General de armas y letras
Quiso vencer y convencer. Vicente Rojo, militar de la Rep¨²blica encargado de la defensa de Madrid, fue un general at¨ªpico. Intelectual y pensador, dedic¨® su vida a relatar los hechos de la Guerra Civil en art¨ªculos y publicaciones. Un libro recupera ahora su memoria.
"No he participado en ning¨²n acto indigno. No he cometido ni he consentido a la gente a mis ¨®rdenes ning¨²n asesinato o desm¨¢n. He contribuido decisivamente a que terminase en Madrid la verg¨¹enza de los paseos, fusilamientos y represalias colectivas. He salvado la vida de muchos compa?eros y familias, y he compartido con otras mi techo, mi pan y mi paga?".
A principios de los a?os sesenta, el general Rojo escribi¨® un texto en el que resumi¨® las caracter¨ªsticas de su comportamiento durante la Guerra Civil, y que incluy¨® al final de su autobiograf¨ªa, una treintena de folios que redact¨® para que su familia supiera de primera mano cu¨¢l hab¨ªa sido su historia. Tem¨ªa que con el tiempo fuera tergiversada. La guerra hab¨ªa terminado hac¨ªa mucho, pero el r¨¦gimen de Franco conservaba una vigorosa salud. Y el vencedor hab¨ªa impuesto su versi¨®n de los hechos.
"Por encima del Gobierno leg¨ªtimo no he reconocido ninguna autoridad ni he respondido a ninguna orden"
Al mismo tiempo que se ocupaba de las batallas de los distintos frentes iba construyendo el Ej¨¦rcito Popular
No logr¨® entender c¨®mo se pudo abandonar al ej¨¦rcito en Francia en los campos de concentraci¨®n
El general Rojo, exiliado desde el final de la guerra, pidi¨® regresar a Espa?a a finales de los a?os cincuenta. Estaba ya muy enfermo, tem¨ªa morir y quer¨ªa hacerlo en su patria. La autorizaci¨®n se aprob¨® durante un Consejo de Ministros, y a finales de febrero de 1957 sali¨® de Cochabamba (Bolivia), donde hab¨ªa vivido los ¨²ltimos 14 a?os, rumbo a Buenos Aires. All¨ª tom¨® un barco con destino a Barcelona.
Estaba convencido de que le quedaba muy poco tiempo y ten¨ªa que cuidarse. Pas¨® 15 d¨ªas en una finca de Ciudad Real y, ya instalado en Madrid, visit¨® al doctor Mara?¨®n para iniciar su tratamiento. Un mes despu¨¦s de su llegada fue requerido por el juez instructor militar para cumplir -eso le dijeron- con un tr¨¢mite burocr¨¢tico: preparar su expediente informativo.
El 16 de julio fue citado de nuevo. Su expediente hab¨ªa sido elevado a causa criminal y se le iba a procesar por el delito de "rebeli¨®n militar". El consejo de guerra se celebr¨® en diciembre. Le condenaron a reclusi¨®n perpetua. En febrero de 1958 se le comunic¨® que hab¨ªa sido indultado y que no ir¨ªa a prisi¨®n. Se manten¨ªan firmes, sin embargo, las penas accesorias: interdicci¨®n civil e inhabilitaci¨®n absoluta. "Me parece que se ha representado una comedia jur¨ªdica en la que se me ha reducido a la muerte civil", escribi¨® Rojo en su autobiograf¨ªa.
All¨ª tambi¨¦n hab¨ªa explicado su po-sici¨®n cuando se produjo, en julio de 1936, el golpe de Estado que desencaden¨® la Guerra Civil. "Simplemente me mantuve en mi puesto", escribi¨®, "donde me encontr¨® todo el mundo y desde el cual prest¨¦ todos los servicios que legal y dignamente pod¨ªa y deb¨ªa prestar, a las ¨®rdenes de las autoridades leg¨ªtimamente constituidas y a los mandos militares jer¨¢rquicamente superiores que nunca faltaron en defensa de los intereses generales de la naci¨®n, y cumpliendo estrictamente el deber como hab¨ªa jurado hacerlo".
"Por encima del Gobierno leg¨ªtimo no he reconocido ninguna autoridad, ni he respondido a ninguna orden o indicaci¨®n extra?a", escribi¨® como tercera de las caracter¨ªsticas de su comportamiento durante la guerra.
