El Hitler africano
Idi Am¨ªn Dad¨¢ gobern¨® Uganda como un dictador de 1971 a 1979. Cuando finalmente fue derrocado dej¨® tras de s¨ª m¨¢s de 300.000 cad¨¢veres, miseria y devastaci¨®n. Sus atrocidades eran incontables: mostraba las ejecuciones en directo por televisi¨®n, mutil¨® el cad¨¢ver de una de sus esposas? y no pag¨® por ello. Muri¨® en la cama.
Semanas despu¨¦s del estreno de su pel¨ªcula documental sobre el presidente ugand¨¦s Idi Am¨ªn Dad¨¢, el cineasta Barbet Schroeder empez¨® a recibir llamadas desde Uganda. Sorprendido en pleno sue?o, el director tard¨® unos minutos en entender las frases entrecortadas de sus interlocutores. Le hablaban en franc¨¦s, muchos de ellos llorando: "Se?or, haga lo que le dice"? "mis hijos est¨¢n aqu¨ª, se?or, h¨¢gale caso". Schroeder comprendi¨® por fin. Unos d¨ªas antes se hab¨ªa negado a suprimir de su pel¨ªcula sobre Am¨ªn algunas escenas que no gustaron al dictador. As¨ª que el tirano encerr¨® en un hotel a un mont¨®n de ciudadanos franceses con sus familias, les dio el tel¨¦fono de Schroeder y pidi¨® que le explicaran la necesidad de retirar del filme las secuencias de la discordia. Aquella misma noche, el director se comprometi¨® a censurar su pel¨ªcula. Conoc¨ªa lo suficientemente bien a Idi Am¨ªn Dad¨¢ como para saber que matar¨ªa a todos aquellos franceses, ni?os incluidos, si sus demandas no eran atendidas.
Idi Am¨ªn Dad¨¢ rigi¨® los destinos de Uganda de 1971 a 1979. Le bastaron ocho a?os para hacer perder al pa¨ªs el tren del progreso. Uganda, llamada por Churchill "la perla de ?frica", fue la joya del imperio brit¨¢nico en ?frica. Su clima benigno, la extraordinaria fertilidad de la tierra, la belleza de sus paisajes y el caudal de los r¨ªos hac¨ªan de Uganda una naci¨®n con posibilidades de desarrollo. All¨ª se encuentran las fuentes del Nilo, las Monta?as de la Luna, bosques de caucho, extensas plantaciones de t¨¦ y de caf¨¦, selvas v¨ªrgenes y lagos con nombres de reyes. Si en el ?frica expoliada por las colonizaciones hab¨ªa un pa¨ªs con opciones de futuro, ¨¦se era Uganda. Pero el destino hab¨ªa dispuesto las cosas de otra manera. Cuando Am¨ªn fue derrocado, dej¨® tras de s¨ª 300.000 cad¨¢veres y una naci¨®n devastada econ¨®mica y moralmente, donde el robo, la extorsi¨®n y el crimen eran una forma de vida.
Idi Am¨ªn naci¨® en 1925 en una familia de campesinos pertenecientes a la tribu kakwa. No hab¨ªa terminado los estudios primarios cuando ingres¨® como pinche de cocina en el cuerpo de Fusileros Africanos del Rey, as¨ª que sus primeras actividades militares se limitaron a mondar patatas. Las acciones b¨¦licas llegar¨ªan en los a?os cincuenta, durante la insurrecci¨®n en Kenia de los Mau Mau. Am¨ªn se revel¨® como un buen soldado, y no tard¨® en ser ascendido. Adem¨¢s, su f¨ªsico imponente (med¨ªa 1,95 y pesaba m¨¢s de 100 kilos) le inclin¨® hacia la pr¨¢ctica del boxeo (lleg¨® a ser campe¨®n ugand¨¦s de los pesos pesados de 1951 a 1959). Su condici¨®n de deportista de ¨¦lite hizo subir su popularidad. El presidente del pa¨ªs, Milton Obote, se fij¨® en ¨¦l y fue haci¨¦ndolo pasar por puestos de responsabilidad. Idi Am¨ªn, el iletrado, el casi analfabeto, aprovech¨® cada oportunidad que le ofrec¨ªan.
