Placer aplazado
La presidencia del Gobierno da tantos disgustos, que en nada puede hallar m¨¢s placer su titular que en una inauguraci¨®n. Pero, esta vez, lo siento por Zapatero: el s¨¢bado que viene, en Barajas, s¨®lo podr¨¢ inaugurar del aeropuerto las partes de la terminal que no le hayan inaugurado antes. Y supongo que ya estar¨¢ informado de las que son, escultura de Vald¨¦s-Vargas Llosa incluida, porque en d¨ªas de campa?a electoral de 2004, y en cumplimiento de sus propias ilusiones, las dej¨® inauguradas su antecesor. No ser¨ªa de todos modos la primera vez que algo se inaugura por partida doble, y hasta tres y cuatro veces, pero lo bueno de una inauguraci¨®n para que lo sea de verdad es que consista en abrir algo cierto y acabado, no para bendecirlo y volverlo a cerrar. Y no es que uno haya dudado hasta ahora de la existencia de la sin duda magn¨ªfica obra de Vald¨¦s-Vargas Llosa, ni de que est¨¦ acabada y pagada, pero el domingo correr¨¦ a Barajas a inaugurar por mi cuenta la escultura que me han tenido secuestrada durante tanto tiempo.
No estoy seguro de que deba culpar a la actual ministra de Fomento de que me haya aplazado tanto el gozo de la contemplaci¨®n, pero s¨ª me gustar¨ªa, por si acaso, preguntar a la presidenta de Madrid si se ha revelado en su interior alguna sospecha de retraso premeditado de este placer por parte de la susodicha ministra, dada la capacidad que posee la presidenta para percibir las intenciones aviesas del actual Gobierno, por el solo hecho de que el encargo hubiera sido realizado por su antecesor en el cargo.
No hay que descartar que la envidia se haya apoderado de do?a Magdalena ?lvarez, la sustituta de ?lvarez-Cascos, tanto por la acreditada sensibilidad art¨ªstica de su predecesor y el buen gusto demostrado en sus ¨²ltimos kil¨®metros de Gobierno, como por la impagable lecci¨®n de arte que nos ofreci¨® en la primera y acelerada inauguraci¨®n de la terminal en el ya mentado 2004. Quiz¨¢ aquel delicado discurso del ministro, no ya como gozador del arte, que lo goza, sino como te¨®rico, fuera la manera m¨¢s po¨¦tica de convencernos del efecto sosegador de la pl¨¢stica en el crispado recinto de un aeropuerto, al mostrarnos al propio Cascos, tan brusco por lo general, como si de otro se tratara. Bien es verdad que era entonces un ministro que se iba del poder a sus soledades, y quiz¨¢ a eso y no a intereses electorales se debiera la inauguraci¨®n adelantada.
Y como tampoco se debi¨® tal vez a la vanidad del presidente, que tambi¨¦n se iba, es posible que Aznar aconsejara a su ministro dejar el evento para m¨¢s tarde, al objeto de que fuera Mariano Rajoy el que un 4 de febrero de 2006, por ejemplo cumpliera la ilusi¨®n presidencial de inaugurar el nuevo Barajas. No ha sido as¨ª, como debe saberse, pero estoy seguro de que Rajoy volver¨¢ ahora a la contemplaci¨®n de la escultura sin pena por lo que pudo haber sido y no fue. No debe estar de acuerdo ¨¦l con The New York Times en que un sentimiento de derrota no asumida por parte del PP es el padre de otros sentimientos que traen a la derecha al retortero. Pero, en cualquier caso, conviene que para no fomentar semejante sentimiento, si lo hubiera, se abstenga Zapatero de tratar de volver a inaugurar lo inaugurado, por supuesto, adem¨¢s de ser comedido en la satisfacci¨®n de lo que inaugure. Bien es verdad que, para lo que pueden durar estas cosas, si se cumplen los augurios fatalistas del ex presidente Aznar, no merece la pena inaugurar terminales de aeropuertos y puede que empiece a ser necesario abrir fundaciones para iluminados, casas de la risa o casas de locos.
Algo de casa de locos tienen todos los aeropuertos, los espacios menos acogedores de la vida contempor¨¢nea, y el arte puede ser un b¨¢lsamo para sufrirlos. Las aflicciones de un viajero de avi¨®n no decrecen en la medida en que se ampl¨ªan los aeropuertos, y hay m¨¢s vuelos, m¨¢s oferta, m¨¢s traj¨ªn, m¨¢s retrasos y, con ellos, m¨¢s falta de respeto al bien preciado del tiempo de uno, sino todo lo contrario; as¨ª que yo pienso acogerme a la serenidad que el arte me proporciona para ejercer la paciencia que un aeropuerto demanda. Pero como ignoro si esos 5.000 figurantes que se movieron por Barajas en m¨¢s de 100 pruebas de ficticias tribulaciones fueron sometidos a la experiencia ben¨¦fica de la emoci¨®n ante la obra de Vald¨¦s, esta semana, al fin, podr¨¦ comprobar por m¨ª mismo c¨®mo alivia el arte a un hombre o a una mujer perdidos o desesperados en el laberinto de Barajas.
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