Todos somos monstruos
Quienes no conozcan el trabajo de Thomas Gr¨¹nfeld (Opladen, 1956), o lo asocien esencialmente con los alardes de taxidermia de sus c¨¦lebres misfits, se sorprender¨¢n sin duda ante el brutal contraste que se establece en el marco de esta exposici¨®n, entre el exuberante impacto espectacular de sus animales quim¨¦ricos y el despojamiento extremo de las intervenciones murales o los soportes monocromos que el artista alem¨¢n salpica apenas con azarosas constelaciones de ojos de vidrio. Ignoran con ello sin embargo el lugar bien principal que esa dicci¨®n de corte posminimalista ocupa desde mucho antes en otras derivas b¨¢sicas del hacer de Gr¨¹nfeld, como en particular en aquellas piezas donde alude a referentes mobiliarios, y m¨¢s a¨²n el papel que ese patr¨®n dual de lo equ¨ªvoco juega en el seno de su discurso.
THOMAS GR?NFELD
Galer¨ªa Metta
Villanueva, 36. Madrid Hasta el 24 de febrero
De hecho, mecanismos co-
mo la ambivalencia o el mestizaje sit¨²an el eje central de la po¨¦tica de Gr¨¹nfeld. Y a partir de ellos articula el artista una f¨®rmula que, al modo de toda ecuaci¨®n b¨¢sica, permite su aplicaci¨®n a sucesivos niveles de sentido. As¨ª, en series anteriores, esbozar¨¢ la et¨¦rea frontera entre la estricta pl¨¢stica y el deslizamiento hacia la imagen, entre pura forma y su concreci¨®n como objeto. Como aludir¨¢ ya al deslizamiento entre Naturaleza y artificio al integrar una planta ornamental en ciertas piezas mobiliarias.
Mas las dos tipolog¨ªas que presenta ahora en su actual muestra madrile?a implican de alg¨²n modo, en una dimensi¨®n m¨¢s ¨ªntima y parad¨®jica, al propio sujeto espectador. De entrada, el cuerpo que se inscribe en el campo de color reflectante de sus eye paintings, queda atrapado en el entretejido de miradas que desde all¨ª nos acechan. Pero, a su vez, los extravagantes entrecruzados animales -soberbios, en este caso, el "ciervo jirafa" como el "pel¨ªcano canguro" de pies equinos-, que se dir¨ªan escapados de la relaci¨®n "borgiana" de seres imaginarios, resultan ser, al fin, tambi¨¦n de alg¨²n modo un espejo de nuestro desarraigo, la entra?a desvelada en monstruoso esplendor.
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