A ese militar, que hab¨ªa cumplido impecablemente con su deber, las autoridades franquistas le condenaron, a su regreso a Espa?a, a cadena perpetua por "rebeli¨®n militar". No tuvo m¨¢s remedio, cuando ya fue indultado, que encerrarse en casa y dedicarse a escribir. Tomaba el aperitivo con algunos amigos, daba algunos paseos, y poco m¨¢s. La polic¨ªa estaba al tanto de lo que hac¨ªa.
Su historia pudo haber sido discreta, pero la guerra lo trastorn¨® todo. Desde los 13 a?os estuvo vinculado a la instituci¨®n castrense. Su madre muri¨® entonces -su padre, un oficial que hab¨ªa estado en Cuba, falleci¨® tres meses antes de que ¨¦l naciera, en 1894, en Fuente la Higuera (Valencia)-, pero tuvo tiempo de buscarle acomodo en el Colegio de Hu¨¦rfanos de Infanter¨ªa. De ah¨ª pas¨® a la Academia Militar de Toledo, de donde sali¨® en 1914 destinado a Barcelona. Fue el segundo de su promoci¨®n.
Con la ilusi¨®n "de la buena paga y la aventura" se incorpor¨® voluntario a la campa?a de ?frica a finales de ese mismo a?o. Le toc¨® un tiempo de relativa paz, as¨ª que s¨®lo intervino en un par de combates. Aprendi¨® entonces "esas sencillas realidades de la vida militar en guerra de campamentos, como son perder la paga en el juego a la hora de haberla cobrado o gastarla en juergas forzadas de tardes y noches de francachela". Pero no tard¨® en abominar del ambiente de camarillas, de adulaci¨®n, de servilismo a los jefes. En 1918 decidi¨® volver.
En Ceuta se hab¨ªa enamorado de Teresa Fern¨¢ndez, la hija de un militar de Intendencia, con la que se cas¨® poco despu¨¦s de su regreso. Tras pasar por Barcelona y Vic, en 1922 cumpli¨® su sue?o de volver a la Academia de Infanter¨ªa de Toledo, esta vez como profesor. Las clases, el ambiente de camarader¨ªa, los primeros a?os de la pareja: aquella temporada fue acaso la m¨¢s feliz de su vida.
Fue entonces cuando fund¨®, junto al capit¨¢n Emilio Alam¨¢n, la Colecci¨®n Bibliogr¨¢fica Militar. De no haber estallado la guerra, su fama podr¨ªa haber derivado de esa iniciativa que incorpor¨® a los militares al clima de renovaci¨®n cultural que despuntaba en aquellos a?os, y que brillar¨ªa durante la Rep¨²blica. Entre septiembre de 1928 y julio de 1936, la colecci¨®n public¨® 96 t¨ªtulos con una tirada global de 200.000 ejemplares. Ah¨ª aparecieron los primeros libros de Vicente Rojo, sobre cuestiones t¨¦cnicas todos ellos.
Espa?a cambiaba. Cay¨® la Monarqu¨ªa, lleg¨® la Rep¨²blica. Rojo se enfrent¨® en 1932 con el rector de la Academia y abandon¨® Toledo para entrar en la Academia de Guerra y obtener el Diploma de Estado Mayor. Lo consigui¨® en abril de 1936.
El golpe de Estado de Franco y los dem¨¢s generales le sorprendi¨® trabajando de ayudante en el Estado Mayor Central. La atm¨®sfera fuertemente pol¨ªtica de aquellos a?os s¨®lo le hab¨ªa tocado de manera tangencial. Consideraba que el Ej¨¦rcito no deb¨ªa abrazar ninguna causa y limitarse a cumplir con sus obligaciones. Era l¨®gico que cuando se produjo la "monstruosa sedici¨®n" (son sus palabras), Vicente Rojo decidiera cumplir con su deber. Y su deber era defender al Gobierno leg¨ªtimamente elegido.
Orden, disciplina, lealtad, respeto por la ley, sentido de la responsabilidad, honor, dignidad: ¨¦sas fueron las palabras que le sirvieron para justificar su posici¨®n. Las expresiones que utiliz¨® para nombrar lo que hab¨ªa desencadenado la rebeli¨®n eran tambi¨¦n transparentes: sofismas caprichosos, ambiciones desmedidas, af¨¢n de medrar, petulancia, intriga, irresponsabilidad, matoner¨ªa, instintos de venganza, ambici¨®n de poder.
