De Lenin a Gorki
Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, fronteriza con la Uni¨®n Europea -aqu¨ª cerca- ha dicho que "arrancar¨¢ la cabeza como a gallin¨¢ceas" a los observadores internacionales que intenten poner en duda que las elecciones han sido una grotesca estafa. Tampoco quiere que nadie indague en fen¨®menos ahora usuales como la aparici¨®n inexplicada de adeptos a su persona y la desaparici¨®n f¨ªsica, por arte del birlibirloque, de los m¨¢s valientes, insensatos u osados de sus adversarios. Reivindica nuestro criminal de Minsk el m¨¦todo cient¨ªfico de modificaci¨®n de conductas que Lenin, Trotski y sus amigos idearon en los caf¨¦s de Z¨²rich y Viena mientras jugaban al ajedrez y que despu¨¦s hizo escuela en tantos reg¨ªmenes a diestra y siniestra por todos los rincones del globo. El terror consecuente siempre ha sido efectivo a largo plazo. No para quienes se precipitaron que s¨®lo generan p¨¢nico, un subproducto perecedero. Slobodan Milosevic ten¨ªa demasiada prisa. Ser¨ªa el v¨¦rtigo de su historia personal, el abuso de drogas y alcohol o la fatalidad de tener que exponer cartas en un interludio. No dome?¨® Slobo los tiempos. Lukashenko aguanta. Pasaron los a?os de plomo, como para Castro. Y ya tienen en Ch¨¢vez, en Morales y pronto en alg¨²n caudillo peruano y ecuatoriano, un buen alumnado de quienes consideran que el estado de derecho y la seguridad jur¨ªdica son barricadas del enemigo, de los explotadores y la globalizaci¨®n, tan antip¨¢tica y abolible ella.
Hoy vuelven a reivindicar -con eco y apoyo no s¨®lo de nost¨¢lgicos comunistas, desesperados, descerebrados y marginales- la legitimidad, racionalidad y econom¨ªa de esta forma de gobernar tan contundente. Quienes protesten contra las formas de persuasi¨®n que vuelven a imponerse -el poder creador, purificador y clarificador de la unidad de criterio, de la purga, la intimidaci¨®n y el miedo- son al final figuras pat¨¦ticas, perdedoras, como aquel Maxim Gorki que se atrevi¨® a escribir a Lenin para interceder por unos kadets encarcelados y recibi¨® la respuesta contundente de un Vlad¨ªmir Illich que sab¨ªa que para hacer grandes tortillas hay que romper muchos huevos y para salvar al mundo, a la sociedad y a los individuos de sus propios pecados, costumbres y debilidades, hay que romper resistencias, voluntades, dignidades e incluso existencias. Relean la carta. Ah¨ª tienen, con pulso literario, la l¨®gica de Lukashenko, de su mentor Vlad¨ªmir Putin, de Castro y Ch¨¢vez, pero tambi¨¦n de otros dise?adores como los que surgen osados de la nada en la izquierda autodefinida como posmaterialista. Resuena el timbre de la vocaci¨®n depuradora. Lenin ridiculiza a Gorki. Le dice que los derechos de la patulea de intelectuales encarcelados -despu¨¦s ejecutados- que defiende el escritor no valen la tinta que usa y los desprecia frente a la suerte de los proletarios y campesinos que despu¨¦s ¨¦l y su sucesor Stalin pero ante todo su vocaci¨®n de poder y experimentaci¨®n social asesinar¨ªan por millones.
"Castro vuelve a gozar de un inmenso prestigio en Latinoam¨¦rica", dec¨ªa ayer con poco disimulado entusiasmo un vocero de radio en Espa?a, uni¨¦ndose al coro de los que hacen diariamente zapatetas virtuales porque han sabido de otro gran l¨ªder izquierdista, indigenista, nacionalista, militarista o costumbrista pero siempre antinorteamericano, antiliberal y nada corrompido por el cosmopolitismo. En Cuba, alegar¨¢n ofendidos nuestros renovados defensores de la obcecaci¨®n estalinista caribe?a, ya no hay desaparecidos. Aparecen en las mazmorras al cabo de un tiempo y cuando Castro fusila a un Ochoa, nos lo cuenta. Viva el crimen con taqu¨ªgrafos. A Bujarin le dejaron decir hasta adi¨®s. Lukashenko a¨²n no guarda esas formas.
Los aqu¨ª expuestos son paralelismos inexcusables. Nada tienen que ver los desastres de la ingeniera social del pasado con las aventuras del nuevo experimentalismo izquierdista, dicen. Ni esos desprecios tan similares hacia sensibilidades, creencias y convicciones del enemigo. Quienes tachen ¨¦stas de mamarrachadas no son conscientes de su gravedad ni de las inmensas consecuencias que habr¨¢n de tener sobre pr¨®ximas generaciones. Y quienes se opongan a ellas merecen el castigo de la denuncia, la picota, el ostracismo temporal y, en casos osados, seamos resolutos, la muerte civil.
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