La danza de la conquista
El mismo d¨ªa en que el aimara Evo Morales se presentaba en Madrid como presidente electo de Bolivia, el presidente mexicano Fox y el subcomandante Marcos convert¨ªan en su pa¨ªs a los ind¨ªgenas en protagonistas de sus mensajes. Al llegar a la ciudad de Palenque acompa?ado de cinco mil indios, Marcos asum¨ªa nada menos que la identidad maya ante un auditorio en el cual no faltaban at¨®nitos turistas, a quienes calific¨® de "grandes ricos capitalistas" interesados s¨®lo por "una cultura muerta", cuando "nosotros ind¨ªgenas mayas" seguimos viviendo y adem¨¢s gritando el rechazo al neoliberalismo. Unas horas m¨¢s tarde dirig¨ªa sus dardos, con una violencia inusual, contra el PRI, acusado nada menos que de crecer "sobre la sangre, la humillaci¨®n y la muerte de los ind¨ªgenas de M¨¦xico". Por su parte, en una visita a dos de los poblados ind¨ªgenas m¨¢s pobres del pa¨ªs, Fox cumpl¨ªa el ritual de dormir en un albergue comunitario y platicar con quienes no sal¨ªan de su asombro al ver ante ellos en persona al primer mandatario del pa¨ªs. Denunci¨® "el olvido hist¨®rico, lo que no se hizo en el pasado", y propuso que sus interlocutores le "jalasen" (tirasen) las orejas si incumpl¨ªa sus compromisos.
Captaci¨®n revolucionaria por un lado, paternalismo integrador de otro. El escenario no es nuevo en la pol¨ªtica mexicana, donde el indigenismo desempe?¨® un papel central para la refundaci¨®n de la nacionalidad en la primera mitad del siglo XX, sin que el valor de las realizaciones est¨¦ticas en ¨¦l inspiradas, con Diego Rivera al frente, tuviese su contrapartida en una atenci¨®n efectiva a las necesidades de los pueblos. Hoy la voluntad de instrumentalizar la imagen del buen indio sigue de hecho vigente, pero al mismo tiempo, no s¨®lo en M¨¦xico, sino en todos los pa¨ªses hispanoamericanos donde perviven fuertes minor¨ªas ind¨ªgenas, crece el papel del indigenismo -o del indianismo- entendido como voluntad de afirmar la propia identidad y alcanzar el protagonismo pol¨ªtico. Es como si por fin, despu¨¦s de quinientos a?os, el orden jer¨¢rquico de la sociedad de castas surgida de la conquista estuviera a punto de ser invertido.
Los n¨²meros abren o cierran esa posibilidad. El principal obst¨¢culo con que tropieza el indianismo pol¨ªtico en M¨¦xico no es otro que la condici¨®n marginal y minoritaria de las comunidades ind¨ªgenas en el conjunto del pa¨ªs. No en vano el epicentro se sit¨²a en una regi¨®n de Chiapas donde la proporci¨®n de indios es mayoritaria, lo mismo que sucede en Bolivia, Per¨² y Guatemala, y no est¨¢ lejos de suceder en Ecuador, justamente los pa¨ªses en que la reivindicaci¨®n pol¨ªtica adquiere una mayor fuerza.
En el origen estuvo la conquista, y tal vez por eso mismo la abolici¨®n simb¨®lica de ese acontecimiento, juzgado nefasto por los movimientos indigenistas, constituye un denominador com¨²n de sus aspiraciones. La entrada en escena del zapatismo en Chiapas tuvo lugar con la ocupaci¨®n pac¨ªfica de la capital hist¨®rica, San Crist¨®bal, el 12 de octubre de 1992, en cuyo curso fue derribada la estatua del conquistador espa?ol Mazariegos. Nunca luego repuesta. Fue tambi¨¦n la fecha en que los militantes ind¨ªgenas ecuatorianos fundaron el movimiento Pachacutik, que en su nombre revela ya el prop¨®sito de restaurar el orden de la tierra sagrada, del periodo incaico, eliminando el r¨¦gimen de opresi¨®n instaurado por la conquista espa?ola. La necesidad de expresar ese rechazo alcanza a la citada vestimenta de Evo Morales, en su reciente visita a Espa?a. El "sencillo jersey", o chompa, representaba en su policrom¨ªa una discreta evocaci¨®n de los colores de la wifala, la ense?a arco iris de las comunidades andinas, opuesta a los s¨ªmbolos del legado colonial.
