Chistes de moros
La publicaci¨®n en la prensa europea de unos simples dibujos burlescos sobre el Islam ha provocado por efecto bola de nieve una cascada tr¨¢gica de protestas musulmanas contra Occidente. Es evidente que la responsabilidad de los desmanes hay que atribuirla a los movimientos radicales de resistencia que han desbordado a los islamistas moderados. Pero tambi¨¦n hay que reconocer la grave imprudencia cometida por muy diversas instituciones occidentales (empezando por la prensa que tir¨® la primera piedra y siguiendo por los gobiernos que no supieron atajar la propagaci¨®n del incendio), incapaces de anticipar la oportunista explotaci¨®n del incidente por el integrismo isl¨¢mico. Parece mentira que, colonialistas como seguimos siendo, los occidentales no sepamos esgrimir la t¨¢ctica m¨¢s elemental de la dominaci¨®n: divide et impera. En lugar de ganarnos a los islamistas moderados para enfrentarlos con los radicales, por el contrario, les azuzamos para echarlos a unos en brazos de otros. Y as¨ª nos van las cosas, incapaces de impedir que un mero incidente chistoso degenere en una crisis diplom¨¢tica de incalculables consecuencias aplazadas. ?C¨®mo hemos podido estar tan ciegos? Consideremos algunos ¨¢ngulos del problema que est¨¢n escapando de la atenci¨®n p¨²blica, empezando por el papel desempe?ado por los medios de comunicaci¨®n.
"?Vaya escandalazo!", le o¨ª decir con regocijo mal disimulado a un presentador radiof¨®nico que comentaba el ruido medi¨¢tico montado en torno a los dibujos de marras. Y all¨ª est¨¢ una de las claves de la crisis. No en el consabido choque de civilizaciones ni tampoco en la sobada globalizaci¨®n, sino en la estrategia del esc¨¢ndalo que esgrimen determinados medios informativos, ampar¨¢ndose en la coartada de la libertad de prensa para competir con ventaja en el saturado mercado de la comunicaci¨®n. La prensa fomenta el esc¨¢ndalo por el esc¨¢ndalo al creerlo de inter¨¦s period¨ªstico, haci¨¦ndose eco de ¨¦l en cadena para generar as¨ª espirales escandalosas que se realimentan a s¨ª mismas hasta convertirse a su vez en un acontecimiento medi¨¢tico (en el sentido de Dayan y Katz). Y para ello cualquier pretexto sirve (el desliz de un pol¨ªtico, por ejemplo), con tal de que permita explotarlo hinchando hasta la exageraci¨®n una burbuja especulativa. Y si no hay excusa externa pues se la inventa. Como esta vez, cuando ha sido la prensa quien ha tirado la primera piedra en el estanque, a la espera de que los agitadores islamistas se dejasen provocar, como as¨ª ha ocurrido. Pero el pretexto para montar el esc¨¢ndalo, que fue la publicaci¨®n de unos groseros chistes de moritos, carec¨ªa de inter¨¦s informativo, pues s¨®lo se trataba de una burda provocaci¨®n. Tama?a deformaci¨®n profesional, adem¨¢s de ser ¨¦ticamente reprochable (pues antepone el af¨¢n de lucro al servicio p¨²blico que la prensa dice prestar), es suicidamente miope, pues cuando la prensa recurre al esc¨¢ndalo por el esc¨¢ndalo siempre acaba por perder la confianza de sus lectores.
