie supo ni c¨®mo ni cu¨¢ndo este se?or modesto e idealista, destinado a durar muy poco en el poder, se transform¨® en un tirano todopoderoso, due?o de una red infinita de informantes y quebradores de huesos. Su programa de reivindicaci¨®n del negro, en contra del mulato, termin¨® en el control de una ¨¦lite negra -la de sus amigos personales- de las empresas abandonadas por los mulatos. La extorsi¨®n y el chantaje fueron pronto la ¨²nica herramienta de promoci¨®n social, fomentada abiertamente por el Ejecutivo. La educaci¨®n y la salud, en cambio, las consideraba empresas europeizantes que alejaban al pueblo de sus ra¨ªces. El vud¨² dej¨® de ser clandestino, mientras el catolicismo fue considerado subversivo.
Ocho civiles, entre los cuales se contaban dos sheriffs del Estado norteamericano de Florida, casi lograron hacer caer la revoluci¨®n duvalista, en 1958. El peque?o doctor respondi¨® llenando los jardines de su palacio de bater¨ªas antia¨¦reas. Al mismo tiempo, sus milicias privadas dejaron de usar capuchas y permitieron que el pueblo los llamara Tonton Macoute. Hait¨ª, con este padre t¨ªmido pero cruel, y esos t¨ªos extravertidos y de gatillo f¨¢cil, se convirti¨® en una gran familia en la que ni siquiera la obsecuencia y la fidelidad totales hacia el l¨ªder bastaban para asegurarte de no ser torturado hasta la muerte en Fort Dimanche.
Porque nadie asesin¨® m¨¢s amigos y partidarios que Fran?ois Duvalier. Ni su propia familia se salv¨® de su furia. Bailar muy apretado con alguna de sus hijas, o ser simplemente cu?ado del presidente vitalicio, bastaba para ganarse un lugar en los calabozos de la dictadura. Hablar mucho y hablar muy poco bastaba para ser un candidato a la purga. Un empresario que os¨® gritarle a un lugarteniente de Duvalier que conduc¨ªa muy mal "crees que la carretera es tuya" fue acusado de subversi¨®n, y torturado y asesinado. Efectivamente, la carretera era del Tonton Macoute.
Pero ni en el arte de matar, Duvalier lograba ser racional. Para ser Tonton Macoute bastaba autoproclamarse como uno. De ah¨ª el caos que entre ellos reinaba, que las ¨®rdenes de uno eran desautorizadas por otro. Destinados a combatir contra el mism¨ªsimo Ej¨¦rcito haitiano -que nunca quiso a Papa Doc-, su uniforme consist¨ªa en anteojos negros y unas armas de alto calibre siempre humeantes. Uno de ellos, el sacerdote vud¨² Zacharie Delva, paseaba en un Rolls Royce negro haci¨¦ndose presidir por los acordes de la canci¨®n nacional. Daba lo mismo que constitucionalmente s¨®lo el presidente tuviera derecho a tales honores. Daba lo mismo, porque Papa Doc s¨®lo esperaba un cambio de fecha o de ¨¢nimo, o algunos de los nuevos intentos de invasi¨®n a los que se tuvo que enfrentar, para terminar con sus propios Tonton Macoute. Algunos de ellos gozaban del extra?o privilegio de ser torturados por el presidente en persona, en los subsuelos del palacio presidencial.
Se ha dicho -porque nadie sobrevivi¨® a la visita guiada a las catacumbas presidenciales- que las paredes de las salas de tortura estaban pintadas de marr¨®n para evitar que la sangre resaltara demasiado. Ah¨ª se rumoreaba tambi¨¦n que el presidente se dedicaba a reanimar a los muertos. Para esos fines hab¨ªa intentado raptar, en plena ceremonia de entierro, el cad¨¢ver de su viejo opositor Clement Jumel, y hab¨ªa pedido que le entregaran en un balde lleno de hielo la cabeza del conspirador Blucher Philogenes, qued¨¢ndose una hora entera en el ba?o del aeropuerto pregunt¨¢ndole a la cabeza degollada c¨®mo se llamaban los pr¨®ximos traidores.
A Papa Doc le gustaba llegar tarde a todas las citas. Hacer esperar bajo el ardiente sol de los tr¨®picos a Rafael Le¨®nidas Trujillo le hac¨ªa gozar profundamente. Le gustaba dejar con las manos tendidas a toda suerte de embajadores americanos y atribu¨ªa a sus poderes ocultos la muerte de su viejo enemigo John Fitzgerald Kennedy. Sol¨ªa compararse a s¨ª mismo con Mao Zedong, Ataturk y Patricio Lubumba. Pero logr¨® m¨¢s que todos ellos al conseguir que, a pesar del asco de sus masacres, Estados Unidos y varios pa¨ªses de la ¨®rbita sovi¨¦tica financiaran sus despilfarros y no se atrevieran a romper del todo las relaciones con el monstruo de la dulce voz.
