Adi¨®s a la educaci¨®n
No s¨¦ si los menos j¨®venes recuerdan un tiempo en que se ense?aba y apreciaba algo que la lengua coloquial sol¨ªa llamar educaci¨®n, aunque tambi¨¦n ten¨ªa otros nombres: cortes¨ªa, buenos modales, urbanidad, civilidad. No se trataba, por suerte, de reglas estiradas y presuntuosas relativas al empleo de los cubiertos o a la indumentaria adecuada a cada ocasi¨®n social (pocas cosas m¨¢s zafias, de hecho, que los "manuales" que pretenden dictar tales normas), sino de una convenci¨®n mucho m¨¢s simple, menos engolada y m¨¢s o menos aceptada por todo el mundo independientemente de su clase, fortuna u origen: algo tan b¨¢sico que en realidad estaba al alcance de cualquiera, y en parte lo estaba porque llevaba siglos instalado y asentado en el conjunto de la sociedad. Pedir por favor y dar las gracias era de lo primero que se ense?aba a los ni?os, a todos, con las sempiternas preguntas admonitorias, "?C¨®mo se pide?" y "?Qu¨¦ se dice?", que todos los padres de generaciones y generaciones han repetido a sus hijos peque?os hasta la saciedad, para que se acostumbraran. No digo que esto no est¨¦ a¨²n vigente en muchos casos, es m¨¢s, el noventa y nueve por ciento de las madres que hayan podido leer estas l¨ªneas habr¨¢ pensado: "?Qu¨¦ se cree este? Yo lo hago o lo he hecho as¨ª con todos mis cr¨ªos".
Puede ser. Y sin embargo, es obvio que en esta ¨¦poca esa clase de gentilezas -poco costosas, adem¨¢s- parecen muy prescindibles, una p¨¦rdida de tiempo e incluso algo no del todo bien visto por gran parte de la poblaci¨®n mundial, aunque el desd¨¦n por ellas se acent¨²a en Espa?a m¨¢s que en ning¨²n otro pa¨ªs que yo conozca. No resulta f¨¢cil saber por qu¨¦ la cortes¨ªa "cay¨® en desgracia" (?se la asoci¨® est¨²pidamente a una especie de servilismo?), siendo como era algo inocuo, que hac¨ªa la vida m¨¢s grata y cuya ausencia, en cambio -al menos a quienes la hemos conocido casi omnipresente-, provoca irritaci¨®n y ganas de llamarle la atenci¨®n al grosero. Y si uno cede a esas ganas de vez en cuando, suele encontrarse con dos reacciones principalmente: a) estupor, como si estuviera hablando de una extravagancia incomprensible; b) indignaci¨®n, como si esperar buenas maneras fuera una impertinencia y una ofensa. Lo m¨¢s probable es que a uno le caiga una lluvia de insultos en su lugar, por lo que casi nadie se atreve ya a llamarle la atenci¨®n a nadie. Es peor.
Ocurre en todos los ¨¢mbitos. Cuando me piden, por ejemplo, un art¨ªculo o una entrevista para una publicaci¨®n, siempre me anuncian que me mandar¨¢n un ejemplar, pero casi nadie cumple, dejando bien claro que las amabilidades terminan en el momento en que se ha obtenido lo que se quer¨ªa, y luego que me den dos duros. Cuando uno entra en una tienda, es muy frecuente que los dos o tres dependientes est¨¦n de charla entre s¨ª y que uno les resulte invisible hasta que se inmiscuye, elevando de m¨¢s la voz. Raro es desde luego el taxista que da los buenos d¨ªas o noches y a¨²n m¨¢s raro el que agradece una generosa propina que los clientes a¨²n no estamos obligados a dar, como en Nueva York. Tengo observado desde hace a?os que en las calles, al cruzarse la gente en un tramo no amplio (apenas los hay amplios en Madrid, todo lleno de chirimbolos, pivotes, contenedores y andamios), casi nadie hace el m¨¢s m¨ªnimo gesto no ya de apartarse, sino de "estrecharse" un poco; si uno no se hace a un lado, recibir¨¢ probablemente un topet¨®n, si es que no se ver¨¢ arrollado. Esta es una costumbre, por cierto, de personas de toda edad, sobre todo de se?oras talludas que avanzan por las aceras como si fueran el doble de anchas de lo muy anchas que son, o bien Rommel por el desierto, o bien princesas de cuento asi¨¢tico, esto es, desp¨®ticas. No hablar¨¦ de nuevo -aunque tocar¨ªa- de las tremendas voces que se oyen todas las noches, procedan de las m¨¢s finas gargantas o de los gaznates m¨¢s brutales, chillan todos por igual.
Hace unas semanas, so pretexto de la victoria del Barcelona en la Copa de Europa (enhorabuena), centenares de descerebrados aprovecharon para arrasar Canaletas y las Ramblas, saquear comercios, pegarse con la polic¨ªa y mearse en las fachadas: lo mismo que hacen los descerebrados de todas partes en cuanto se celebra un festejo de los que tanto gustan en Espa?a -masas a beber y hacer el chorras en la calle, no hay poblaci¨®n que no tenga una semana de eso al a?o como m¨ªnimo, lo llaman "fiestas patronales" y lo financian los Ayuntamientos, asimismo descerebrados y maleducados-.
Una amiga barcelonesa y muy cul¨¦ me preguntaba: "?Qu¨¦ se puede hacer con esta gente?" Mi respuesta no pudo ser m¨¢s pesimista: a la larga, educar, pero ya es tarde para eso, ni siquiera hay inter¨¦s por parte de los pol¨ªticos en que vuelva a existir aquello antiguo, la educaci¨®n; se la ha abandonado; y a la corta, aguantarse. Todo el mundo sabe que ser grosero y destrozar hoy sale gratis, y que a nadie se le cae el pelo por ello, por utilizar una expresi¨®n tambi¨¦n antigua. La cortes¨ªa y la consideraci¨®n son de otro tiempo, as¨ª lo quieren las autoridades. S¨®lo nos queda decirles adi¨®s, y recordarlas.
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