No te r¨ªas que es peor
Y EN ESTO QUE resulta que va Homer Simpson a China para acompa?ar a una mujer soltera, amiga de su mujer, que quiere adoptar una ni?a y necesita a un hombre que haga el parip¨¦ de padre y est¨¢n los dos haciendo un poquito de turismo cuando se encuentran con un cartel que dice: "Plaza de Tiananmen. Aqu¨ª no ocurri¨® nada en octubre de 1989". Si ech¨¢ramos mano de la genial definici¨®n que Ernst Lubitsch hizo de la comedia, "la comedia es tragedia m¨¢s tiempo", este chiste de los Simpson no tendr¨ªa ninguna gracia, ni para los chinos que sufrieron la represi¨®n criminal ni para el Gobierno que la desat¨®, dado que la matanza de Tiananmen ocurri¨® hace s¨®lo 16 a?os. Poco tiempo para que una tragedia se convierta en comedia, aunque evidentemente el chiste, ingenios¨ªsimo como todos los de los Simpson, critica al criminal, lo mismo que hizo Lubitsch con Ser o no ser. De cualquier manera, como vengo sosteniendo desde hace tiempo asesorada por no pocos ilustres economistas, el futuro es chino; entre otras cosas porque a los chinos les importa un pimiento lo que digan los que no son chinos; es m¨¢s, tal y como se est¨¢ poniendo el patio, los ¨²nicos chistes que vamos a poder hacer en un futuro van a ser sobre chinos. El ejemplo est¨¢ en Estados Unidos, el imperio de la correcci¨®n pol¨ªtica; aqu¨ª pueden re¨ªrse de un chino sin problemas en una serie de televisi¨®n como la popular¨ªsima Seinfeld, que tiene cap¨ªtulos dedicados a chinos de restaurantes a los que uno no entiende jam¨¢s y de los que se sospecha una mala idea innata, a chinos repartidores de pizza, a todos esos chinos que van en bicicleta en Nueva York repartiendo chop-suey y que van en direcci¨®n contraria, o por la acera, o por encima de ti; esos chinos que se han comido lo que antes fue la peque?a Italia y que se r¨ªen de las grandes marcas con sus imitaciones casi perfectas; esos chinos de Chinatown que a veces son denunciados, como ahora, por una firma como Louis Vuitton, pero que uno imagina que al final acabar¨¢n vendiendo las imitaciones de los bolsos en la trastienda, como as¨ª lo hacen con los collares de Tiffany's, que son el caprichito de las espa?olas, que han aprendido a gui?arle el ojo al chino dependiente, y a seguirle hasta la misteriosa trastienda y a sentirse por un momento part¨ªcipes de algo prohibido y por tanto excitante. Pero los chinos no dan la lata, de los chinos se dice que nunca mueren, de los chinos se dice que asumen la identidad de los difuntos, de los chinos se habla de mafia terrible, de malos malotes, de cientos de chinos escondidos en s¨®tanos haciendo bolsos Vuitton o Chanel, en s¨®tanos no de China, sino de aqu¨ª mismo, de la calle del Canal; de los chinos se duda de su limpieza a la hora de manipular alimentos, de los chinos se tiene miedo a veces, cuando entras en uno de esos portales donde viven los chinos pobres en los que nada m¨¢s entrar te encuentras con una escalera estrecha con un tramo infinito de la altura de tres pisos, que parece una mezcla de Blade Runner y un cuadro de Moebius y piensas que si la subes nunca volver¨¢s a tu vida de siempre, entrar¨¢s en el tunel de ir¨¢s y no volver¨¢s; de los chinos se cuentan mil historias, pero ellos viven como si esos comentarios no fueran con ellos, como si ¨²nicamente se sirvieran del mundo occidental para aumentar su potencia y su negocio, y entre tanta espesura de tiendas baratunas, pescader¨ªas e imitaciones de bolsos chanel, pasean sus ni?os, los m¨¢s guapos y mejor vestidos de toda la ciudad, educados como ning¨²n ni?o est¨¢ educado aqu¨ª, pulcros, laboriosos, haciendo sus deberes sobre los relojes Gucci y Cartier, con la seguridad que da saberse los futuros amos del mundo. Qu¨¦ les importan a los chinos nuestros chistes, esos chistes que reflejan al chino como tonto pero superdotado a la vez, ese retrato contradictorio que Occidente les ha adjudicado y que parece que a ellos les resbala. Me arrogo el papel de Aramis Fuster y predigo que en el futuro los peri¨®dicos, los programas, las series de este nuestro decadente mundo occidental se llenar¨¢n de chistes de chinos dado que no habr¨¢ otra cosa de la que podamos re¨ªrnos. Nos pasaremos la vida presionando unos contra otros para prohibirnos nuestros chistes: no habr¨¢ chistes de Mahoma, ni habr¨¢ chistes que puedan tener la m¨ªnima sombra de sexistas; en Espa?a ya no habr¨¢ (casi no los hay) chistes de catalanes, vascos, andaluces, gallegos (con lo tiernos que eran los chistes de gallegos); no habr¨¢ chistes de padres separados, ni del Estatut, ni de mujeres, ni de la Monarqu¨ªa, ni de la Segunda Rep¨²blica (ahora mismo al borde de la beatificaci¨®n), ni de gays, ni de padres de ni?os adoptados; ninguna religi¨®n podr¨¢ ser puesta en la picota, ni la Cat¨®lica, que reaccionando ante las presiones de los mulmanes, dir¨¢: "?Y por qu¨¦ co?o respet¨¢is a Mahoma y no a nuestro Dios, que es el verdadero?". Antes de contar un chiste los humoristas mirar¨¢n la lista de todos los colectivos susceptibles de ser ofendidos, y de todos los colectivos que puedan amenazarle con una demanda, y entonces ese humorista recurrir¨¢ a los chinos, que es a lo que recurrimos todos; como yo misma en estos momentos, cuando la iron¨ªa se vuelve imposible. Y ahora propongo un acertijo, un mero ejercicio intelectual que puede servir para que ustedes discutan en familia, porque me gustar¨ªa que estos art¨ªculos tuvieran su feedback, su interacci¨®n, su pol¨¦mica consecuencial, por decirlo de la forma m¨¢s universitaria posible. La cuesti¨®n es la siguiente: ?qu¨¦ creen ustedes que pasar¨ªa si en vez del c¨¦lebre Mahoma con la bomba de turbante se publicara una vi?eta en la que apareciera alg¨²n conocido obispo vasco de ayer, de hoy y de siempre que luciera en vez de la mitra una carga de amosal en la cabeza?
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