En ninguna parte como en su pol¨ªtica internacional, Duvalier ejerc¨ªa con mayor ¨¦xito su paranoico sentido de la deslealtad, sus fobias y sus caprichos. Fue el mejor amigo de Trujillo, despreci¨¢ndolo profundamente; apoy¨® a Batista, y en primer tiempo se alegr¨® p¨²blicamente de la llegada de Castro al poder. Fingi¨® cortar relaciones con la Cuba revolucionaria, pero sigui¨® en secreto manteniendo sus c¨®nsules y esp¨ªas.
Las relaciones con el resto de los pa¨ªses latinoamericanos se vieron enturbiadas por el continuo flujo de refugiados asustados que corr¨ªan despavoridos hacia las rejas de alguna embajada. Ni los turistas o profesionales norteamericanos se libraron del celo de los Tonton Macoute. Graham Greene, que sufri¨® algunas de estas razzias peri¨®dicas, describe en Los comediantes esas noches en que Duvalier mandaba cortar la luz para dejar que sus cuervos se abatieran impunemente sobre vivos y muertos, sin importar pasaporte, condici¨®n, sexo o edad.
Sin embargo, aunque una y otra vez los embajadores fueran expulsados, las relaciones diplom¨¢ticas rotas, tarde o temprano todos y cada uno de los pa¨ªses del orbe volv¨ªan a presentar cartas credenciales ante el anciano inmortal.
"?sta no es una democracia francesa, alemana o norteamericana, ni siquiera es una democracia latinoamericana; ¨¦sta es una democracia africana", sol¨ªa explicar Duvalier en su tono aletargado y sutil con que respond¨ªa a las escasas entrevistas que dio. Demostrando su generosidad con ?frica, dej¨® que la mitad de los profesionales haitianos emigraran a Congo y Guinea, dejando su propio pa¨ªs vac¨ªo de profesionales. Eso no le impidi¨® lanzarse al ambicioso proyecto de construir su propia Brasilia. Se iba a llamar Duvalierville, y nunca fue terminada del todo, transformada en un dormitorio de mendigos. Justific¨®, sin embargo, una compleja trama de impuestos y extorsiones que no lograron nunca sacar la ciudad modelo del polvo, pero s¨ª enriquecer a sus constructores, contratistas y financieros.
Despu¨¦s de una serie de atentados frustrados, Duvalier declar¨®: "Ahora soy un ser inmaterial", y dej¨® que le nombraran presidente vitalicio. La m¨¢scara de constitucionalidad, las elecciones en las que hac¨ªa imprimir su nombre, y s¨®lo su nombre, en todos los votos hab¨ªan pasado al olvido. Mientras se suced¨ªan los intentos de invasiones, una de ellas financiada gracias a vender los derechos de la historia a la cadena televisiva norteamericana CBS, Duvalier iba fortaleciendo el pilar m¨ªstico de su gobierno.
"Soy la tierra de los ancestros", dec¨ªa despacio, como narcotizado, dejando entrever que estaba pose¨ªdo, o hac¨ªa escribir sobre las paredes del Ministerio de Finanzas: "Los hombres hablan y no act¨²an, Dios no habla y act¨²a, Fran?ois Duvalier es Dios". Pocos en esta mitad de isla, a la deriva de todos, dudaban de la inmortalidad del mandatario.
Sin embargo, una serie de crisis cardiacas le record¨® al doctor que la muerte era posible. Para asegurar su sucesi¨®n recurri¨® a su hijo, un obeso y t¨ªmido adolescente de 19 a?os, completamente dominado por su madre y sus hermanas. Defendiendo a una de ellas -la todopoderosa Marie-Denise- de los ataques de paranoia del doctor, encerr¨® a su padre durante tres horas en una habitaci¨®n, logrando sorprendentemente calmarlo.
Nombrado su sucesor, vencidos una y otra vez sus enemigos, Fran?ois Duvalier consigui¨® milagrosamente morir en su cama el 21 de abril de 1971. Su cuerpo fue expuesto dos d¨ªas enteros para asegurarle al pueblo haitiano que de verdad estaba muerto. Pero en la ma?ana de los funerales, un fuerte viento levant¨® una nube de polvo. En ella, la multitud no tard¨® en ver al mismo doctor escapando de su cuerpo.
Si Fran?ois Duvalier fue o quiso ser un intelectual, su hijo menor y sucesor, Jean-Claude, siempre brill¨® por su ignorancia y falta de concentraci¨®n. A pesar de la ayuda paterna, no lleg¨® a terminar ninguna carrera y lleg¨® al poder sabiendo mucho m¨¢s de autos de carrera que de econom¨ªa, pol¨ªtica, historia, literatura o artes manuales. Para ¨¦l, llegar a la presidencia significaba ante todo poder cerrar el aeropuerto para poder conducir su variada colecci¨®n de autos de lujo en la ¨²nica pista asfaltada de Hait¨ª. Otro de sus placeres era visitar por sorpresa una barriada y lanzar al aire fajos de d¨®lares para ver a su pueblo pisotearse en busca de alg¨²n billete.