Tambi¨¦n se ha infravalorado la dimensi¨®n simb¨®lica de la crisis, quiz¨¢ por creerse que, al ser su origen puramente humor¨ªstico, no hac¨ªa falta tom¨¢rsela en serio, por tratarse de algo intrascendente que no pod¨ªa tener consecuencias. Pero ojo con las cuestiones rituales, que son mucho m¨¢s importantes de lo que parece. Sobre todo por lo que respecta al humor, que es una instituci¨®n muy extra?a, parad¨®jica y perversa donde las haya. Es verdad que en Europa, al menos desde Rabelais y Shakespeare, el humor tiene muy buena prensa, pues se cree que es una fuerza creativa y liberadora. Y ello hasta el punto de que un penetrante soci¨®logo, Peter Berger, ha podido hablar de la risa redentora, para referirse al modo en que los pueblos parias y oprimidos, como los gitanos y los jud¨ªos, aprendieron a escapar a su injusta maldici¨®n gracias al sentido del humor que les ense?¨® a re¨ªrse de s¨ª mismos. Pero eso s¨®lo es la mitad de la verdad, pues luego est¨¢ la otra cara de la moneda. Y es que el humor tambi¨¦n puede ser una instituci¨®n fascista. El lado oscuro de la fuerza del humor es que permite liberarse del propio miedo descarg¨¢ndolo sobre los dem¨¢s, pues para creerse ilusoriamente fuerte no hay nada como abusar del d¨¦bil. Y eso es lo que hace el humor fascista cuando se r¨ªe de la parte m¨¢s d¨¦bil e indefensa. Es lo que ocurre con los chistes de maricas, de cornudos, de mujeres, de viejos, de negros, de locos... y con los chistes de moros, de los que en Espa?a sabemos mucho. Re¨ªrse de alguien para burlarse de ¨¦l, cuando ese alguien es socialmente inferior, equivale a humillarlo, a escarnecerlo, a menospreciarlo, a rebajarlo todav¨ªa m¨¢s de lo que ya lo est¨¢ para desposeerle de su propia dignidad: lo ¨²nico que los musulmanes logran conservar en sus actuales condiciones. Esas burlas contra los inferiores sometidos son tan hirientes que s¨®lo pueden inspirar risa a las hienas carro?eras. Que el prepotente y acomodado primer mundo se r¨ªa con chulesco racismo de los nuevos parias del cuarto mundo (estos moros mal pagados que nos sirven en nuestras casas y ciudades como metecos sin derechos) clama al cielo. Sobre todo si se hace gratuitamente sin oficio ni beneficio, por puro amor al arte de burlarse de los dem¨¢s, pero sin pagar el coste de los platos rotos.
Finalmente, conviene discutir el fundamentalismo doctrinario de los liberales profesos que se creen en posesi¨®n de la verdad. La libertad de expresi¨®n es una libertad negativa: significa que el poder no puede impedir que te expreses en conciencia. Pero no es una libertad positiva: no significa que est¨¦s obligado a ejercerla hasta las ¨²ltimas consecuencias, por perversas y contraproducentes que sean. No significa que debas expresarte de cualquier modo caiga quien caiga, ni que todo valga con tal de dar rienda suelta al impulso de expresarte a tu antojo. Cuando un anfitri¨®n invita a alguien a su casa (como hemos hecho los europeos con nuestra nueva clase de servicio manual y dom¨¦stico, mayoritariamente musulmana) no tiene derecho a insultar a sus hu¨¦spedes ni debe tomarse la libertad de humillarles, de ridiculizarles en p¨²blico o de robarles sus pobres se?as de identidad vulnerable. La libertad de opini¨®n est¨¢ para criticar al poder y a los poderosos, no para abusar de los d¨¦biles sometidos. Y si la prensa europea desea tomarse libertades escandalosas, que provoque a los amos de las multinacionales, en vez de hacerlo con sus siervos musulmanes.
Por lo dem¨¢s, el derecho a la libre expresi¨®n (libertad negativa) siempre entra en colisi¨®n con el deber de respetar los derechos ajenos (libertad positiva), que es prioritario como regla de oro del orden ciudadano: s¨®lo se puede ejercer un derecho a condici¨®n de respetar antes los de los dem¨¢s. Lo cual obliga a elegir entre valores contradictorios (la libertad de expresi¨®n y el respeto a los derechos ajenos), teni¨¦ndose que cumplir en conciencia con ambos a la vez, por dif¨ªcil que pueda resultar. Isaiah Berlin es el autor que m¨¢s y mejor ha profundizado en la distinci¨®n entre libertades negativas y libertades positivas. Suyas son estas palabras: "Ciertos valores humanos no pueden combinarse porque son incompatibles: de modo que hay que elegir. Elegir puede ser muy doloroso. Si usted elige A, le desespera perder B. Lo ¨²nico que podemos hacer es procurar que las elecciones no sean demasiado dolorosas, de modo que en lo posible no surjan situaciones que obliguen a los hombres a hacer cosas contrarias a sus convicciones m¨¢s hondas. En una sociedad liberal de tipo pluralista no se pueden eludir los compromisos. Hay que lograrlos, pues negociando es posible evitar lo peor. Tanto de esto por tanto de aquello. ?Cu¨¢nta igualdad por cu¨¢nta libertad? ?Cu¨¢nta justicia por cu¨¢nta compasi¨®n? ?Cu¨¢nta benevolencia por cu¨¢nta verdad?". Y cabe a?adir: ?cu¨¢nta libertad de prensa por cu¨¢nto respeto a los derechos de nuestros semejantes, que conviven con nosotros compartiendo la misma aldea global?
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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