En 1962, Uganda obtuvo la independencia de Inglaterra, pa¨ªs al que hab¨ªa estado unido en r¨¦gimen de protectorado desde 1894. Llegaban tiempos nuevos, y, convertido en uno de los hombres de confianza del presidente Obote, Idi Am¨ªn fue nombrado jefe del Estado Mayor. Pod¨ªa no ser culto ni inteligente, pero pose¨ªa esa clase de agudeza pedestre que resulta suficiente para medrar. Empez¨® a dirigir negocios de contrabando con los que amas¨® una fortuna y a los que Obote no era ajeno, y fue creando a su alrededor una guardia pretoriana en la que se apoy¨® para dar un golpe de Estado en enero de 1971.
La llegada al poder de Idi Am¨ªn trajo consigo una profunda purga del ej¨¦rcito, la polic¨ªa y los funcionarios. Se hizo desaparecer a todos aquellos que se supon¨ªan leales al depuesto presidente Obote, especialmente a los pertenecientes a las tribus langui y acholi, muchos de los cuales ten¨ªan puestos de responsabilidad. Para cubrir los centenares de vacantes que quedaron en el ej¨¦rcito y la Administraci¨®n, Idi Am¨ªn recurri¨® a su propia gente. Eran tantos los puestos a ocupar, que se vigil¨® muy poco la idoneidad de los candidatos. Oficinas y ministerios eran manejados por analfabetos. La situaci¨®n era tan descontrolada que dentro del ej¨¦rcito hubo oficiales que se ascendieron a s¨ª mismos. El mundo civilizado se dijo que aquel caos era el peaje que hab¨ªa que pagar para que la situaci¨®n se normalizara. Idi Am¨ªn estaba estableciendo una dictadura atroz, pero el Primer Mundo prefiri¨® mirar hacia otro lado y esperar acontecimientos.
El desorden administrativo vino acompa?ado de los primeros problemas econ¨®micos. Un a?o despu¨¦s de su llegada al poder, Am¨ªn tuvo una idea brillante: expulsar del pa¨ªs a los ciudadanos asi¨¢ticos que llevaban d¨¦cadas establecidos en Uganda y expropiar sus propiedades para entregarlas a los ugandeses. El dictador, que hab¨ªa expresado su admiraci¨®n por la figura de Adolf Hitler, utiliz¨® los argumentos del genocida a la hora de organizar los pogromos de los jud¨ªos: los asi¨¢ticos eran avaros, estafadores y se hab¨ªan hecho ricos enga?ando a los ugandeses. Pero aquello se hab¨ªa acabado: indios, bengal¨ªes y paquistan¨ªes ten¨ªan tres meses para salir del pa¨ªs. S¨®lo podr¨ªan llevar encima el equivalente a 100 d¨®lares.
Nadie os¨® discutir la decisi¨®n. En noventa d¨ªas, unas setenta mil personas abandonaron Uganda dejando tras de s¨ª todo lo que pose¨ªan. Ni siquiera los m¨¢s agoreros habr¨ªan podido pronosticar que la econom¨ªa del pa¨ªs hab¨ªa quedado herida de muerte. Porque eran los asi¨¢ticos quienes sosten¨ªan casi el cien por cien del tejido comercial ugand¨¦s. Entre ellos hab¨ªa grandes propietarios de factor¨ªas diversas, de ingenios azucareros a tostaderos de caf¨¦ o f¨¢bricas de tejidos, pero tambi¨¦n centenares de peque?os comerciantes cuyas tiendas abastec¨ªan a la poblaci¨®n. De los colmados a las empresas, todo qued¨® abandonado y fue repartido sin orden ni concierto entre la gente de Idi Am¨ªn. Muchas de las tiendas se entregaron a militares que despachaban a los clientes vestidos en traje de campa?a. Un polic¨ªa se hizo cargo de una camiser¨ªa y confundi¨® las etiquetas de las tallas con las de los precios, as¨ª que vendi¨® la mercanc¨ªa por cantidades irrisorias. Un criadero de reses fue traspasado a un carnicero amigo de Am¨ªn. El tipo las mat¨® a todas para vender la carne, y luego ech¨® el cierre. No hace falta decir que en cuesti¨®n de semanas todos aquellos negocios fueron llevados a la ruina.
