La encrucijada
EL PRESIDENTE Zapatero ha emitido tantas se?ales respecto a un proceso de fin de la violencia en Euskadi que su futuro pol¨ªtico est¨¢ cada vez m¨¢s ligado a lo que haga ETA. La sensaci¨®n de que se est¨¢ a la espera de un anuncio de ETA no s¨®lo es inc¨®moda, es desagradable y, en cierto sentido, degradante. Pero tal como se han llevado las cosas, para Zapatero la tregua es ya una necesidad. Afortunadamente para el presidente, el escepticismo de los ciudadanos juega a su favor: estamos acostumbrados a las frustraciones en materia de terrorismo. Dicen sus aduladores que el presidente lleva el optimismo en la sangre. Confiemos, sin embargo, que este don natural no le impida la humana debilidad de tener momentos de duda. Y si mira al pasado se encontrar¨¢ con un hecho que merece reflexi¨®n: sus dos antecesores salieron del poder con una imagen mucho peor de la que pod¨ªan haber so?ado por dos hechos relacionados con ETA: el GAL y el intento de endosar doscientos muertos al terrorismo vasco. No es ning¨²n fatalismo. Es, simplemente, el recuerdo de lo extremadamente compleja y delicada que es la pol¨ªtica antiterrorista.
La actividad de ETA ha repuntado, la campa?a de extorsi¨®n a empresarios y profesionales vascos se ha intensificado mucho, y vuelve la violencia callejera. Para el PP es la prueba de que las cosas se est¨¢n haciendo mal; los optimistas establecen comparaciones con las semanas previas a la anterior tregua de ETA y presentan estos hechos como un acopio de recursos para cuando no puedan chantajear con atentados y como la repetici¨®n de un cierto ritual destinado a que su gente no vea una hipot¨¦tica renuncia a la violencia como una prueba de debilidad y derrota.
Desde el Gobierno hasta el entorno abertzale todo el mundo coincide en que este proceso -convertir la derrota de ETA en fin definitivo de la violencia- ser¨¢ largo y no exento de obst¨¢culos. Dicen que en Batasuna cifran el final en 2012. No creo que esta fecha tenga m¨¢s valor que cualquier otra, pero en todo caso es indicativa de que se tardar¨¢ tiempo en poder decir que este problema se acab¨®. Hay, sin duda, una cita en el calendario, las pr¨®ximas elecciones municipales, que presiona positivamente sobre el proceso. Para Batasuna, poder presentarse a ellas es cuesti¨®n de vida o muerte. Ante los largos tiempos que el proceso requiere, es ya ineludible que el Gobierno pueda contar con el apoyo del PP. Y esto impone obligaciones a las dos partes: a Zapatero, puesto que ¨¦l como presidente es en ¨²ltima instancia el responsable de que el acuerdo exista, y a Rajoy, que debe abandonar la irresponsabilidad de utilizar la lucha antiterrorista para regresar al poder.
La advertencia de Maite Pagaza no puede pasar inadvertida a ninguno de los dos. Zapatero no puede escudarse en la intransigencia del PP. Y Rajoy, si no es sordo, habr¨¢ entendido que, en el fondo, le estaban diciendo que basta ya de utilizar a las v¨ªctimas. Tambi¨¦n el PP est¨¢ en su particular encrucijada. Y debe decidir el camino que toma. Los que leen bien las encuestas -y en el PP los hay- saben perfectamente que no tienen razones para el triunfalismo: han fidelizado a los suyos pero se est¨¢n encerrando en su propio espacio. El PP tiene fuera de su alcance la mayor¨ªa absoluta, y sin ella, aislado de los dem¨¢s partidos, es improbable que gobierne.
Si la pol¨ªtica fuera siempre l¨®gica, como pretenden los que olvidan el decisivo factor humano, los populares abandonar¨ªan una buena parte del ruido que generan y emprender¨ªan rutas m¨¢s positivas para la acci¨®n opositora. Pero todos sus dirigentes -incluido Rajoy- est¨¢n contaminados hasta las cejas por el principio del resentimiento. Para algunos de ellos es imposible cambiar; otros, si cambiaran, no ser¨ªan cre¨ªbles, y a los que pueden cambiar les servir¨¢ de poco si no pueden quitarse de encima el lastre que les dej¨® Aznar: los hombres de la guerra y de la desastrosa gesti¨®n del 11-M. De ah¨ª que el juicio sobre las intenciones de la convenci¨®n del PP quede congelado hasta ver en qu¨¦ se traduce en la pr¨¢ctica. No es f¨¢cil imaginarse a Acebes transmutado en Rato, y, hoy por hoy, la imagen del PP sigue siendo Acebes.
La ciudadan¨ªa juzgar¨¢, en su momento, qui¨¦n ha trabajado para el fin de la violencia y qui¨¦n ha utilizado el terrorismo con criterios estrictamente partidistas.
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