?Le llevo al IVAM o al IVO?
Pido al taxista que me lleve al IVAM. Le pido que, si no le importa, baje la radio y suba la ventanilla ya que la suma de ruidos (el tr¨¢fico, la COPE y la emisora del radio-taxi) es excesiva. Me mira por el retrovisor: "Usted pide mucho", dice, "?seguro que no quiere que suba o baje algo m¨¢s?". No, gracias, de momento no, aunque puedo pedirle que si lo que he pedido le parece demasiado, no pasa nada: pare y me bajo del taxi.
?l ya est¨¢ acostumbrado a o¨ªr dos radios a la vez sin prestarle atenci¨®n a ninguna. Y del tr¨¢fico para qu¨¦ hablar. No hay quien lo aguante. Y no s¨®lo por el ruido, sino tambi¨¦n por los conductores. "F¨ªjese en esa", dice se?alando un coche, "no tiene ni idea, no s¨¦ c¨®mo les dan carn¨¦".
Las diferencias entre un museo de arte moderno y un moderno centro de oncolog¨ªa son relativas
Me callo. Pienso que por mucho que el taxista diga que no presta atenci¨®n ni a la emisora de los obispos ni a la de los radio-taxis, no es as¨ª. Parece sonado y bien sonado. Vuelve a la carga. "Dentro de un rato, a casita, la parienta me estar¨¢ esperando para comer". Por un momento no s¨¦ si preguntarle por la parienta, por la comida que le habr¨¢ preparado en casa, por algo que pueda gustarle. Pero no me atrevo. Adem¨¢s, en ese momento en la COPE hablan de las vi?etas de Mahoma como si las hubiera dibujado el presidente Zapatero. Y la otra emisora, la del radio-taxi, repite que el compa?ero que est¨¦ m¨¢s cerca de la calle del Doctor B¨¢guena, acuda a Doctor B¨¢guena. En el IVO piden taxis. Al o¨ªr esto, el taxista mueve la cabeza, se sobresalta: "?Me dijo que le llevara al IVAM o al IVO? ?Me dijo al IVO o al IVAM? Entre unas cosas y otras me est¨¢n volviendo loco...". Le digo que le dije al IVAM. Pero que no me importa si me deja en el IVO. Me gusta pasear.
No me hace caso. Le hace caso a la radio y la radio dice que ya han aparecido pintadas contra los musulmanes en las inmediaciones de la mezquita. Habla un musulm¨¢n. "Yo, sabes, tengo miedo, s¨®lo defendemos al Profeta", dice asustado el inmigrante. Como si hablara con ¨¦l, el taxista replica: "?A ver! ?T¨² tienes miedo? ?Y yo tambi¨¦n, desgraciado!".
Se dir¨ªa que el taxista es algo m¨¢s que un taxista que sintoniza la COPE, es un conductor que me abandona en el l¨ªmite mismo del di¨¢logo de civilizaciones. As¨ª que frena el taxi. Dice lo que le debo. Pago. Bajo del taxi y advierto que estoy no en el IVAM, sino en el IVO.
A primera vista las diferencias entre un Museo de Arte Moderno y un moderno Centro de Oncolog¨ªa son relativas. Dependen, creo yo, de las exposiciones temporales que se ofrezcan en un lugar y otro. Fue Al¨¢, o su profeta, quien me trajo aqu¨ª y no debo ignorar esa se?al del cielo. El domingo pr¨®ximo visitaremos el IVAM. Y si todo vuelve a la calma, como espero, tambi¨¦n me acercar¨¦ a la mezquita.