Mientras, en el pa¨ªs se inauguraba una era de terror impuesta por los esbirros de Am¨ªn. Los asesinatos eran algo que ocurr¨ªa todos los d¨ªas. Las c¨¢rceles se convirtieron en centros de tortura. Aquellos que consiguieron escapar con vida de los centros de exterminio relataban los horrores vividos. En una ocasi¨®n se requiri¨® a unos reci¨¦n llegados a la prisi¨®n de Makindye para limpiar una celda. Espantados, descubrieron que en el suelo hab¨ªa m¨¢s de un dedo de sangre, y en las paredes, restos org¨¢nicos de los presos que les hab¨ªan precedido. Otro hombre cont¨® c¨®mo les hab¨ªan obligado a rematar a martillazos a un grupo de prisioneros moribundos. Lo curioso es que la mayor¨ªa de los detenidos ni siquiera sab¨ªan por qu¨¦ se encontraban all¨ª. Pod¨ªan haber sido denunciados por un vecino envidioso o por una novia despechada, esgrimiendo acusaciones tan peregrinas como la de tener simpat¨ªas sionistas, pues Am¨ªn hab¨ªa declarado odio eterno a los jud¨ªos.
Hubo tantos muertos que se lleg¨® a perder la cuenta de las v¨ªctimas. Oficialmente, muchos de los fallecimientos se achacaban a accidentes de tr¨¢fico. Otras veces, una persona desaparec¨ªa y nunca m¨¢s se volv¨ªa a saber de ella. Por eso, a la sombra de aquel sistema terror¨ªfico surgi¨® una nueva profesi¨®n: la de buscador de cad¨¢veres. Generalmente, los "buscadores" eran polic¨ªas o incluso torturadores a las ¨®rdenes de los sicarios del Gobierno, que devolv¨ªan a las familias los cuerpos de los fallecidos previo pago de una cantidad. Recuperar los restos de un funcionario costaba 600 d¨®lares, pero la cifra ascend¨ªa a 3.000 si se trataba de encontrar a un alto cargo. Muchos de los cuerpos presentaban mutilaciones espantosas. Aquellos que no eran reclamados sol¨ªan acabar siendo pasto de los cocodrilos. En aquella ¨¦poca, los saurios ugandeses estaban tan bien alimentados que no eran capaces de terminar con el abundante alimento que los chicos de Idi Am¨ªn les proporcionaban, as¨ª que no era raro ver decenas de cad¨¢veres descomponi¨¦ndose en las m¨¢rgenes del r¨ªo, e incluso una central el¨¦ctrica se averi¨® porque un mont¨®n de cuerpos atascaban las turbinas situadas en un salto de agua.
Todo el mundo sab¨ªa que los cr¨ªmenes, por terribles que fueran, quedaban impunes. La vida de cada ugand¨¦s estaba a expensas de no caer en desgracia con alguno de los 15.000 hombres que ocupaban puestos de cierta relevancia en el Gobierno del pa¨ªs. En una ocasi¨®n, un autob¨²s en el que viajaban una veintena de j¨®venes enfermeras desapareci¨® en plena noche tras ser detenido por un grupo de polic¨ªas. Las chicas fueron llevadas a un garaje y violadas repetidamente por decenas de hombres hasta que se hizo de d¨ªa. Luego las dejaron marchar. Ninguna denunci¨® el caso.
