O¨ªr las nubes
"Por cierto, que el exceso de ciencia, al igual que la ignorancia, acaba en una negaci¨®n. ?Yo dudo de mi obra!". Son palabras puestas por Honor¨¦ Balzac en boca del maestro Frenhofer mientras habla con Nicolas Poussin (1594-1665, m¨¢ximo representante de la pintura clasicista francesa del siglo XVII) y Fran?ois Porbus (1570-1622, pintor de c¨¢mara de Enrique IV, a quien sustituir¨ªa Rubens en el favor de la regente Mar¨ªa de Medicis). Los dos pintores anhelan ver su Belle Noiseuse, obra probablemente excelsa en la que el maestro lleva trabajando los ¨²ltimos diez a?os, pero que, seg¨²n el relato de Balzac, La obra maestra desconocida (1831-1857), se mantiene oculta hasta no ser definitivamente acabada con unos trazos definitivos. La imposible obsesi¨®n por emular la vida desde el arte.
?Yo dudo de mi obra! As¨ª, enf¨¢ticamente. Con aquella frase de Balzac arranca en la sala previa (cuatro esculturas de Auguste Rodin acerca de la figura de Balzac y sus escritos corregidos-recreados) la inspirada exposici¨®n hom¨®nima al relato de Balzac que se muestra en el Artium de Vitoria (hasta el 28 de mayo). Recorrerlo es una fiesta de percepciones y relatos. Da tiempo a sosegar la mirada, ensanchar el ¨¢nimo y pensar. Una fiesta para la inteligencia. Una fiesta de los sentidos. Lo m¨¢s adorable para uno, m¨¢s all¨¢ de la concepci¨®n general de la muestra, son esos peque?os aguafuertes de Rembrandt de interiores dom¨¦sticos, talleres y casas aldeanas en la primera sala. Humanos, muy humanos. Luego, todo. C¨¦zanne y Kandinsky, de la ligera pincelada al abstracto; Picasso ilustrando Le chef-d'oeuvre inconnu promovido por Ambroise Vollard.
El abstracto expresionista o mat¨¦rico, el surrealismo y el formalismo de Motherwell y Rothko, Tapies y Esteban Vicente, Saura, Polke, Mir¨®, Basquiat y Zumeta. Y, para uno, el trabajo concebido para ese mismo relato del alem¨¢n Anselm Kiefer. Todos ellos jugando con el descubrimiento del color y la abstracci¨®n como ventana abierta a la realidad vista por un artista -y no la pared o el muro ciego, la no-pintura que presenta Balzac en su ambiguo relato, en el que se mueve entre lo sublime y la nada, para decantarse finalmente por lo ¨²ltimo; admitiendo, desde luego, la primera opci¨®n-. El propio Balzac aparece en la muestra con su af¨¢n por atrapar la vida, en sus manuscritos y pruebas de imprenta expuestos en cajas de luz en los que puede verse el proceso de creaci¨®n obsesivo del novelista franc¨¦s.
Dudo de mi obra. De las muchas lecturas que permite la muestra, quisiera volver a ¨¦sa inaugural. Dudo de lo hecho, dice Frenhofer-Balzac, del camino andado. Y paro, me detengo a reflexionar. Dudo y trato de escuchar "la informaci¨®n precisa que suministra el canto de los p¨¢jaros" (Luis Goytisolo); procuro tener el o¨ªdo atento al rumor "blando de las nubes" al pasar, a los relatos que nos rodean y que el ambiente nos da. Esa actitud reflexiva y sosegada de la que, creo, carece nuestra cultura hoy y aqu¨ª (Euskadi, Espa?a; sobran las muestras de improvisaci¨®n y frivolidad). Se sigue demasiado al pie de la letra aquel "y al volver la vista atr¨¢s,/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar". Pudiera valer en aquel sentido machadiano del "caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar/... sino estelas en la mar", progreso y dignidad humanista. Pero es mal consejo en la vida de hoy. El camino andado nos ofrece siempre no pocas ense?anzas.
Creo que hay que prestar mayor atenci¨®n en nuestras vidas, privadas o colectivas, al leve paso de las nubes, al rumor de las gentes de hoy y de antes, al p¨¢lpito de la vida circundante. Parar y reflexionar sobre lo hecho. Nunca se conoce lo suficiente, al tiempo que el exceso de ciencia lleva igualmente a una negaci¨®n. Sopesar, meditar; y, s¨®lo entonces, volver a caminar. Pero ya con el bagaje de Balzac, de Rembrandt, de Kiefer y de todo lo dem¨¢s.
Un paseo por el museo quiz¨¢ ayude.
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