La noria
Las reacciones al preacuerdo sobre el Estatuto configuran un buen retablo de la situaci¨®n. En sectores nacionalistas catalanes se duda entre magnificar lo obtenido o subrayar la distancia entre el Estatuto que sali¨® del Parlament y el Estatuto realmente posible. Por si fuera poco, Jordi Pujol no ha podido reprimir su melancol¨ªa y ha augurado corta vida al futuro Estatuto.
Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) est¨¢ acostumbrada a las peque?as frustraciones del realismo pol¨ªtico y, en cambio, despu¨¦s de haber crecido en el calor del poder, no consigue aclimatarse a las bajas temperaturas de la oposici¨®n. De modo que sus militantes -a los que alg¨²n dirigente despistado todav¨ªa arengaba sobre la posibilidad de decir "no" cuando Mas estaba cerrando el acuerdo con Rodr¨ªguez Zapatero- han visto compensada su decepci¨®n ideol¨®gica por la ilusi¨®n de un retorno al poder. CiU sabe hacer, mejor que nadie, de las frustraciones virtud. La partida del Estatuto termina y ya empieza otra: el programa de CiU para los pr¨®ximos a?os es el Estatuto del 30 de septiembre. O sea que hay margen para seguir alimentando el discurso de siempre.
Si las cosas quedaran as¨ª, volviendo al doble juego de la gobernabilidad y de la reivindicaci¨®n permanente, se podr¨ªa decir que Mas s¨®lo representa la continuaci¨®n del pujolismo con variantes de estilo. Pero hay indicios de ruptura en su estrategia. Y la ruptura tiene tres figuras: discriminaci¨®n entre el PP (irremisiblemente espa?olista) y el PSOE (Zapatero como excepci¨®n al espa?olismo intransigente); participaci¨®n en el Gobierno de Espa?a, y sustituci¨®n del catolicismo por el liberalismo como complemento ideol¨®gico del nacionalismo. Esto significar¨ªa cargarse dos tab¨²es del pujolismo y un principio: que da la mismo la derecha que la izquierda porque las dos son espa?olas y, por tanto, defienden los mismos intereses; que CiU no tiene que entrar nunca en el Gobierno de Espa?a, y que nacionalismo y catolicismo est¨¢n hermanados desde el origen de los tiempos. El primer tab¨², resentimientos aparte (caso Banca Catalana), respond¨ªa a la convicci¨®n de que el PSC es el rival de CiU en Catalu?a y que recordar el espa?olismo del PSOE es b¨¢sico para poderles acusar de sucursalistas. El segundo tab¨² (aunque algunas malas lenguas lo atribuyen a cuestiones de rivalidad: Pujol no quer¨ªa ver a Roca tan alto) se justificaba por el miedo al contagio. Pujol tem¨ªa la empat¨ªa de sus ministros con las ideas y preocupaciones del gobierno del que formar¨ªan parte. El principio es que para Pujol entre el nacionalismo y el catolicismo hab¨ªa una continuidad natural: eran las dos piezas b¨¢sicas de la tradici¨®n; por tanto, ser¨ªan el pegamento natural del pa¨ªs. Artur Mas sabe que su carrera la ganar¨¢ por los resultados y no por la historia y sus mitos. Por tanto, est¨¢ dispuesto a una ruptura que fundamentalmente es generacional. En los que tiempos que corren, el realismo pol¨ªtico ya no necesita justificaciones trascendentales. Lo que necesita es una idea del papel que se quiere que Catalu?a tenga en la sociedad global.
Esquerra tiene un problema que algunos presentar¨¢n como un vicio asamble¨ªsta y otros como una virtud democr¨¢tica: las aguas de la militancia inundan con suma facilidad los despachos de la direcci¨®n. Y, de momento, la militancia ha reaccionado con irritaci¨®n al protagonismo de Artur Mas. Esquerra necesita tiempo para que la marea baje, y una cierta cautela porque, aunque ahora toca decir que el Estatuto est¨¢ lejos, muy lejos, de las expectativas, podr¨ªa ser que dentro de unos d¨ªas se tenga que dar por bueno con s¨®lo unos peque?os, ligeros, retoques de propina. Por tanto, no hay que inclinar demasiado la militancia hacia el no porque al final podr¨ªa ser s¨ª.
