El 'show' de Truman
Fue un genio de la literatura. Truman Capote supo moverse entre lo s¨®rdido y lo po¨¦tico, entre la 'jet-set' y los asesinos de 'A sangre fr¨ªa'. Su vida de cine es ahora la pel¨ªcula 'Capote', elegida por los cr¨ªticos estadounidenses como la mejor de 2005, y una de las favoritas a conseguir un Oscar.
Truman Capote fue uno de los mejores escritores de su generaci¨®n, alguien dotado de un o¨ªdo infalible para captar la musicalidad de la lengua inglesa y para reproducir el habla de la gente. A?¨¢danle a ello la magistral habilidad con que mezclaba lo oscuro y lo po¨¦tico, la angustia que serpentea bajo las aguas mansas, y tambi¨¦n la altura descriptiva de su prosa. Era un genio, como ¨¦l mismo dijo (la modestia no fue su fuerte), tras alardear tambi¨¦n de ser alcoh¨®lico y drogadicto. Pero estas dos ¨²ltimas caracter¨ªsticas no siempre estuvieron en ¨¦l, aunque s¨ª la pulsi¨®n que acabar¨ªa por entregarle a tales adicciones, el miedo a ser abandonado, que se inici¨® en su terrible infancia y no le abandon¨® hasta el final.
"No hay d¨ªa en que aquello no proyecte una sombra sobre m¨ª", dec¨ªa Capote sobre los asesinos de 'A sangre fr¨ªa'
En realidad, Capote, que naci¨® en Nueva Orleans en 1924 y falleci¨® en agosto de 1983 de una lenta y repetida sobredosis de licores y f¨¢rmacos, vino a este mundo apellid¨¢ndose Pearsons. Con un don, y con bastantes cargas. Pas¨® la mayor parte de su infancia en Monroeville, con sus t¨ªas, mientras su madre, que hab¨ªa huido de un marido tarambana en direcci¨®n al Norte para pescar un hombre que la hiciera rica, se limit¨® a mandar dinero para su manutenci¨®n y algo de ropa por correo; su padre, cuando no vagabundeaba e intentaba poner en pie sue?os imposibles, estaba en la c¨¢rcel.
El peque?o Truman creci¨® en la espesa sensualidad sure?a que tantos otros escritores propiciaron -el m¨¢s grande, William Faulkner-, rodeado de magia y de susurros, de narraciones en el porche y personajes alucinados. Desarroll¨® una capacidad de seducci¨®n sin l¨ªmites, encerrada en un peque?o cuerpecillo de duende rubio y fr¨¢gil. Cuando, por fin, su madre le llam¨® para que su nuevo marido, Joe Garc¨ªa Capote -su abuelo fue un espa?ol que hab¨ªa luchado en Cuba contra los norteamericanos-, cuidara de ¨¦l y le diera su apellido, Truman ya ten¨ªa unas cuantas cosas muy claras y una caracter¨ªstica especial.
Las primeras se refer¨ªan a su necesidad imperiosa de convertirse en escritor y abrirse camino como tal; la segunda era su homosexualidad, que ni de ni?o ocult¨®, visti¨¦ndose con excentricidad y exhibiendo sin complejos su voz aguda, aflautada y femenina. Muchos a?os m¨¢s tarde publicar¨ªa el cuento Deslumbramiento, muy sure?o, en el que narra la relaci¨®n de una supuesta maga con un ni?o que, en secreto, desea ser mujer.
En el pr¨®logo del libro que lo conten¨ªa, M¨²sica para camaleones, Capote -era 1980: faltaban s¨®lo tres para su muerte- escribi¨® que "cuando Dios le entrega a uno un don, tambi¨¦n le da un l¨¢tigo, y el l¨¢tigo es ¨²nicamente para autoflagelarse". Truman lo sab¨ªa bien. Para entonces, y desde la d¨¦cada de los cuarenta, lo sab¨ªa todo acerca de la gloria literaria, los placeres de la vida mundana, el brillo y las sombras de la caf¨¦-society, de la que hab¨ªa sido ni?o mimado, y la tortura de escribir. El l¨¢tigo predominaba en su existencia.
Pero hubo un tiempo en que decir Truman Capote era nombrar lo m¨¢s alto y brillante de la literatura, y lo m¨¢s osado y vibrante de un espect¨¢culo social que no se deten¨ªa nunca, y en cuyo interior giraba como un torbellino. Una espiral en la que se vio atrapado -y de la que se vio escupido- cuando se publicaron en la revista Esquire los primeros cap¨ªtulos de su ¨²ltimo e inacabado libro, Plegarias atendidas.