Mientras, Idi Am¨ªn hab¨ªa a?adido a su nombre la voz suajili "dada", que significa "gran padre" o "abuelo", para subrayar sus intenciones protectoras con respecto a su pueblo. A veces ped¨ªa que le organizasen m¨ªtines con estudiantes y les dirig¨ªa discursos pidiendo que tuviesen cuidado con las enfermedades de transmisi¨®n sexual: "Os quiero mucho y no deseo que ninguno de vosotros tenga gonorrea". En otras ocasiones daba conferencias a los m¨¦dicos: "Deb¨¦is ser limpios y lavaros bien las manos cuando vay¨¢is a operar". Especialmente delirantes eran sus viajes por las aldeas de Uganda, en los que promet¨ªa a los campesinos la construcci¨®n de escuelas, dispensarios o autopistas. Si, t¨ªmidamente, alguien se atrev¨ªa a indicar que no hab¨ªa dinero para emprender aquellas acciones, el dictador ordenaba imprimir m¨¢s billetes a la F¨¢brica Nacional de Moneda.
Eran muchas las leyendas que circulaban alrededor de la figura del tirano. Dicen que disfrutaba azotando a sus enemigos con l¨¢tigos de piel de hipop¨®tamo o sugiriendo a un condenado a muerte que suplicase clemencia para evitar la ejecuci¨®n. Los reos lloraban, gem¨ªan y se arrastraban ante Am¨ªn, pero igualmente terminaban en el pat¨ªbulo. Le gustaba humillar a las personas. En una ocasi¨®n oblig¨® a media docena de hombres de negocios occidentales a llevarle en un palanqu¨ªn durante una fiesta. Luego hizo publicar las fotos para demostrar "la sumisi¨®n del hombre blanco a Idi Am¨ªn Dad¨¢".
Otras historias son m¨¢s dif¨ªciles de comprobar. Se hablaba de la afici¨®n de Am¨ªn por comer el h¨ªgado de sus v¨ªctimas, convencido de que as¨ª impedir¨ªa que su esp¨ªritu regresase para vengarle. El dictador cre¨ªa a pies juntillas cualquier majader¨ªa que viniese de labios de los brujos a su servicio. Uno de ellos le dijo que si quer¨ªa evitar morir en un atentado, deb¨ªa llevar siempre con ¨¦l a uno de sus hijos peque?os. Dicho y hecho: era frecuente ver a Idi Am¨ªn acompa?ado de alg¨²n pobre cr¨ªo que dormitaba en las ceremonias oficiales embutido en un traje militar y cargado de condecoraciones. Por suerte para Am¨ªn, a la hora de llevarse a un hijo consigo ten¨ªa donde escoger. Tuvo al menos cuarenta v¨¢stagos de sus cinco esposas y sus veinte amantes oficiales, aparte de las mujeres que pasaron ocasionalmente por su cama.
El destino de sus esposas fue cualquier cosa menos amable, e incluso el de una de ellas acab¨® en tragedia. Al parecer, Am¨ªn pidio el divorcio a sus tres primeras mujeres -Malyamu, Kay y Nora- cuando supo que ¨¦stas le eran infieles. La vida de las tres se convirti¨® entonces en una pesadilla, pues el marido burlado y sus secuaces no dejaron de hostigarlas. Finalmente, Kay apareci¨® muerta y descuartizada en el maletero de un coche. Malyamu y Nora consiguieron salir del pa¨ªs. Para entonces, el tirano ten¨ªa ya otras dos esposas, Madina y Sarah, que sol¨ªan lucir moratones que achacaban a accidentes dom¨¦sticos.