En cuanto a los socialistas, se han quedado mudos desde que Zapatero y Mas pactaron por ellos. Se han limitado a certificar el acuerdo y a reivindicar discretamente el trabajo hecho. A lo sumo, alg¨²n mimo a Esquerra para que no les complique la vida ahora que cre¨ªan haber ganado la tranquilidad.
Si nos trasladamos a la pol¨ªtica espa?ola, nos encontramos con ambig¨¹edades parecidas. El PSOE tiende a subrayar los recortes para tranquilizar a los sectores de sus bases que pudieran ser sensibles al discurso del Partido Popular. Por eso, la primera voz que se oy¨® fue la de un triunfalista Rodr¨ªguez Ibarra que proclamaba la victoria de Espa?a. Pero al mismo tiempo, no puede dejar solo al PSC en la celebraci¨®n del ¨¦xito. En la derecha, todav¨ªa es m¨¢s complicado. Aunque la oposici¨®n oficial del PP -como se demostr¨® en la rotunda imposici¨®n de la ley del silencio a Piqu¨¦- sigue siendo la de la reforma constitucional encubierta, en los medios de comunicaci¨®n afines se duda entre afear a Zapatero la ruptura de la unidad espa?ola o tratar de enfrentarle con los nacionalistas catalanes por un Estatuto que no merec¨ªa tan largo viaje.
Con todo, la confusi¨®n m¨¢s llamativa tiene que ver con la cuesti¨®n del Estado. ?Qu¨¦ es Estado espa?ol? "El Estatuto desapodera el Estado de sus funciones", dice un editorial de Abc. Esta es, a mi juicio, la cuesti¨®n clave del debate. Ni en uno ni en otro lado se ha entendido que todo es Estado: el Gobierno espa?ol y la Generalitat de Catalu?a. El mismo Estado. ?C¨®mo se puede despojar al Estado de alguna de sus funciones si lo ¨²nico que se hace es transferirlas de una parte del Estado a otra? Esta pregunta, el nacionalismo espa?ol no la admite y el nacionalismo catal¨¢n prefiere no reconocerla. Para el nacionalismo espa?ol Estado no hay m¨¢s que uno: el que tiene sede en Madrid y obediencia directa al poder central, el ¨²nico realmente existente. Aqu¨ª se vive con la fantas¨ªa de la Generalitat como simulacro del Estado imposible, y de estas actitudes se derivan un mont¨®n de enredos. Empezando por la misma naturaleza del Estatuto, que no es m¨¢s que una ley espa?ola porque lo que regula es la relaci¨®n de una parte del Estado con otras partes del Estado. No de un Estado con otro. Habr¨ªa que preguntarle a Artur Mas en qu¨¦ estaba pensando cuando dijo con toda solemnidad, desde La Moncloa, que este era un verdadero pacto de Estado. Literalmente, ten¨ªa toda la raz¨®n: un pacto de reorganizaci¨®n del Estado, aunque, sin duda, muchos entendieron que estaba fantaseando un pacto entre dos Estados.
Presentar los debates entre Catalu?a y Espa?a como si se tratara de un debate entre dos Estados, el real y el virtual, puede que satisfaga los delirios nocturnos de algunos, pero es un juego que se estrella cada ma?ana con la cruda realidad. Es la gran epifan¨ªa del nacionalismo. Jugar a la ficci¨®n con la esperanza de que por el milagro de la repetici¨®n ¨¦sta se haga realidad en las mentes de los ciudadanos. Al fin y al cabo, todo proyecto pol¨ªtico nace de una ficci¨®n. El problema es que el juego de las ficciones puede acabar provocando que la sociedad no sepa c¨®mo es ni d¨®nde est¨¢. Entonces, la pol¨ªtica se reduce a dar vueltas sobre el mismo punto, como una noria.
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