Vayamos por partes. Ya de adolescente, Truman Capote hab¨ªa plasmado su intenso deseo de hacer carrera en un poema que escribi¨® en el colegio: "Como el poderoso c¨®ndor [?], he aguardado y acechado a mi presa. Mi v¨ªctima es la inmortalidad. Ser alguien y ser recordado". No lo escribi¨® en broma. En 1942, a los 18 a?os, entr¨® como corrector de pruebas en su adorado y elitista The New Yorker, en donde sufri¨® la decepci¨®n de ver que no le daban la menor oportunidad de publicar sus relatos, aunque su aspecto estrafalario llamaba la atenci¨®n: llevaba ya un fular que arrastraba casi por el suelo, que ondeaba al viento, y eso que a¨²n no hab¨ªa alcanzado el metro cincuenta de estatura, que ser¨ªa lo m¨¢s alto a lo que llegar¨ªa su bonita y rubia cabeza. Por suerte, en Harper's Bazaar y su revista hermana, Mademoiselle, consigui¨® su oportunidad. Tras haber sido reclamado en la oficina de reclutamiento, en donde fue rechazado a primera vista por su nervioso amaneramiento, Truman se present¨® en el edificio de las mencionadas publicaciones femeninas, que se vanagloriaban de contar con los mejores escritores del pa¨ªs.
Efectivamente, entre anuncios y reportajes de modas publicaban sus narraciones gente como Virginia Wolf, Christopher Isherwood, Colette, W. H. Auden y Carson McCullers. All¨ª encontr¨® a sus primeros protectores y protectoras, all¨ª se hizo querer. Porque Truman no se parec¨ªa a nadie, era bullicioso y conquistaba a toda costa a quienes necesitaba en un sentido o en otro; no por manipulador, o no s¨®lo por eso, sino porque siempre estuvo necesitado de afecto. Los Capote, con quienes hab¨ªa crecido, no hab¨ªan resultado finalmente de gran ayuda sentimental, en especial su madre, Nina, que le vituperaba por su homosexualidad y exhib¨ªa ya una marcada tendencia al alcoholismo.
Desde que public¨® sus primeros relatos (eran tiempos, vaya por Dios, en que un buen relato corto se comentaba como hoy los amores de Bisbal), y sobre todo desde que sali¨® su primera narraci¨®n larga, Otras voces, otros ¨¢mbitos, el ¨¦xito le inund¨® como el sol de su tierra sure?a. Desarroll¨®, al mismo tiempo, una actividad social fren¨¦tica, pues su arrolladora personalidad no dej¨® indiferentes ni a los homosexuales que integraban gran parte del mundo de la edici¨®n y la literatura, ni a la gente de la alta sociedad que ten¨ªa como deporte cazar ingenios para su entretenimiento. A su publicidad -y a que el personaje, ya entonces, empezara a devorar al escritor- contribuy¨® el hecho de que el propio Truman eligi¨® para la contraportada de esa primera novela una fotograf¨ªa en la que aparec¨ªa tumbado en un canap¨¦, con el flequillo sobre la frente y la mirada fija en la c¨¢mara; como un lolito. No se pod¨ªa ser m¨¢s audaz para la ¨¦poca.
Como consecuencia, la revista Life public¨® un art¨ªculo. "Desde entonces, ha sido un veredicto inevitable. Si eres c¨¦lebre, eres c¨¦lebre. Y punto. Eso no se puede cambiar", confes¨® a?os m¨¢s tarde en sus conversaciones con el periodista Lawrence Grobel. Y no parec¨ªa disgustado.
Fiestas, viajes, yates. Mujeres c¨¦lebres. Las hermanas Lee Radziwill y Jacqueline Kennedy, millonarias como Babe Paley y Gloria Vanderbilt. Y, por supuesto, toda clase de reinonas de la literatura, como Gore Vidal (odio a muerte: incluido un pleito), Tennessee Williams, con quien mantuvo intermitencias de amistad y rechazo; as¨ª como Noel Coward, que le adoraba, y el fot¨®grafo Cecil Beaton.
Se encontr¨® en la c¨²spide -y mejor: segu¨ªa en ella- tras la publicaci¨®n de Desayuno en Tiffany's, que pas¨® al cine con Audrey Hepburn como protagonista (Truman la quer¨ªa, pero no la consider¨® adecuada; al final de su vida sosten¨ªa que Jodie Foster habr¨ªa sido ideal), y continuaba siendo la mascota de la jet-set. Su inquietud interior le llevaba a viajar con su amante Jack Dumphy y sus perros y gatos: Portofino, Ravello, Par¨ªs, Roma, Taormina, el Caribe. En algunos lugares se deten¨ªa y escrib¨ªa.
