El calent¨®n
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez acaba de afirmar en una jugosa entrevista que ha dejado de escribir. La frase se merece, por supuesto, un gran titular si no fuera tan dudosa como decepcionante. El autor de Cien a?os de soledad asegura que durante todo el 2005 no perge?¨® ni una sola l¨ªnea, de modo que, seg¨²n su sabio entender, hay elocuentes indicios que anuncian su retirada. Pero miren, si as¨ª fuera, Garc¨ªa M¨¢rquez habr¨ªa ca¨ªdo para m¨ª en la decrepitud y en el lodo, es m¨¢s, me pondr¨ªa en la tesitura de pensar si toda su obra (todas y cada una de sus novelas) ha sido una burda patra?a, una fabulosa impostura h¨¢bilmente servida bajo la est¨²pida etiqueta de realismo m¨¢gico.
Que un escritor afirme con aviesa y provocadora intenci¨®n que ha dejado de escribir es tan grave como decir que ha dejado de respirar. ?Que no le convence el ejemplo? Pues all¨¢ usted, pero no exagero ni un ¨¢pice si parto de la idea de que un escritor, o lo es para siempre o no lo ha sido nunca. Un novelista no se jubila a los sesenta como cualquier funcionario porque su oficio no est¨¢ sujeto a su voluntad. Si la literatura para ¨¦l no es un mero entretenimiento sino la raz¨®n de ser de su vida, no puede hacer con ella lo que le venga en gana. Un escritor verdadero, es decir, un tipo que se la juega en cada libro que pasa por su alma y por sus manos, que pone las tripas en ello, que sufre y que goza con cada frase, con cada palabra, no puede decir adi¨®s muy buenas y a vivir de las rentas del enga?o. Quiero creer que lo de Garc¨ªa M¨¢rquez ha sido un puro calent¨®n, una salida de tono inspirada por esa falta de inspiraci¨®n que de vez en cuando se ceba con el mejor novelista. Quiero pensar que, veinticuatro a?os despu¨¦s de recibir el premio Nobel, Gabo no se raja como un vulgar perdedor o como un miserable triunfador apoltronado en el ¨¦xito al que se la sudan ya los buenos relatos y las ficciones verdaderas. Un escritor se muere en la brega, envuelto en los mismos tormentos y las mismas pasiones que le empujaron irremediablemente a escribir, en la misma soledad y el mismo v¨¦rtice insalvable, pero nunca abandona este mundo desde la reserva o el retiro voluntario, arropado por la gloria de su gran mentira.
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