'Freakonomics': el lado oculto de todas las cosas
Cuando muchos pens¨¢bamos que el blog m¨¢s visitado del mundo era el de Arcadi Espada, The New York Times atribuye este gran t¨ªtulo, m¨¢s o menos, al de Freakonomics, el libro de moda entre gentes del marketing, la econom¨ªa, la sociolog¨ªa y la curiosidad contempor¨¢nea, en general.
Esta obra, editada hace un a?o, lleva 50 semanas en las listas de los best sellers en Estados Unidos y aparece ya en los hit parades de Europa.
Efectivamente, no constituye una pieza capital en la historia del conocimiento cient¨ªfico, pero posee la virtud, al modo de El C¨®digo Da Vinci, de buscar hacer visible lo invisible o de conculcar la obviedad mediante la intuici¨®n o el juego.
Sus autores, Steven D. Levitt y Stephen J. Dubner, se han asociado para el ¨¦xito, puesto que el primero piensa bien y escribe mal mientras el segundo pertenece a este g¨¦nero period¨ªstico conspicuo donde sin poseer ninguna idea se alcanza a expresarla con perfecci¨®n. De tal alianza ha nacido Freakonomics, que se autodefine como discurso heterodoxo donde se explican las cosas desde una ¨®ptica inesperada.
En esta cultura del consumo instant¨¢neo no quedan muchas oportunidades para dar fundadas explicaciones contracorriente
En Estados Unidos se toman m¨¢s precauciones contra el uso de armas por parte de los ni?os que para evitar que se ahoguen en las piscinas
Un principio en que se fundan los an¨¢lisis es la importancia del incentivo o los acicates individuales que tanto interesaron a Adam Smith. Las gentes se mueven por incentivos no siempre econ¨®micos, sino tambi¨¦n morales o de consideraci¨®n social. La suposici¨®n, por ejemplo, de que los ciudadanos donar¨ªan m¨¢s sangre si se pagara muy bien, conducir¨ªa a la paradoja de disuadir a las muchas personas que lo hacen humanitariamente y provocar¨ªa, acaso, robos, acuchillamientos, falsificaciones y entregas infectadas.
Efectos contrarios
Un incentivo de tres d¨®lares de multa fue aplicado a los padres que recogieran a sus hijos tarde en algunas guarder¨ªas de Haifa, en Israel, y el efecto fue contrario al previsto. La multa sirvi¨® para que un mayor n¨²mero de progenitores mitigaran su sentimiento de culpa y el n¨²mero de retrasados creci¨® espectacularmente.
Instruidos en esta ecuaci¨®n, en varias ciudades de Estados Unidos donde se persigue la prostituci¨®n, la pena no consiste en que el cliente pague 500 d¨®lares o m¨¢s, sino en sufrir la verg¨¹enza de ver difundidas sus fotos por Internet.
Estudiar las reacciones que yacen en lo menos evidente es el desaf¨ªo general de Freakonomics, unas veces a trav¨¦s de los valores econ¨®micos y otras gracias a entrecruzar la econom¨ªa con fuerzas relativamente ajenas a su demarcaci¨®n.
El ascenso de la criminalidad juvenil, por ejemplo, fue considerada la plaga m¨¢s atroz en el Estados Unidos de los a?os ochenta y comienzos de los noventa, pero, en 1995, casi de s¨²bito, las cifras porcentuales bajaron en un 50%.
?Razones? Los analistas policiales y los departamentos universitarios, adem¨¢s de la clase pol¨ªtica, improvisaron algunos discursos explicativos de manera convencional (educaci¨®n, represi¨®n, bonanza econ¨®mica, etc¨¦tera). Ninguno tuvo en cuenta, seg¨²n Levitt, la legalizaci¨®n del aborto en los a?os setenta que permiti¨® a muchas familias marginales no dar a luz hijos tradicionalmente condenados a prisi¨®n.
La relaci¨®n entre causa y efecto casi nunca se halla en los eslabones m¨¢s pr¨®ximos, dice Freakonomics. Pero tampoco las interpretaciones m¨¢s generalmente aceptadas conducen a la verdad. Las gentes temen m¨¢s a los viajes en avi¨®n que en coche, cuando, en efecto, la probabilidad de sufrir un percance es incomparablemente menor. Pero se es aprehensivo, sobre todo, a la aparatosidad del cataclismo y su fulgurante aparici¨®n.