Hay un hilo conductor que enlaza ese traum¨¢tico establecimiento del poder espa?ol con el presente. Al lado de las destrucciones y de la explotaci¨®n secular, el colonialismo hispano introdujo desde sus primeros pasos una notable capacidad de autocr¨ªtica. Y no s¨®lo en la obra de Las Casas. El obispo Vasco de Quiroga denunciaba "la miserable y dura cautividad en que nosotros los espa?oles los ponemos" para que "vivan muriendo y mueran viviendo como desesperados". De los supervivientes de las ¨¦lites ind¨ªgenas, culturalmente hispanizadas, pudo surgir una denuncia tan excepcional como la Nueva cr¨®nica y buen gobierno, de Guam¨¢n Poma de Ayala. La evangelizaci¨®n fue la coartada de la dominaci¨®n, pero al mismo tiempo proporcion¨® medios para desenmascararla. No en vano los levantamientos ind¨ªgenas en Chiapas, entre los siglos XVI y XVIII, tend¨ªan a presentar a los indios como aut¨¦nticos cristianos y a los espa?oles como jud¨ªos, enemigos de la religi¨®n. Y las pr¨¢cticas religiosas hicieron posible en tierras mayas de Guatemala la autoorganizaci¨®n de los ind¨ªgenas en el seno de las cofrad¨ªas.
La existencia de las cofrad¨ªas estaba asociada a la preparaci¨®n de las fiestas, y es el marco de estas ¨²ltimas donde tiene lugar la manifestaci¨®n que de modo m¨¢s n¨ªtido refleja la interiorizaci¨®n del hecho, y del trauma, de la conquista por parte de las colectividades ind¨ªgenas. Seg¨²n describiera Nathan Wachtel, desde M¨¦xico y Guatemala a Per¨² y Bolivia, aqu¨ª centradas en la tragedia de Atahualpa, las danzas de la conquista ofrecen la versi¨®n ritual de la confrontaci¨®n entre invasores y aut¨®ctonos, provistos los primeros de la superioridad militar y de la fe religiosa. En la versi¨®n tradicional mesoamericana se cierran con el happy end de la conversi¨®n, signo indirecto de la sumisi¨®n aceptada. Sin embargo, la presentaci¨®n de los contendientes no ofrece dudas en cuanto a su valoraci¨®n: la positiva corresponde a los ind¨ªgenas y a sus jefes, en tanto que los conquistadores exhiben m¨¢scaras grotescas o anuncian destrucciones brutales. Incluso el final feliz religioso resulta acompa?ado de un grito de desesperaci¨®n. As¨ª, en el baile de la conquista de los mayas quich¨¦s en Guatemala: "Desde hoy pues quedaremos / bajo el yugo de la tiran¨ªa espa?ola", anuncia un notable quich¨¦ tras la derrota. Todos se lamentan por la muerte de Atahualpa en la representaci¨®n andina y Pizarro queda maldito. La resignaci¨®n aparente de los vencidos incita a preservar la propia identidad, as¨ª como a restaurar el orden c¨®smico y social destruido por los espa?oles.
El sincretismo se convirti¨® en tapadera de la identidad religiosa y cultural, como a¨²n puede hoy contemplarse de modo espectacular en la zona de Chichicastenango y del lago Atitlan en Guatemala, o en Chamula y Zinacantan en Chiapas. Nada tiene de extra?o que en una coyuntura de alta conflictividad agraria, y de auge de las organizaciones campesinas, en torno al obispo Samuel Ruiz surgiera en los a?os setenta un intento de impulsar la movilizaci¨®n de los ind¨ªgenas chiapanecos con las viejas metas de abolir la explotaci¨®n ejercida por los ladinos e instaurar el orden arm¨®nico del reinado de Cristo sobre la tierra, desde un marco apocal¨ªptico. Es un objetivo comparable al que hoy abrigan los grupos indigenistas radicales de Bolivia, tipo Pachacutik de Felipe Quispe -a no confundir con el ecuatoria-
no-, s¨®lo que la armon¨ªa supuestamente recuperada aqu¨ª tiene lugar al amparo de Pachamama, la madre-tierra.