Traumatizado por los ataques de c¨®lera de su padre, viviendo siempre rodeado de anteojos oscuros, Baby Doc sab¨ªa jugar a ser manipulable. Pero sab¨ªa -su padre le hab¨ªa ense?ado- acabar con la garganta o las entra?as de quienes cre¨ªan poder dominarlo. S¨®lo las mujeres, sus hermanas y su madre ten¨ªan poder sobre ¨¦l. Las obedec¨ªa ciegamente, aunque tambi¨¦n sab¨ªa dirigir algunas razzias y asesinatos contra ellas y sus amigos. El miedo era, despu¨¦s de todo, el ¨²nico bien repartido igualitariamente entre los haitianos.
A pesar de su ineptitud evidente y de que su padre le hab¨ªa preparado un gabinete y todo un programa, a Baby Doc se le ocurri¨® que ¨¦l podr¨ªa llegar a ser la salvaci¨®n de Hait¨ª. Imbuido de ideas europeas y educado a fuerza de pel¨ªculas americanas, quiso ser moderno y termin¨® de un plumazo con toda le ret¨®rica africana de su padre. Instaur¨® lo que ¨¦l llam¨® la era de la revoluci¨®n econ¨®mica, que consist¨ªa en tratar por todos los medios de reanudar contactos con EE UU y conseguir que se hiciera cargo de la deuda haitiana.
La modernizaci¨®n hizo retroceder a¨²n m¨¢s el pa¨ªs. Tras muy poco tiempo, las ¨²nicas exportaciones de Hait¨ª eran sangre para los hospitales americanos y esclavos para las plantaciones dominicanas. Para colmo, sus propios Tonton Macoute, m¨¢s j¨®venes y menos m¨ªsticos que los de su padre, se enfrentaban a los antiguos. Sus intentos de apertura de prensa s¨®lo reavivaron la furia opositora, que empez¨® a usar los p¨²lpitos de la Iglesia cat¨®lica para expresarse.
Dependiente del todo del dinero americano, mientras gobern¨® Jimmy Carter, Baby Doc fue un dictador medianamente blando, pero cuando Ronald Reagan lleg¨® al poder en Estados Unidos volvi¨® a tener permiso para matar. El reino del terror, despojado ya del resplandor africano de Papa Doc, se volvi¨® banal.
Baby Doc, manipulado por su madre y sus hermanas, nunca dej¨® de ser un ni?o, y ya se sabe que los ni?os tienen permiso para todo, menos para casarse con los mayores. Baby Doc cometi¨® ese ultraje. La elegida fue Michelle Bennett, una mulata hija de comerciante, miembro de la clase y de la raza que los Duvalier hab¨ªan detestado y ense?ado a detestar durante d¨¦cadas. Para casarse con ella tuvo que divorciarse de su primera mujer (cien por cien negra) y poner en contra suya a todos los sacerdotes vud¨²s que hab¨ªan servido a su padre.
La madre y las hermanas del presidente vitalicio detestaron a primera vista a Michelle, una mujer que gastaba fortunas en abrigos de vis¨®n rigurosamente in¨²tiles en un pa¨ªs donde la temperatura nunca baja de 30 grados. Tambi¨¦n coleccionaba zapatos y enemigos.
Sin el gobierno en la sombra de su hermanas y madre, y con la visible presencia de los mulatos de antes manejando los negocios, la revuelta no se hizo esperar. En 1986, tras meses de huelga, balazos y tortura sistem¨¢tica, la oposici¨®n logr¨® asustar al gigantesco beb¨¦. Jean-Claude Duvalier, que nunca tuvo pasta de h¨¦roe, abandon¨® sigilosamente la isla una ma?ana de febrero. No llevaba en sus maletas ni ropas ni objetos personales, pero s¨ª 120 millones de d¨®lares del banco central haitiano.
Trat¨® de vivir como siempre hab¨ªa so?ado, viajando de playa en playa de la Costa Azul, con una villa en Cannes, un Ferrari, hasta que nuevamente las mujeres, la cruz en la vida de Duvalier, volvieron a llevarse todo. Michelle, con un ruidoso divorcio, dej¨® a su ahora ex marido en la bancarrota.
Perdido en la Riviera, el gordo ex presidente ha sobrevivido cobrando por las escasas entrevistas que da. A comienzos de 2004, un grupo de haitianos le pidi¨® presentarse a la presidencia. Perseguido por los acreedores y preso de ataques de melancol¨ªa, Baby Doc acept¨®.
Para sorpresa del observador extranjero, el retorno no parec¨ªa horrorizar a todos los haitianos. Con cierta nostalgia se o¨ªa en medio de los barrios miserables de Puerto Pr¨ªncipe hablar de Baby Doc. Pero los 60.000 muertos que acumulaban entre ¨¦l y su padre, y la posibilidad de ser juzgado por ellos en Hait¨ª, y hasta en Francia (Baby Doc nunca consigui¨® el asilo pol¨ªtico), le persuadieron de volver a desaparecer. Como tantas veces en estos a?os, dej¨® de pagar la cuenta del tel¨¦fono, y volvi¨® a ser un an¨®nimo inmigrante que se queda mirando los Ferrari y los Alfa Romeo -que pudieron ser suyos- en un estacionamiento de supermercado.
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