En las enfermedades se teme m¨¢s los ataques al coraz¨®n que los lentos y fatales deterioros del pulm¨®n o del h¨ªgado. Pero tambi¨¦n desencadena m¨¢s temor la posibilidad de un acto terrorista que la de un episodio cardiovascular. Igualmente, en Estados Unidos se toman muchas m¨¢s precauciones -aunque no parezca- contra el uso de armas por parte de los ni?os que algunas medidas para evitar que se ahoguen en las piscinas.
La realidad muestra, no obstante, que la proporci¨®n de menores de 10 a?os liquidados por armas de fuego es de uno por cada mill¨®n de artefactos, 200 cada a?o, mientras la cifra de ahogados en las seis millones de piscinas es de unos 550.
La familiaridad de la piscina en comparaci¨®n con el respeto al arma reduce el cuidado de aquella potencial amenaza. Lo mismo que tambi¨¦n ocurre en el caso de los autom¨®viles. La importante cantidad de horas compartidas con el coche induce a convertirlo en parte de nuestras vidas, mientras que el avi¨®n mantiene todav¨ªa su relativa extra?eza. Con todo, en t¨¦rminos de horas frecuentadas, la incidencia del accidente viene a ser pr¨¢cticamente la misma. Perecemos menos volando a causa de que no volamos m¨¢s.
El descubrimiento de estas realidades a modo de acertijos no alterar¨¢n acaso nuestras costumbres, pero ayudan a sentirse o creerse m¨¢s avispado.
Muchos colegios en Estados Unidos son m¨¢s estimados y apoyados econ¨®micamente cuando demuestran ser m¨¢s eficientes. Pero ?qui¨¦n demuestra la eficiencia?: las calificaciones de los alumnos supervisadas por inspectores que llegan de fuera.
Un surtido de trampas
Con facilidad y desenfado, los autores de Freakonomics enumeran el surtido de trampas para burlar la inspecci¨®n y en cuyo enga?o participan activamente los profesores y los directores. Los colegios de nombres prestigiosos no son, necesariamente, los de mejores contenidos. Igual que los nombres de las personas no presagian sus destinos.
El libro cuenta, por ejemplo, el caso del neoyorquino Robert Lane, que, en vistas a brindar lo mejor a su primer hijo, le dio el nombre de Winner (Ganador), pero despu¨¦s, por seguir experimentando, llam¨® a un segundo v¨¢stago Loser (Perdedor). Efectivamente, como la literatura nos ha ense?ado sobradamente, el triunfador fue el segundo, y el fugitivo de la ley, ladr¨®n y pendenciero, el primero. No son los nombres quienes correlacionan con el nivel social, sino el nivel social o la raza (blanca, negra, asi¨¢tica, en Estados Unidos) la que simult¨¢neamente orienta tanto el apelativo como el estatus.
Los padres, en general, se muestran muy interesados por las atenciones o comportamientos que puedan ofrecer a sus hijos para hacer de ellos los ejemplares m¨¢s distinguidos. Entre esas aportaciones, una correlaci¨®n muy aceptada en el mundo de la educaci¨®n es la existente entre alumnos que destacan y hogares con una gran cantidad de libros. ?Conclusi¨®n? La conclusi¨®n de Rod Blagojevich, gobernador de Illinois, a principios de 2004 fue lanzar una campa?a con regalos librescos para nutrir los hogares de su dominio. Todo ello sin ¨¦xito alguno. Porque no son los libros -contemplados en los anaqueles o le¨ªdos por los padres a sus peque?os- quienes potencian sin falta los resultados escolares, sino que son los padres asociables al gusto por la cultura, propensos a escuchar, interesados por la armon¨ªa dom¨¦stica y capaces de pasar m¨¢s horas en casa quienes resultan decisivos.
El efecto real, llega, en fin, por donde menos se lo espera y casi nunca por aquella direcci¨®n sobre la que nos informan habitualmente. Los medios de comunicaci¨®n, tanto generales como especializados, se abocan ¨¢vidamente sobre las cifras y noticias llamativas, aman y explotan el suceso antes que el proceso.
En esta cultura del consumo instant¨¢neo no quedan muchas oportunidades para ahondar y menos todav¨ªa para dar fundadas explicaciones contracorriente. Tanto en la violencia dom¨¦stica como en los accidentes de tr¨¢fico, en el absentismo escolar como en las depresiones de los profesores, en la inercia de los pol¨ªticos como en la inepcia de los pol¨ªticos como en la perversi¨®n de su omn¨ªmoda presencia se esconde lo mejor. Hacer visible lo visible fue en Hegel la primera norma de su af¨¢n. Estos dos cuarentones norteamericanos son otro mundo, pero ?c¨®mo no pensar que su historia regresa al t¨®pico lugar del crimen?
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