"?Vengan al teatro a disfrutar, no a ver psicodramas!"
Pocas cosas se pueden esconder detr¨¢s de la m¨²sica. Y menos que nada, turbias intenciones ocultas. A Ruggero Raimondi (Bolonia, 1941) le parece que es as¨ª despu¨¦s de 41 a?os de carrera como bajo bar¨ªtono y un reconocimiento un¨¢nime como gran figura de la ¨®pera. Sabe que la carne de los grandes personajes est¨¢ en las l¨ªneas de cada partitura tras haberse colocado al borde de muchas pasiones, explorado el alma sin l¨ªmites de los h¨¦roes y villanos verdianos, gozado con las ¨®peras de Mozart y Rossini o sentirse aterrorizado junto a los abismos de Boris Godunov. Son sensaciones que le gusta probar una y otra vez a este cantante enamorado de su arte, al que le fascina experimentar ese p¨¢lpito entre misterioso y cosquilleante del primerizo y lanzarse a cantar un nuevo papel. Como el pasado domingo, cuando debut¨® como Dulcamara en L'elisir d'amore, de Donizetti, un t¨ªtulo con regusto belcantista que estar¨¢ en el Teatro Real hasta el 28.
Se presenta con un amplio abrigo verde, una bufanda beis elegant¨ªsima y larga, a la medida de su altura impactante. R¨ªe mientras recuerda con su memoria de notario sus comienzos en Italia y su salto r¨¢pido al Metropolitan de Nueva York, donde despunt¨® una larga carrera. "Del principio me acuerdo; del final, tambi¨¦n, pero del medio... nada", afirma al tiempo que pone t¨ªtulo, fecha y lugar a los pasos m¨¢s importantes de su vida.
Ahora le toca meterse en la piel de Dulcamara, un charlat¨¢n, un vende burras sin m¨¢s decencia ni moral que la que le da la medida de su bolsillo y que engatusa a dos j¨®venes t¨®rtolos con un elixir que resulta tener el mismo sabor que el vino de Burdeos. "Es un loco peligroso, un buscapleitos extrovertido y falso de esos que yo recuerdo en los a?os cuarenta y que vend¨ªan grasas de animales para la artrosis con un lenguaje y una capacidad de convicci¨®n asombrosas", afirma. Lo ha preparado con esmero. "Escribi¨¦ndolo en los aviones, letra a letra, y aprendiendo bien a declamarlo", admite con una humildad casi de principiante.
Dulcamara cuadra con muchas ¨¦pocas, pero especialmente con aquellas en las que se buscan espejismos a buen precio, como ocurre en el pueblo de la Italia de Mussolini al que ha trasladado la acci¨®n el director de escena Mario Gas, con la bendici¨®n de Raimondi. Le ha dicho que piense en la fauna que retrataban las pel¨ªculas de Vittorio de Sica o Rossellini. "Me ha parecido buena idea y no se pierde la gracia".
Porque Raimondi, desde casos como los de este t¨ªtulo belcantista, en otros como los de El barbero de Sevilla, de Rossini, que hizo el a?o pasado en el Real, o en los m¨¢s turbios personajes verdianos que son su m¨¢s refinada especialidad, reivindica el placer explosivo de la felicidad en el teatro. Con Verdi ha aprendido el sentido de muchas cosas: "Es un hombre que me ha ayudado a so?ar y que me ha aportado rectitud y moral". Pero al tiempo celebra la alegr¨ªa y la evasi¨®n en su oficio: "Me divierte la ¨®pera y creo que la gente tiene derecho a pasarlo bien. ?Que vengan al teatro a disfrutar, no a ver psicodramas! No entiendo esa man¨ªa de ciertos directores en buscar cosas ocultas, comportamientos que no existen. ?O es que en nuestra ¨¦poca, somos tan tontos que no entendemos el mensaje de los creadores? ?Por qu¨¦ esa obsesi¨®n en destruir a Mozart, a Verdi, a Puccini? Que los dejen, todo lo que nos quieren transmitir se puede escuchar en la m¨²sica".
?Y desde cu¨¢ndo algunos nos han tomado por imb¨¦ciles a los que hay que explicarles m¨¢s de la cuenta? "Desde que se implant¨® esa moda que ven¨ªa de Alemania y los directores de escena pasaron a mandar en todo", cuenta Raimondi. ?l fue testigo de ¨¦pocas con otros equilibrios de poder. Con los directores de orquesta como reyes absolutos. No era mejor ni peor, era distinto y todo lo ve ahora con distancia, incluso aquellas miradas de Herbert von Karajan, que dejaba en su sitio al m¨¢s emperifollado: "Era encantador pero tambi¨¦n una mirada suya te pod¨ªa petrificar". Con Karajan no se pod¨ªa negociar una agenda. Mucho menos decirle que no. "Era implacable, una vez lo hice y no me volvi¨® a llamar. No pod¨ªas llevarle la contraria salvo si eras Jos¨¦ Carreras. Si eras Carreras pod¨ªas hacer lo que te diera la gana", afirma Raimondi. Pero no por eso deja de reconocerle los m¨¦ritos y definirle as¨ª: "Fue, sobre todo, un genio musical, pero tambi¨¦n del marketing y de la intriga pol¨ªtica".
Ha estado tan arropado por grandes maestros, desde Karajan a Abbado, pasando por Giulini o Bernstein... que le gusta tambi¨¦n rodearse de j¨®venes. Nunca les aconseja que huyan. "No hay nada que me cause m¨¢s placer que escuchar una voz bella, nueva", afirma. Quiz¨¢ s¨ª, quiz¨¢ algo que le mantiene pegado al teatro de forma adictiva: "Salir al escenario. Amo salir a escena, el perfume del teatro, el patio de butacas, la gente, la tensi¨®n, me hace sentir vivo, me ayuda a pensar r¨¢pido, poder experimentar vidas diferentes". Por eso, cuando le preguntan si se retira, no quiere ni plante¨¢rselo: "Creo que me vendr¨¦ con una cama al teatro para que no me echen"."Herbert von Karajan era sobre todo un genio musical, pero tambi¨¦n lo fue del 'marketing' y de la intriga pol¨ªtica"
Babelia
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