Am¨ªn alardeaba en p¨²blico de su virilidad. Cuando se encaprichaba de una mujer, lo primero que hac¨ªa era mandar asesinar al novio o al esposo para despu¨¦s iniciar el cortejo, que pod¨ªa culminar en relaciones sexuales consentidas o en una violaci¨®n. El ejemplo cundi¨® enseguida entre sus esbirros, que no tardaron en imitar sus m¨¦todos de conquista: elegir a una joven, eliminar al posible rival, forzar a la v¨ªctima. Nunca hab¨ªa represalias.
Precisamente fue uno de estos casos lo que provoc¨® una de las escasas manifestaciones p¨²blicas en contra del Gobierno de Dad¨¢. Sucedi¨® en el verano de 1976. Un universitario, Paul Sewanga, fue asesinado al tratar de evitar que un oficial ugand¨¦s violase a su novia. D¨ªas despu¨¦s, una testigo del crimen apareci¨® muerta. Y los estudiantes salieron a la calle. El propio Am¨ªn Dad¨¢ se entrevist¨® con el rector de la Universidad para asegurarle que se investigar¨ªa el asunto y se castigar¨ªa a los culpables, "pero", a?adi¨®, "tambi¨¦n habr¨ªa que contener a estos chicos". Lo que ocurri¨® despu¨¦s var¨ªa seg¨²n las versiones. Centenares de estudiantes fueron detenidos y torturados. Algunos dicen que la cosa acab¨® ah¨ª, pero otros aseguran que el campus qued¨® sembrado de cad¨¢veres mutilados.
Ese mismo verano de 1976 sucedi¨® algo que deber¨ªa haber puesto al mundo occidental en guardia contra el tirano. El 28 de junio, un avi¨®n de Air France que hab¨ªa salido de Tel Aviv con 300 pasajeros a bordo fue secuestrado por guerrilleros de la OLP y obligado a aterrizar en el aeropuerto ugand¨¦s de Entebbe. Se pretend¨ªa canjear a los rehenes por 53 presos palestinos, y eligieron el pa¨ªs de Idi Am¨ªn, conocido por sus ideas antisionistas, para llevar a cabo las negociaciones. El proceso fue un caos completo. Se instal¨® a los secuestrados en una sala del aeropuerto. Algunos de ellos fueron liberados; otros, trasladados a hospitales desde donde se les entreg¨® a sus respectivas embajadas. Finalmente, los servicios secretos israel¨ªes tomaron el aeropuerto poniendo fin al secuestro, que se sald¨® con la muerte de todos los captores, un reh¨¦n y decenas de militares ugandeses. Idi Am¨ªn mont¨® en c¨®lera cuando supo que la historia hab¨ªa terminado mal, y al enterarse de que una reh¨¦n angloisrael¨ª permanec¨ªa ingresada en un hospital de Kerala, hizo que la sacaran a rastras de la cl¨ªnica. La mujer, una anciana llamada Dora Bloch, fue asesinada. El fot¨®grafo que distribuy¨® unas fotos de su cuerpo calcinado tambi¨¦n apareci¨® muerto en una cuneta d¨ªas despu¨¦s.