El hecho es que gracias a la cohesi¨®n de las comunidades rurales, favorecida la lengua propia, las creencias religiosas y el sentimiento general de vivir humillados, la identidad ind¨ªgena sobrevivi¨® en buen n¨²mero de espacios americanos. El relevo de los gobernantes coloniales por las elites criollas no invirti¨® el sentido de la dominaci¨®n, y en los propios procesos de independencia pudo apreciarse, singularmente en el ¨¢rea andina, pero tambi¨¦n en M¨¦xico y Guatemala, el temor a la insurrecci¨®n de los de abajo. Donde la poblaci¨®n blanca era escasa, los ladinos ocuparon el papel de casta dominante, generando en Guatemala y en la vecina Chiapas un enfrentamiento que dura hasta hoy. En la violenta guerra de castas del Yucat¨¢n, de 1847, los adversarios principales de los mayas sublevados son los ladinos. Ello explica el sentido del levantamiento zapatista al volcar los ind¨ªgenas sobre la ciudad ladina San Crist¨®bal, donde los indios sufrieron siglos de discriminaci¨®n, en la jerarqu¨ªa y en los usos sociales. Su compensaci¨®n resid¨ªa en la idea de superioridad esencial ind¨ªgena al proclamar que los tales ladinos, los caxlanes, eran seres inferiores, pues descend¨ªan de un indio y una perra. Se trata de un sentimiento de autoafirmaci¨®n com¨²n entre las comunidades ind¨ªgenas del continente, de acuerdo con la regla de exaltaci¨®n del propio grupo que definiera L¨¦vi-Strauss en Raza e historia: los crees canadienses se autodenominan "los verdaderos hombres", los zapotecas son "quienes dicen la verdad" y los quechuas resultan definidos por su lengua (shimi) propia, son runashimi, los dotados de una forma de vida o runa, inalcanzable por otros grupos humanos. Etc¨¦tera. De ah¨ª la tendencia a una inversi¨®n de la discriminaci¨®n, que al fundirse con el nacionalismo moderno, resulta en la xenofobia y en la agresividad frente al otro. Ante todo contra criollos y mestizos, pero tambi¨¦n puede ser contra el extranjero, si es chileno. Se trata de un rasgo observable en movimientos como el Etnocacerista de los hermanos Humala, hoy en ascenso pol¨ªtico entre militares e ind¨ªgenas de Per¨².
La forma radical de protesta ind¨ªgena, antes y despu¨¦s de las independencias, fue la insurrecci¨®n, siempre ahogada en sangre. En las m¨¢s importantes nunca faltaron los elementos religiosos y la utilizaci¨®n de referencias que evocaban un pasado arm¨®nico y glorioso, anterior a la servidumbre colonial. Los cambios econ¨®micos y pol¨ªticos del ¨²ltimo medio siglo abrieron el camino a nuevas formas de acci¨®n. Con la entrada en escena de relaciones capitalistas, m¨¢s la intervenci¨®n directa del Estado, las posibilidades de asociaci¨®n y el ingreso progresivo en el circuito de los medios de comunicaci¨®n, fue posible una relativa superaci¨®n del aislamiento. El ejemplo cl¨¢sico es Chiapas, donde un proceso asociativo de las comunidades, infiltrado e impulsado por los propagandistas de la Iglesia primero, y por las minor¨ªas activas de origen urbano e izquierdista m¨¢s tarde, desemboc¨® en la insurrecci¨®n zapatista al alborear 1994. Luego Marcos pudo dise?ar desde esa plataforma el vistoso proyecto de una revoluci¨®n virtual frente a la globalizaci¨®n. Simple fogonazo. El indio entonces qued¨® en buena medida reducido al papel de un referente m¨ªtico, como el personaje del viejo Antonio de los escritos de Marcos, una vez limitados los reductos zapatistas a la mera supervivencia bajo un cerco militar, pero por lo menos la cuesti¨®n ind¨ªgena no puede ser ya retirada de la agenda en M¨¦xico.
Los indigenismos del ¨¢rea andina cuentan con mayores recursos disponibles. Responden a una fuerte presencia demogr¨¢fica, tienen ya forjado el punto de apoyo a la vez ut¨®pico y arcaizante de la cosmovisi¨®n prehisp¨¢nica, engarzan con intereses econ¨®micos muy concretos, tales como la defensa del cultivo de la coca y disfrutan para su reivindicaci¨®n a la vez ¨¦tnica y nacionalista de un marco favorable: reg¨ªmenes democr¨¢ticos que adem¨¢s contemplaron el fracaso de las burgues¨ªas criollas, enfeudadas al "¨¢guila temible". Por si esto no bastara, ah¨ª est¨¢ el bolivarismo de Ch¨¢vez, fuente de apoyos econ¨®micos y pol¨ªticos, y proveedor de ¨²tiles recetas de desestabilizaci¨®n. Bajo el denominador com¨²n de la voluntad de poder ind¨ªgena, los contenidos ideol¨®gicos son muy variados, sin que falte la propuesta enunciada por el mallku (c¨®ndor) Quispe de romper las actuales fronteras con un Estado aimara. En cualquier caso, se ha puesto en marcha un proceso orientado a cambiar irreversiblemente el desenlace de la danza de la conquista.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica.
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