Para un militar profesional como Rojo, los primeros meses de la contienda no fueron f¨¢ciles. Se hundi¨® el poder del Estado, el Ej¨¦rcito se disgreg¨®, y entre quienes defend¨ªan la Rep¨²blica conviv¨ªan las fuerzas que quer¨ªan imponer la revoluci¨®n y las que simplemente luchaban para defender la legalidad de un r¨¦gimen que estaba abriendo Espa?a a la modernidad. Las milicias tend¨ªan a desconfiar de los uniformes, y una de las primeras misiones de Rojo fue sustituir a un comandante que fue asesinado en Somosierra por su dudosa lealtad. A veces, esa "dudosa lealtad" consist¨ªa simplemente en recomendar a los inexpertos milicianos un poco de prudencia.
El momento m¨¢s dif¨ªcil se produjo cuando en septiembre de 1936 le enviaron a parlamentar con los militares rebeldes que se hab¨ªan hecho fuertes con un mont¨®n de rehenes en el alc¨¢zar de Toledo, la sede de la Academia: el lugar en el que hab¨ªa pasado ense?ando los mejores a?os de su vida. All¨ª, al otro lado, estaban Alam¨¢n y otros muchos compa?eros. Sab¨ªa que le pedir¨ªan que se quedara. A un hombre cat¨®lico como ¨¦l no ten¨ªan que gustarle muchos de los desafueros que se hab¨ªan cometido contra la Iglesia en la zona leal. Pas¨® una noche de perros, casi no pudo dormir. Pero confirm¨® la decisi¨®n ya tomada: seguir¨ªa cumpliendo con su deber, al lado de la Espa?a leal, aun cuando muchos de los que la defend¨ªan se arrastraran "en el fango". La misi¨®n en el alc¨¢zar fue un fracaso, y pocas semanas despu¨¦s las tropas franquistas tomaron Toledo.
Madrid estaba cada vez m¨¢s cerca de los enemigos de la Rep¨²blica. A Rojo le toc¨® mandar en octubre una columna en Illescas, en una de las iniciativas para detener el avance enemigo. Pero no sirvi¨® de nada: en los primeros d¨ªas de noviembre, las tropas franquistas hab¨ªan llegado a los arrabales de la capital.
El Gobierno se traslad¨® a Valencia el d¨ªa 6, convencido de que la resistencia durar¨ªa poco. Nombraron al general Miaja para que presidiera una Junta de Defensa y aguantara el embate. Rojo fue nombrado jefe del Estado Mayor, y fue, por tanto, el responsable de coordinar los esfuerzos en el frente. Madrid resisti¨®.
Y sigui¨® resistiendo despu¨¦s del ataque directo cuando Franco y sus generales quisieron tomar la ciudad avanzando por la carretera de A Coru?a, por el Jarama y por Guadalajara. El entonces teniente coronel Vicente Rojo no dej¨® de trabajar un instante: al mismo tiempo que coordinaba las batallas que se sucedieron en frentes distintos, establec¨ªa las l¨ªneas maestras del Ej¨¦rcito Popular, que se iba creando como el instrumento con que frenar a los militares rebeldes.
Tras el fracaso de las tropas italianas que colaboraban con Franco en Guadalajara, la guerra cambi¨® de rostro. No pudo ser un paseo triunfal de los rebeldes, as¨ª que se convirti¨® en una larga carnicer¨ªa. El peso de Vicente Rojo en el ej¨¦rcito republicano fue cada vez mayor. Fue nombrado jefe del nuevo Estado Mayor Central cuando Negr¨ªn lleg¨® al Gobierno, y suyas fueron las iniciativas ofensivas de Brunete y Belchite para frenar la conquista del norte, que aunque parcialmente exitosas no sirvieron de mucho. Con la toma de Teruel, que se inici¨® una g¨¦lida madrugada de diciembre, evit¨® que Franco avanzara sobre Madrid. La Rep¨²blica pudo seguir respirando.
Pero s¨®lo pod¨ªa hacerlo por periodos muy cortos de tiempo. La superioridad material fue cada vez mayor en el bando llamado nacional. Franco reconquist¨® Teruel, y en abril de 1938 parti¨® la zona republicana en dos al llegar al Mediterr¨¢neo. Quiso entonces llegar a Valencia y acabar la guerra, pero el ej¨¦rcito republicano se lo impidi¨® en unas jornadas que Rojo consider¨® tan heroicas como las que Madrid vivi¨® en noviembre de 1936.