Para entonces, el mundo ya ten¨ªa datos suficientes para saber qui¨¦n era en realidad Idi Am¨ªn Dad¨¢. Algunos vinieron precisamente del documental filmado en 1974 por Barbet Schroeder que Am¨ªn quiso censurar de forma expeditiva. En una de las escenas del filme (fotografiado por N¨¦stor Almendros), un ministro hace una suave recriminaci¨®n a su jefe supremo. El hombre fue asesinado un par de d¨ªas despu¨¦s. La pel¨ªcula muestra a Dad¨¢ lanzando diatribas feroces contra sus enemigos jud¨ªos, dirigiendo un simulacro circense de toma de los altos del Gol¨¢n, bailando, gesticulando y hasta espantando cocodrilos en un balsa. Cuando la cinta se estren¨® en Europa, la prensa inglesa escribi¨® que Idi Am¨ªn era "el mejor c¨®mico desde Woody Allen". Eso fue todo. El mundo decidi¨® que aquel gigant¨®n negro era un mamarracho del que poder re¨ªrse. El Hitler africano campaba por sus respetos con una impunidad total, sin que ning¨²n pa¨ªs condenase sus actividades. Mientras la civilizaci¨®n occidental se estremec¨ªa ante los abusos de poder de las dictaduras de Franco, de Pinochet o de Oliveira Salazar, mientras miles de personas sal¨ªan a la calle para denunciar las torturas y los asesinatos de los reg¨ªmenes totalitarios de Europa y Suram¨¦rica, Idi Am¨ªn Dad¨¢ s¨®lo provocaba pitorreos. Habr¨ªa que esperar hasta 1977 para que, desde Londres, los pa¨ªses de la Commonwealth firmasen un escrito en el que se condenaba formalmente el Gobierno de Idi Am¨ªn. Quien fuera embajador estadounidense en Uganda, el profesor Thomas Melady, confesar¨ªa en un libro que el Gobierno de Estados Unidos no prest¨® la m¨¢s m¨ªnima atenci¨®n a sus advertencias sobre la situaci¨®n del pa¨ªs. Dad¨¢ s¨®lo recibi¨® admoniciones desde EE UU cuando critic¨® el lanzamiento de bombas sobre Vietnam durante la era Nixon. Por cierto, que cuando estall¨® el esc¨¢ndalo que llevar¨ªa a la dimisi¨®n al presidente estadounidense, Am¨ªn le envi¨® un telegrama dese¨¢ndole "una pronta recuperaci¨®n del Watergate". Los cables del dictador merecen un cap¨ªtulo aparte en la antolog¨ªa del disparate, como aquella vez que envi¨® a Gerald Ford uno que empezaba diciendo "Te amo", para acabar pidi¨¦ndole que dimitiese y pusiese a "alg¨²n negro" en su lugar.
Idi Am¨ªn se mantuvo en el poder hasta enero de 1979, unos meses despu¨¦s de que el ej¨¦rcito de Uganda violara las fronteras de Tanzania y las fuerzas armadas tanzanas invadieran el pa¨ªs. Dad¨¢ se refugi¨® primero en Libia, luego en Irak y acab¨® instal¨¢ndose en Arabia Saud¨ª. Para verg¨¹enza de la comunidad internacional, Idi Am¨ªn vivi¨® un pl¨¢cido exilio junto a treinta y tantos de sus hijos y sus dos esposas leg¨ªtimas. Nada perturb¨® su vejez, y muri¨® a los 78 a?os de una afecci¨®n pulmonar en un hospital de la ciudad saud¨ª de Jedda. Nunca respondi¨® por sus cr¨ªmenes, jam¨¢s se sent¨® en un banquillo, nunca fue procesado. El exilio fue su ¨²nico castigo, y es dif¨ªcil que un salvaje como ¨¦l tuviese una conciencia clara de lo que supone para un hombre la condici¨®n de ap¨¢trida.
Cuando los peri¨®dicos recogieron la noticia de su muerte, ocurrida el 18 de agosto de 2003, muchos no recordaban a Idi Am¨ªn. Y la pregunta inevitable es: ?habr¨ªamos olvidado tan r¨¢pidamente a Pinochet, a Ceausescu, a Karadzic? Nuestro sistema ¨¦tico es capaz de espantarse con las atrocidades cometidas bajo el amparo de Hitler o de Stalin, pero la actitud de Occidente es distinta cuando es ?frica el escenario de los cr¨ªmenes de Estado. Idi Am¨ªn dej¨® en Uganda trescientos mil cad¨¢veres y un pa¨ªs devastado, pero hoy muchos lo recuerdan como un payaso protagonista de un documental delirante, que re¨ªa a carcajadas, bailaba alrededor del fuego y espantaba a los mismos cocodrilos que devoraban los cuerpos de las v¨ªctimas de su imperio del miedo.
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