Carpenter de saldo

En los setenta, John Carpenter se convirti¨® en un renovador del cine de terror gracias a pel¨ªculas como La noche de Halloween (1978). En los ochenta, se asent¨® como un artista apto para convertir discretos presupuestos en historias repletas de encanto. En los noventa, los intentos por refugiarse en la comodidad de los grandes estudios resultaron bald¨ªos. Y en el nuevo milenio, tras otro par de amagos con los que regresar a su fascinante sencillez, Carpenter parece haber arrojado la toalla de la creatividad (al menos, de momento) al producir Terror en la niebla, nueva versi¨®n de La niebla (1980); operaci¨®n comercial que demuestra que las pel¨ªculas son producto de su tiempo y que una misma trama puede resultar fascinante o risible dependiendo de qui¨¦n y de c¨®mo se cuente.

Rupert Wainwright, con m¨¢s presupuesto y mejores condiciones t¨¦cnicas, es incapaz de rodar un solo plano que se acerque a la tensi¨®n y al desparpajo del original. Formalmente chapucera y narrativamente nula (el espectador siempre se entera antes que los personajes de los secretos de la trama, pero Wainwright nunca transmite suspense seg¨²n las reglas hitchcockianas), la pel¨ªcula s¨®lo deja en el aire una pregunta: ?en qu¨¦ piensa un artista cuando ve que alguien destroza una de sus obras con su propio benepl¨¢cito?