Elogio del chisme
1La hijita de Luis XV jugaba con una sirvienta. De pronto le cogi¨® una mano y la observ¨®, incr¨¦dula. "?C¨®mo? ?Tienes cinco dedos, igual que yo?".
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Aqu¨ª donde estoy, en esta agradable ciudad caribe?a, no paro de o¨ªr chismes, todo tipo de relatos. El chisme y las novelas (y en parte tambi¨¦n los relatos de ficci¨®n) han estado siempre emparentados. Y yo aqu¨ª, en el Festival de Cartagena de Indias, ando rodeado de cuentistas y novelistas, de modo que no es extra?o que oiga chismes a todas horas. Pero uno de ellos -el de la hijita de Luis XV- no me ha llegado por v¨ªa oral, sino que lo he encontrado en Museo del Chisme, el libro del argentino Edgardo Cozarinsky. Acaba ¨¦l de regal¨¢rmelo, aqu¨ª en el patio del hotel Charleston, donde no hace ni dos minutos, me han hablado, tambi¨¦n en plan chisme, de un boxeador y escritor cartagenero que no ha sido invitado al festival porque, seg¨²n ellos, es como una mosca pegajosa y siempre lo ser¨¢, y por eso nadie puede andar bien con ella metiendo siempre la nariz donde no la llaman.
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Llega Javier Cercas a Cartagena de Indias y nos dice, as¨ª como de pasada, que le duele una muela. Al d¨ªa siguiente, situado entre el p¨²blico de la platea del rom¨¢ntico teatro Heredia, deja repentinamente de escuchar el coloquio (extra?o coloquio, por cierto, pues la moderadora lo hace girar en torno a c¨®mo nos vestimos los escritores para escribir) y pide los primeros auxilios. Al principio, creemos que pide ayuda porque no quiere seguir oyendo disparates. Pero no se trata de eso. Sin que lo sepamos, le llevan directamente de la platea a una odont¨®loga del centro, y all¨ª la dentista le convence de que lo mejor es extirpar, sin m¨¢s contemplaciones, la muela. En menos que canta un gallo, se la arrancan. Y, poco despu¨¦s, vuelve al teatro Heredia, disimulando su dolor ¨ªntimo. Al d¨ªa siguiente, en un peri¨®dico de Cartagena, puede leerse este titular: "Llega escritor espa?ol y pierde muela".
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El chisme, me dice Cozarinsky, es, ante todo, relato transmitido. Puede concebirse que se cuente una trivialidad de un alguien prestigioso, o un algo ins¨®lito de un sujeto oscuro, pero dif¨ªcilmente una trivialidad de un desconocido.
El chisme tiene una gran categor¨ªa, ya lo dec¨ªa mi abuela. Y a m¨ª ahora se me ocurre que Pedro P¨¢ramo, la novela de Juan Rulfo, es en realidad un sobrio conjunto de chismes contados por muertos. Y viene a mi memoria Borges: "Cierta vez, una ni?a argentina proclam¨® que aborrec¨ªa los chismes y que prefer¨ªa el estudio de Marcel Proust; alguien le hizo notar que las novelas de Marcel Proust eran chismes, o sea (aclaro yo, tard¨ªamente) noticias particulares humanas".
Me encanta la costumbre popular del chisme, una pr¨¢ctica muy viva que es el reverso de esa idea putrefacta que sugiere que hay que abstenerse de comentar la conducta ajena. No meterse en la vida de nadie es una corriente de pensamiento que trata en realidad de evitar que se metan contigo. Claro est¨¢ que siempre envidi¨¦ a Samuel Beckett, de quien se dice que no hablaba mal de nadie, que ignoraba la funci¨®n higi¨¦nica de la malevolencia, sus virtudes saludables. Sin embargo, ?no era Beckett un gran admirador de Proust? ?Y no es Esperando a Godot un gigantesco chisme sobre la condici¨®n humana?
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Invitado a la mesa de una distinguida anfitriona, el elegante poeta Paul Val¨¦ry sinti¨® surgir, imperiosa, la emisi¨®n del gas, inevitablemente sonoro, imposible de reprimir. En el momento fat¨ªdico movi¨® su silla para que el ruido de las patas sobre el parqu¨¦ cubriese el de sus entra?as. El ardid, desde luego, fracas¨®. Ninguno de los invitados, imperturbables, se permiti¨® una mirada, menos a¨²n una sonrisa, pero minutos m¨¢s tarde la due?a de casa, literata y femme d?esprit, coment¨®: "A veces hasta a un gran poeta le resulta dif¨ªcil encontrar una rima".
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Cuenta Alfonso Reyes que le cont¨® Gis¨¨le Freund que, cuando Victoria Ocampo recibi¨® en su casa de Buenos Aires, a pan y cuchillo, a Roger Caillois, le orden¨® que se ba?ara todos los d¨ªas. Un d¨ªa, la criada se descuid¨®, abri¨® la puerta del lavabo, y descubri¨® que Caillois, sentado junto a la ba?era y leyendo un libro, hac¨ªa ruido agitando el agua con una mano para hacer creer que se ba?aba.
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El calor y la humedad del tr¨®pico son asfixiantes a esta hora del mediod¨ªa. Apenas lo remedia el gran ventilador blanco que gira muy lentamente en el techo con una mosca muy negra, casi dormida en un aspa. Tambi¨¦n yo estoy medio adormilado cuando veo en la televisi¨®n, con gran sorpresa, que nieva en Barcelona. Como no en balde estoy a 100 metros de la casa de Garc¨ªa M¨¢rquez, me acuerdo inmediatamente de cuando los habitantes de Macondo descubrieron el hielo. Tambi¨¦n veo en la televisi¨®n el chisme que, con m¨¦todos picarescos, le han grabado al antojadizo ministro Sevilla que ha llamado charnego al ministro Montilla. Y confirmo que en todas partes cuecen chismes. Siguen luego m¨¢s "noticias particulares humanas" a las que los medios espa?oles dan una cobertura exagerada, como es el caso del Estatuto. Y leo poco despu¨¦s unas declaraciones de Fernando Trueba: "Lo ¨²nico que puedo decir es que me gustar¨ªa ser catal¨¢n. Probablemente es Catalu?a el lugar donde mejor se vive del mundo. Es una sociedad muy equilibrada, que tiene lo mejor del norte, lo mejor del sur y lo mejor del Mediterr¨¢neo, y creo que lo que el resto de Espa?a tiene que hacer es aprender de Catalu?a".
Por momentos, creo que estoy (o quiero estar) en Barcelona, y s¨®lo el pegajoso calor y el lento y gran ventilador blanco me devuelven a la realidad. Sigo en mi Macondo particular y humano. Recuerdo chismes que me contaron ayer. Y, en fin, me digo que, como dec¨ªa mi abuela, la tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas.
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