Gran parte de A sangre fr¨ªa la escribi¨® en Palam¨®s, en la Costa Brava. Lo que llam¨® novela de no ficci¨®n (se hab¨ªan hecho algunos experimentos antes, pero ¨¦l fue quien fund¨® el g¨¦nero; y se diferencia del llamado nuevo periodismo, que inspir¨®, en el hecho de que en su libro nunca aparece el narrador) constituy¨® el cenit de su carrera. Despu¨¦s vino la debacle.
Un d¨ªa de noviembre de 1959 cay¨® en sus manos un peri¨®dico en el que se informaba del asesinato brutal de una familia t¨ªpica norteamericana, en una granja t¨ªpicamente norteamericana, en el condado de Kansas. Se pregunt¨® c¨®mo ser¨ªa para aquella gente normal la s¨²bita interrupci¨®n de la muerte. Por aquellos d¨ªas, el crimen violento y sin sentido todav¨ªa no formaba parte de la rutina diaria.
Parti¨® con su amante y con su amiga de infancia Nelle Harper Lee (quien, m¨¢s adelante, publicar¨ªa la c¨¦lebre Matar a un ruise?or) para ahondar en el material que s¨®lo iba a servir, cre¨ªa, para un reportaje largo, como el que a?os antes hab¨ªa escrito sobre la gira sovi¨¦tica de la compa?¨ªa que representaba el musical Porggy and Bess. Cuatro a?os despu¨¦s, deshecho, Truman Capote todav¨ªa esperaba, impaciente, el hecho final gracias al que podr¨ªa escribir el ¨²ltimo cap¨ªtulo de su libro: la ejecuci¨®n de los dos asesinos, varias veces aplazada.
Lo que ocurri¨® entre Truman y los dos asesinos (que planificaron deliberadamente el exterminio de la familia Clutter, de ah¨ª el t¨ªtulo del libro de Capote: A sangre fr¨ªa) se cuenta en la biograf¨ªa del escritor, escrita por Gerald Clarke (Ediciones B), que ha dado pie a la pel¨ªcula Capote, con Philip Seymour Hoffman -acaparador de premios por su actuaci¨®n-, pero lo que hubo en el fondo nunca se sabr¨¢. Truman desarroll¨® una especie de amistad, de afecto, con las dos v¨ªctimas, pero sobre todo con Perry, el m¨¢s articulado de los dos culpables; y quiz¨¢ hubo cierta tensi¨®n sexual, sobre todo por parte del convicto. En cualquier caso, estuvo all¨ª durante el ahorcamiento, a su lado. "No hay d¨ªa en que aquello no proyecte una sombra sobre m¨ª", dir¨ªa.
Tras el ¨¦xito abrumador de 'A sangre fr¨ªa', Truman Capote cometi¨® dos inmensos errores: darse unas largas vacaciones (las merec¨ªa: cuatro a?os metido en la sordidez carcelaria no reclamaban menos), pero demasiado largas, descuidando la disciplina de la escritura. Y dar lo que se llam¨® la fiesta de la d¨¦cada, un baile de m¨¢scaras en blanco y negro que planific¨® como un relato y al que invit¨® a los personajes m¨¢s importantes de la jet-set internacional. La invitada de honor era Katharine Graham, propietaria de The Washington Post. Hubo intentos de suicidio por parte de algunos que no fueron invitados.
A partir de aqu¨ª, nada pudo ser como antes, y fue entonces cuando el alcohol, los tranquilizantes y la coca¨ªna entraron en su vida, as¨ª como las desintoxicaciones. M¨²sica para camaleones y la inacabada Plegarias atendidas, as¨ª como sus famosos retratos de famosos, es cuanto escribi¨® en sus ¨²ltimos a?os. Muri¨® sentado en la cama, con su amiga Joanne Carson. Se sinti¨® mal y la mujer quiso llamar al hospital. "No, d¨¦jalo, no soportar¨ªa pasar otra vez por eso". Siguieron charlando apaciblemente hasta que se durmi¨® para siempre, seg¨²n cuenta el libro de Gerald Clarke.
Es una l¨¢stima que en esta edici¨®n actual de su biograf¨ªa, por razones publicitarias, figure Philip Seymour Hoffman en su caracterizaci¨®n de Capote, y no el propio autor. Una vez m¨¢s, el personaje se come al genio. Pero busquen sus obras y l¨¦anle. Es eterno.
La pel¨ªcula 'Capote' se estrena en Espa?a el pr¨®ximo d¨ªa 24 de febrero.
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