El 25 de julio se inici¨® la batalla del Ebro. Las tropas que cruzaron el r¨ªo y sorprendieron al enemigo en una acci¨®n mod¨¦lica fueron las que unos meses antes no eran m¨¢s que una colecci¨®n dispersa de combatientes voluntariosos. ?sa era la aut¨¦ntica medida de la tarea tit¨¢nica que hab¨ªan desarrollado los militares profesionales en el seno de la Rep¨²blica.
La lucha contra el fascismo se hab¨ªa mantenido con la esperanza de que variara la coyuntura internacional, que conden¨® a la Rep¨²blica a batirse contra Franco y sus aliados alemanes e italianos con la ¨²nica ayuda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica (y M¨¦xico, y poco m¨¢s) y la no intervenci¨®n de las democracias brit¨¢nica y francesa. Se confiaba en que esas democracias comprendieran los afanes expansionistas de Hitler y Mussolini e hicieran causa com¨²n con la Rep¨²blica. En M¨²nich, el 29 de septiembre de 1938, se acab¨® definitivamente la esperanza. Hitler pudo hacerse con los Sudetes con la aquiescencia de Francia y el Reino Unido.
"Hemos de seguir pensando en valernos de nuestros propios recursos para continuar la lucha", le hab¨ªa escrito Rojo a Negr¨ªn el 19 de agosto. Se tem¨ªa lo peor. Pero lo grave era que esos recursos eran muy pobres para una tarea de tanta envergadura. Las penalidades de la guerra estaban haciendo mella en la retaguardia, y fueron muchos los que miraron con desconfianza el esfuerzo del Ebro.
Las tropas republicanas cruzaron de regreso el r¨ªo. La maquinaria de guerra de Franco avanz¨® sobre Catalu?a a finales de 1938, y el 9 de febrero de 1939 las ¨²ltimas tropas republicanas cruzaron la frontera de Francia.
Por indicaci¨®n de Negr¨ªn, Rojo se qued¨® en Francia a cargo de lo que quedaba del ej¨¦rcito y no volvi¨® a la zona central, donde la Rep¨²blica aguant¨® hasta el 1 de abril. Su estancia en el pa¨ªs vecino fue muy amarga. Mand¨® varias cartas furibundas a su antiguo jefe (con el que hab¨ªa tenido una gran complicidad): no entend¨ªa c¨®mo se pod¨ªa haber abandonado de esa manera al ej¨¦rcito, disperso en los terribles campos de concentraci¨®n. No recibi¨® respuesta directa hasta que Negr¨ªn le orden¨® incorporarse a la zona central. Pero no pudo hacerlo: el golpe de Casado se lo impidi¨®.
Cuando todo hubo terminado se instal¨® en Buenos Aires, donde estuvo desde finales de agosto de 1939 hasta enero de 1943. All¨ª vivi¨®, sobre todo, de las cr¨®nicas que public¨® en el diario Cr¨ªtica sobre el desarrollo de la II Guerra Mundial. Fund¨® la revista Pensamiento Espa?ol, y escribi¨® para el peri¨®dico El Sol los art¨ªculos sobre la Guerra Civil que m¨¢s adelante se convertir¨ªan en su libro Espa?a heroica (que junto a ?Alerta los pueblos!, que termin¨® en Francia, y As¨ª fue la defensa de Madrid constituyen su gran trilog¨ªa sobre la guerra).
El Ej¨¦rcito de Bolivia le contrat¨® como profesor de la Escuela de Guerra de Cochabamba. All¨ª ense?¨® desde enero de 1943 hasta finales del curso 1955-1956, y fue de nuevo feliz. Pero estaba ya muy enfermo, y los m¨¦dicos le recomendaron abandonar una ciudad que estaba a 2.500 metros sobre el nivel del mar para instalarse en un lugar m¨¢s bajo, donde pudiera respirar mejor. Decidi¨® volver a Espa?a e inici¨® las delicadas gestiones. Vivi¨® mucho m¨¢s de lo que pensaba: hasta el 15 de junio de 1966. Muchos espa?oles, entonces y a pesar del miedo, fueron a darle su ¨²ltimo adi¨®s.
Estos d¨ªas se publica 'Vicente Rojo. Retrato de un general republicano' (Tusquets), de Jos¨¦ Andr¨¦s Rojo.
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