Ahora me encuentro en el Servicio de Hematolog¨ªa del IVO, que est¨¢ de bote en bote. Aqu¨ª hay m¨¢s gente en cola esperando que le saquen sangre, que en el Oceanogr¨¤fic esperando que salten los delfines. Un paciente con c¨¢ncer suele ser doblemente paciente. Y c¨ªvico. Todos llevan en la mano el ticket para el turno, como en los bancos y en las carnicer¨ªas. Tambi¨¦n llevan la orden del m¨¦dico, un volante con copia de color amarillo que, llegado el momento, entregan a una enfermera al otro lado de la ventanilla. La gente no protesta por esta aglomeraci¨®n. Guardan silencio. Respetan el orden. De cuando en cuando suena un m¨®vil. Pero enseguida se apaga. Es normal. Suenan en todas partes. En los bautismos y en los velatorios. Algunas se?oras llevan gorros de ganchillo, o boinas grandes hasta las orejas para ocultar la calvicie, efecto de la quimioterapia. Y eso s¨ª, todos se miran como una gran familia, con una mirada de apoyo. Pasa un empleado de bata blanca y bufanda escocesa al cuello, con carpetas de color naranja bajo el brazo en las que lleva las historias cl¨ªnicas y, al pasar, este hombre dice: "Buenos d¨ªas, buenos d¨ªas". Saluda a todo el mundo cada vez que pasa. No hay asientos libres. Hay que esperar de pie y en ayunas. En la pantalla con n¨²meros rojos, iguales que en Hacienda, las cifras cambian con lentitud. Llega al 99, y entonces empieza otra vez la cuenta desde cero. Se sucede una toma de sangre detr¨¢s de otra. Son cuatro o cinco las enfermeras que se ocupan de esto. Pinchan a la perfecci¨®n, dicen todos al salir. En los ojos de algunos pacientes lees lo que piensan al presionar el algod¨®n contra la vena del brazo: ojal¨¢ este an¨¢lisis sea mejor que el anterior.
Mientras observo a mi alrededor, me viene a la cabeza esa extra?a guerra de vi?etas y su utilizaci¨®n partidista. Pienso en los extremismos, las provocaciones, las religiones. En las religiones. Recuerdo una frase del fil¨®sofo Bertrand Russell: "Todas las religiones son igualmente falsas y perniciosas". Pudo haber escrito lo contrario, que todas las religiones son igualmente verdaderas y beneficiosas y, no obstante, seguir¨ªa diciendo lo mismo, y ocurriendo lo mismo.
Sin dirigirse a nadie, un hombre de cierta edad dice desde la cola que no hay derecho a tener que esperar de pie. S¨ª, no hay derecho, a?aden otros, todos somos enfermos. Pero ?se puede hacer algo? No hay m¨¢s espacio. El IVO, a quien la Consejer¨ªa de Sanidad adeuda cuantiosos pagos, incluso intereses por esa prolongada e inexplicable morosidad, se ha quedado peque?o. Bastantes hospitales de nuestra Comunidad son insuficientes, algunos de ellos est¨¢n anticuados. ?Cree alguien que la enfermedad se moderniza m¨¢s despacio que la medicina? Al contrario. La enfermedad va siempre por delante.
El se?or que quer¨ªa sentarse tuvo que hacerlo en la escalera. Yo me habr¨ªa subido a una silla, de haber quedado libre alguna, y desde all¨ª habr¨ªa felicitado a los enfermos por su paciencia y sus buenos modos. Y a las enfermeras y a los m¨¦dicos, por su eficacia y su bondad. Y al hombre de la bufanda con las historias m¨¦dicas bajo el brazo, el que saludaba a un lado y otro a todos los pacientes, por saludar cada d¨ªa de ese modo, como un amigo. Luego les habr¨ªa dicho que ya vendr¨¢n tiempos mejores. Cambiar¨¢n los pol¨ªticos -si Dios y/o Al¨¢ lo permiten- y tendremos unos dirigentes m¨¢s sensibles, m¨¢s humanos y razonables y tambi¨¦n m¨¢s honestos que los actuales. Se pagar¨¢n las deudas contra¨ªdas no por capricho sino para curar, o tratar de curar, a ciudadanos enfermos. Calatrava, si todav¨ªa sigue por ah¨ª vendiendo hormig¨®n, ya no proyectar¨¢ esas aparatosas ciudades de opereta, sino instalaciones ¨²tiles, proporcionadas y sobre todo necesarias. Obras pensadas para los que soportan en silencio el dolor de la enfermedad. Esto les dir¨ªa a los que mandan. Es lo que tuve deseos de decirle al menos al anciano sentado en la escalera. Y lo que ahora digo, desde aqu¨ª, como un enfermo m¨¢s de c¨¢ncer.
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