Las leyes de la impostura
Cuando con veinti¨²n a?itos public¨® Menos que cero (1985), esa historia de pijos promiscuos y perversos entre snuff movies y materialismo envilecido, muchos pensaron que Ellis ser¨ªa un globo que poder reventar a medio hinchar. Pero su ¨®pera prima funcion¨® como proclama generacional de los desinhibidos ochenta, Ellis fue visto como sucesor de Salinger, desmitificador de los para¨ªsos en blanco y negro de Kerouac, gran esperanza blanca de la narrativa norteamericana y la Biblia en verso, y el globo fue hinch¨¢ndose con la borrachera de nihilismo de Las leyes de la atracci¨®n (1987). Ellis se erigi¨® en abanderado del Brat Pack que dar¨ªa lugar a lo que m¨¢s tarde Douglas Coupland llamar¨ªa Generaci¨®n X (Jay McInerney, Tama Janowitz et al.), en el cronista salvaje de la decadencia moral del capitalismo salvaje. Cuando apareci¨® American Psycho (1991) el globo se escap¨® de las manos alcanzando dimensiones gigantescas. Fue tal el sadismo de aquella encarnaci¨®n del Dr. Jekyll llamada Patrick Bateman, que la novela se convirti¨® en un long-seller que a¨²n vende mil ejemplares al mes en Estados Unidos y Ellis fue el amado monstruo proscrito del establishment literario por pensar que la literatura se hace con v¨ªsceras y no con palabras. Llega Lunar Park, un ejercicio artificioso y onanista en el que Ellis se vuelve personaje y emprende su camino de redenci¨®n sintetizando sus veinte a?os de celebridad literaria: "Me limit¨¦ a yacer mientras esperaba el final escabroso de mi incendiaria carrera". Se limit¨® a novelar su biograf¨ªa, de modo que el argumento inicial de Lunar Park no es sino un teatral strip-tease emocional de su autor, que huye del desquiciado glamour de Nueva York a un suburbio residencial en el que vive en familia y por el que merodean como fantasmas la sombra de su m¨ªtico personaje, el psic¨®pata Patrick Bateman y el Mercedes crema de su difunto y odiado padre. Desaparecen chicos, los peluches cobran vida, llegan e-mails de una pesadilla anterior y la novela, que hab¨ªa arrancado en una comedia de id¨ªlico costumbrismo de teleserie, se ti?e de goticismo de cart¨®n y juega a emular el terror de Stephen King. Perdido en la casa encantada de Elsinore Lane (en obvia referencia a Hamlet y su conflicto paterno-filial), Ellis parece debatirse en vano contra los fantasmas de su vida y de su obra, entre ecos a Los muertos de Joyce, alcohol, concesiones al sentimentalismo ins¨®litas en ¨¦l, sus peculiares injertos de realidad en la ficci¨®n y parodia, mucha parodia. Un pu?ado de escenas dom¨¦sticas antol¨®gicas, a la manera de American Beauty, junto a tiernos di¨¢logos infantiles transcritos con su o¨ªdo proverbial, el recurso a la esquizofrenia entre Ellis-escritor y Ellis-personaje, su demoledora s¨¢tira social -ni?os ultramedicados acuden a fiestas rutinarias entre padres hip¨®critas que interpretan en el plat¨® de la vida un anuncio de frascos de felicidad integral- o el mon¨®logo l¨ªrico final ponen de manifiesto que, sepultada bajo los escombros del clich¨¦ y la impostura, sobrevive la literatura.
LUNAR PARK
Bret Easton Ellis
Traducci¨®n de Cruz Rodr¨ªguez Juiz
Mondadori. Barcelona 2006
380 p¨¢ginas. 19 euros
Por fortuna para sus m¨²lti
ples detractores, Ellis es de los que tropieza una y otra vez con las mismas piedras de siempre -sexo, s¨¢tira, violencia- porque es incapaz de salirse del camino que un d¨ªa emprendi¨®. La baraja es la misma, pero cada vez juega mejor sus cartas d¨¢ndole nuevas vueltas de tuerca a ese estilo histri¨®nico, solipsista, acelerado y trufado de referencias a la cultura pop que ha ido envolviendo su narrativa hasta ahogarla en el clich¨¦. Aumentan la endogamia entre sus personajes -que al no poder cambiar de vida, porque son tipos, cambian de novela-, y las autocitas y gui?os constantes a su propio universo literario, y un castillo de naipes sustituye una buena historia. Lunar Park puede f¨¢cilmente entenderse como un ejercicio de autoparodia, y tal vez no tanto por haber hecho de su propia biograf¨ªa materia literaria, convirti¨¦ndose ¨¦l mismo en protagonista de su novela -una segunda acepci¨®n de metaficci¨®n es "guarida en la que se refugian quienes no tienen historias que contar"- cuanto por reutilizar hasta la saciedad sus trucos, temas y rasgos de estilo consiguiendo que esta ¨²ltima novela valga por el ep¨ªtome de su obra entera. Lunar Park pretende ser el relato en el que Ellis juega a redimirse de sus m¨²ltiples pecados morales, pero Lunar Park es en realidad la mascarada de carnaval convocada por el autor para que acudan sus criaturas, paranoias, recurrencias y simulacros, y bailen hasta que el lector apague la m¨²sica y queden s¨®lo los fuegos de artificio. El texto de Lunar Park es un palimpsesto gastado por tantas sobreescrituras llevadas a cabo por Ellis, el espejo de Narciso hecho a?icos.
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