La otra cara del ciudadano Kane
William Randolph Hearst pasa por ser el millonario que cre¨® la prensa amarilla y los conglomerados medi¨¢ticos, el hombre que promovi¨® la guerra de Cuba para vender m¨¢s peri¨®dicos y que utiliz¨® sin freno su imperio para hundir a sus enemigos y promover su propia carrera pol¨ªtica. La verdad es que Hearst no logr¨® nunca ser candidato dem¨®crata a la presidencia de Estados Unidos, lo que era su aut¨¦ntico sue?o, ni tan siquiera ser elegido alcalde de Nueva York o gobernador del Estado, y que perdi¨® infinidad de batallas pol¨ªticas, incluso de cuarta fila, directamente o por candidato interpuesto. Si algo demuestra su biograf¨ªa es, precisamente, que no basta con poseer un imperio medi¨¢tico para dictar la pol¨ªtica de un pa¨ªs. Ning¨²n periodista ni ning¨²n peri¨®dico del mundo han sido capaces (hasta ahora) de declarar una guerra y Hearst no fue una excepci¨®n. "Que haya sido hecho responsable de la guerra de Cuba", afirma Nasaw en esta prolija y extensa nueva biograf¨ªa, "es un tributo a su talento para la autopromoci¨®n".
WILLIAM R. HEARST
David Nasaw
Traducci¨®n de Ram¨®n
Gonz¨¢lez F¨¦rriz
Tusquets. Barcelona, 2005
791 p¨¢ginas. 30 euros
Porque en eso, autopromo-ci¨®n, fue un genio. Fue ¨¦l mismo quien llam¨® a la guerra de Cuba la guerra del New York Journal y quien convenci¨® al resto del pa¨ªs de que, sin su liderazgo, el conflicto no se habr¨ªa producido. Incluso lleg¨® a fabricar un exitoso juego de naipes llamado Guerra contra Espa?a (el gusto por las cartas con intenci¨®n b¨¦lica se ha prolongado hasta hoy, v¨¦ase la baraja de Irak) y a desplazarse ¨¦l mismo a Cuba, en un yate, para coordinar las cr¨®nicas de sus distintos corresponsales.
Invirti¨® m¨¢s dinero y m¨¢s pe-
riodistas que nadie para contar la guerra de forma m¨¢s amplia y r¨¢pida que sus competidores y logr¨® darles una aut¨¦ntica paliza. Pero la verdad es que el ataque contra Espa?a lo orden¨®, como ocurre siempre, un presidente, William McKinley, al darse cuenta de que la metr¨®poli estaba perdiendo el control de Cuba y de que peligraban los millones de d¨®lares invertidos por Estados Unidos en la isla.
Hearst no fue nunca el ciudadano Kane que rod¨® Orson Welles. Ni tan siquiera muri¨® solitario y aislado en una dram¨¢tica y oscura Xanad¨², sino, a los 89 a?os, rodeado de hijos y nietos y acompa?ado por su devota amante, en su soleado rancho de California. Fue, eso s¨ª, un coleccionista compulsivo y un hombre muy contradictorio; tanto que quiz¨¢s algunos pudieron confundirlo con un cierto halo de misterio.
Nasaw lo dibuja como un hombre corpulento de voz casi imperceptible; un t¨ªmido que se sent¨ªa bien entre multitudes; un halc¨®n en Cuba y M¨¦xico y un pacifista en Europa; un esposo devoto (se cas¨® a los 40, contra la opini¨®n de todo el mundo, con una corista de 20 que result¨® una c¨®nyuge tradicional y ejemplar) pero que vivi¨® m¨¢s de 30 a?os con su feliz amante, la actriz Marion Davis; un californiano que pas¨® toda su vida en Nueva York. Un hombre ferozmente independiente que tuvo que aceptar hasta los 56 a?os que fuera su madre quien le controlara el dinero. Un multimillonario que luchaba con toda sinceridad contra los monopolios y que defend¨ªa a capa y espada a los cientos de miles, millones de inmigrantes que llegaban al pa¨ªs. Un desclasado, esnob y extravagante, partidario de los dem¨®cratas hasta la m¨¦dula, inseguro en muchas cosas, pero segur¨ªsimo a la hora de mandar en sus negocios, se equivocara o no.
David Nasaw, aunque tiene una cierta tendencia a reivindicar al personaje, dedica un cap¨ªtulo entero a las relaciones de Hearst con Adolfo Hitler, a quien invit¨® a escribir en sus peri¨®dicos cuando los nazis todav¨ªa no controlaban el poder en Alemania y a quien visit¨® en 1934. Luego, cuando Hitler pas¨® a ser el jefe de Estado y exigi¨® cobrar tanto como Mussolini, le escribi¨® a su corresponsal en Berl¨ªn: "Hitler no escribe bien, no respeta los plazos de entrega y promete exclusivas que luego no da. No le necesitamos". En su lugar, le pareci¨® bien contratar a Goering, de quien tambi¨¦n prescindi¨® pronto cuando se dio cuenta de que los nazis no iban a traer un siglo de paz a Europa, como al parecer hab¨ªa cre¨ªdo(??).
La verdad es que la gran
aportaci¨®n de Hearst a la historia del periodismo no fue su clarividencia, ni sus art¨ªculos (escribi¨® en sus peri¨®dicos hasta el final), ni el amarillismo: en aquella ¨¦poca no se practicaba todav¨ªa el culto a la objetividad, ni mucho menos, y antes de que heredara su primer peri¨®dico, San Francisco Examiner, ya se publicaban toda clase de panfletos "en los que no era f¨¢cil distinguir entre hechos reales, opiniones y literatura".
Lo que W. R. Hearst aport¨® realmente al mundo de la informaci¨®n fue la creaci¨®n del primer gran conglomerado medi¨¢tico del mundo. Nadie como ¨¦l hasta ese momento fue capaz de movilizar sinergias, sindicar servicios, compartir firmas, inversiones y ejecutivos. Nadie como ¨¦l para darse cuenta del gran ¨¦xito que supondr¨ªa unir medios de comunicaci¨®n escritos con noticiarios de cine, pel¨ªculas y todo tipo de productos audiovisuales. Sus diarios llegaron a tener 20 millones de lectores, una cifra espectacular, pero todav¨ªa m¨¢s norteamericanos vieron sus noticiarios cinematogr¨¢ficos. Fue un verdadero adelantado y tuvo muy pocos escr¨²pulos, pero quiz¨¢ no haya merecido pasar a la historia de este negocio como el monstruo de Kane.
Sobre todo porque ahora existe la cadena Fox y periodistas como Bill O'Reilly, elegido Desinformador del A?o, o Rush Limbaugh, el mayor fen¨®meno de la radio norteamericana, objeto en su d¨ªa de todo un libro editado por la FAIR, asociaci¨®n norteamericana dedicada a vigilar la limpieza y exactitud de las informaciones. El libro se llama The Way Things Aren't: Rush Limbaugh's Reign of Error.
![William Randolph Hearst, en Nueva York en 1936.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ODRAEWFBET6TMZMH7B5CXPS7DM.jpg?auth=4e628e627eeb9185be4e38e0770ee3cba86fba08aa77e10f005a660be72de75b&width=414)
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