Hab¨ªa una deuda
Esta obra cimera fue una revelaci¨®n para Ingmar Bergman, que la escenific¨® antes de filmar El s¨¦ptimo sello. En Espa?a se puso en escena en 1933, y fue un fracaso. 30 a?os despu¨¦s, Jos¨¦ Tamayo hizo lo que deber¨ªan haber hecho los Teatros Nacionales de entonces. Su montaje de Divinas palabras es el primero de una obra de Valle-Incl¨¢n del que sabemos con precisi¨®n c¨®mo era: su desnudez iba bien encaminada. Gerardo Vera, director del CDN, viene a saldar una deuda hist¨®rica con esta tragedia.
Divinas palabras cuenta una disputa por la custodia de un enano hidroc¨¦falo. Lo quieren Marica del Reino, su t¨ªa, y Mari-Gaila, mujer de Pero, el sacrist¨¢n. El monstruo despierta compasi¨®n, y esperan conseguir buenas limosnas sac¨¢ndolo por esas ferias. Es una paradoja, desean el horror. La autoridad dicta una sentencia salom¨®nica: que cada rama de la familia lo tenga media semana.
Divinas palabras
De Ram¨®n del Valle-Incl¨¢n. Versi¨®n: Juan Mayorga. Int¨¦rpretes: Fernando Sansegundo, Elisabet Gelabert, Jes¨²s Noguero, Ester Bellver, Pietro Olivera, Sonsoles Benedicto, Julia Trujillo, Emilio Gavira, Julieta Serrano, Gabriel Garbisu, Alicia Hermida, Abel Vit¨®n... Movimiento: Mar Navarro. M¨²sica: Luis Delgado. Iluminaci¨®n: J. G. Cornejo. Vestuario: Alejandro And¨²jar. Escenograf¨ªa: R. S¨¢nchez Cuerda y G. Vera. Direcci¨®n: Gerardo Vera. Madrid. CDN. Teatro Valle-Incl¨¢n. Del 23 de febrero al 9 de abril.
Adem¨¢s del montaje de Tamayo, es de referencia el de V¨ªctor Garc¨ªa, con Nuria Espert cabalgando los tubos de un ¨®rgano, met¨¢fora de la energ¨ªa sexual y de su represi¨®n por el poder eclesi¨¢stico. Tambi¨¦n el de Jos¨¦ Carlos Plaza, y el de Atalaya, energ¨¦tico, expresionista. ?ste de Gerardo Vera inaugura el Teatro Valle-Incl¨¢n, en el solar que ocup¨® la Sala Olimpia.
Juan Mayorga, autor de la versi¨®n, ha respetado el texto. Hay alguna supresi¨®n, alg¨²n cambio de sitio de fragmentos de escenas, y una novedad: empieza como si los actores estuvieran prepar¨¢ndose para incorporar sus personajes. Ricardo S¨¢nchez-Cuerda y Gerardo Vera han creado un espacio esc¨¦nico limpio, abierto, modulado por la luz de Juan G¨®mez Cornejo.
En medio de esa nada, hay un abedul, que es descuajado y elevado por los aires para convertirse en la cabalgadura que el diablo le presta a Mari-Gaila: sus ra¨ªces al descubierto simbolizan la fuerza del sexo. Otra particularidad de esta versi¨®n: Coimbra, el perro sabio, encarnado por Pietro Olivera, est¨¢ omnipresente, cose las escenas, y es tambi¨¦n encarnaci¨®n del trasgo.
En el escenario enorme de este nuevo teatro, la energ¨ªa de los actores se dispersa. Hay excepciones: Alicia Hermida (Marica del Reino) llega con fuerza, dice con naturalidad expresiva. Elisabet Gelabert le presta a Mari-Gaila juventud, encanto, nervio. Cuaja su trabajo. Pero-Gailo es un papel enga?oso, dif¨ªcil de sujetar (pide actores de m¨¢s edad que el personaje). Fernando San Segundo brega con ¨¦l.
El montaje de Gerardo Vera est¨¢ en estilo. Cuaja en el ¨²ltimo tercio, va a m¨¢s: por eso acaba dejando buen sabor de boca. Es mejor en los d¨²os, tr¨ªos y escenas recogidas que en las de conjunto, va in crescendo. Al final, Pero-Gailo dice las palabras en lat¨ªn desmadejado, sin emoci¨®n y, parad¨®jicamente, su desvalimiento produce respeto y emoci¨®n en la muchedumbre airada, y en el p¨²blico. No es el final. Apaciguados, los personajes se despojan de s¨ª, y reaparecen los actores, como al principio, ahora con la catarsis en la piel.
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