Tras la verdad literaria
"Como una lechuza, me deslizo a la hora del crep¨²sculo, debido al crep¨²sculo de mis ojos". ?stas son palabras de Herman Melville. A¨²n no hab¨ªa cumplido cuarenta a?os y ya ten¨ªa problemas con la vista. Paseaba por Nueva York con gafas oscuras para protegerse de la luz si era de d¨ªa, pero prefer¨ªa salir a la hora del crep¨²sculo. Si a esta dificultad a?adimos que, con excepci¨®n de sus primeros libros, Taipi y Om¨², los dem¨¢s fueron acumulando un fracaso tras otro, se comprender¨¢ f¨¢cilmente su car¨¢cter pesimista y taciturno, su famoso estado de "nervios" del que tanto se quejaba su esposa y, en general, la dificultad familiar de convivir con un hombre como ¨¦ste. Hoy en d¨ªa resulta dif¨ªcil creer que nouvelles como Bartleby, Billy Budd, Benito Cereno y, sobre todo, esa obra genial que es Moby Dick, fueran inadvertidas si no rechazadas por el p¨²blico y la cr¨ªtica de la ¨¦poca. Y lo fueron tanto ellas como aquellas que escribi¨® con el deseo de complacer a un p¨²blico que se le resist¨ªa, como Chaqueta blanca o Redburn.
CUENTOS COMPLETOS
Herman Melville
Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa
Alba. Barcelona, 2006
400 p¨¢ginas. 27 euros
La frustraci¨®n de Melville,
una frustraci¨®n c¨®smica para un escritor de su talla, es visible en una novela muy discutida, Pierre o las ambig¨¹edades. Tengo para m¨ª que es una obra excepcional, pero entiendo que resulte excesiva para muchos lectores. Y tambi¨¦n la encontrar¨¢ el lector en estos relatos, que son el total de los que escribi¨®, publicados en revistas y algunos aparecidos bajo el ya legendario t¨ªtulo de The Piazza tales. Lo que quiz¨¢ hubiera sido una buena idea, aunque no se trate de relatos propiamente dichos, es haber incluido en este volumen The encantadas, que public¨® Carlos Barral en su d¨ªa con traducci¨®n de Crist¨®bal Serra, y que formaba parte de The Piazza tales.
La mayor¨ªa de los relatos cortos de Melville est¨¢n escritos entre 1853 y 1856. Es verdad que en esos a?os estaba particularmente desmoralizado, pero no es menos cierto que con sus relatos lo que hizo Melville fue explorar formas expresivas distintas en busca de lo que ¨¦l denominaba "la verdad". El cuento titulado La veranda (The Piazza) es muy significativo de su modo de hacer pues en ¨¦l, bajo la imagen de un viaje hacia el "lugar de las hadas", establece un espacio que es el de la perspectiva de la mirada, tan decisiva para el trabajo literario, y lo llena de representaciones simb¨®licas: hay un lugar que un hombre desenga?ado y retirado contempla desde su veranda y emprende camino a ¨¦l, all¨ª encuentra a una joven solitaria, Marianna, que sue?a con llegar a conocer alg¨²n d¨ªa aquel lugar con veranda al norte donde vive, y de donde viene, el narrador que ha sido cautivado a su vez por la visi¨®n de la caba?a de la muchacha en la lejan¨ªa entre los bosques. Una met¨¢fora bell¨ªsima a partir de la cual -no por causalidad encabezaba The Piazza tales- se despliega ese modo oblicuo de aludir cr¨ªticamente a la realidad que caracteriza la ¨²ltima producci¨®n novelesca de Melville, como The confidence man.
Pero no es s¨®lo esa b¨²squeda de la verdad que desemboca en lo simb¨®lico y cuya m¨¢xima expresi¨®n fue la historia de la ballena blanca lo que le caracteriza y le hace grande. En Melville hay una severa cr¨ªtica de su ¨¦poca en los cuentos y en las novelas a partir de Pierre, pero es en los cuentos donde Melville arriesg¨® m¨¢s a la hora de probar f¨®rmulas expresivas que se salieran de lo ya conocido. La funci¨®n del narrador, la perspectiva, la colocaci¨®n de la voz narradora... son ingredientes decisivos en cuentos tan buenos como El campanario. Asimismo ensaya historias contrapuestas y concebidas de dos en dos, los llamados d¨ªpticos, el mejor de los cuales, el m¨¢s expresivo y redondo, es El para¨ªso de los solteros y el T¨¢rtaro de las doncellas. Hay en su estilo de cr¨ªtica a la sociedad que lo rodea (recordemos que vive en un Nueva York que lo asfixia) una causticidad impecable, por ejemplo cuando escribe: "Asqueado del ruido y sucio del barro de Fleet Street -por donde pululan los negociantes reci¨¦n casados, con las l¨ªneas de los libros de cuentas trazadas en el entrecejo, mientras cavilan acerca del aumento del precio del pan y del descenso de la natalidad-...". O bien nos encontramos con im¨¢genes de admirable precisi¨®n: "...almas prietas como un misal cerrado".
Los cuentos de Melville
son, quiz¨¢, la zona m¨¢s arriesgada de su escritura, la zona m¨¢s experimental, que dir¨ªamos hoy en d¨ªa. Lo son en su vertiente expresiva y lo son en su vertiente simb¨®lica, como en el relato Los dos templos, otro d¨ªptico en el que contrapone dos formas sociales a partir de una Iglesia (opresiva) y un gallinero de teatro (cordial, cercano). Hay m¨²ltiples referencias a la fama (El violinista) y al fracaso (El fracaso feliz o Jimmy Rose). Y hay un cuento realmente gracioso, escrito con motivo de que le recomendaran que se pusiera bajo el cuidado de un psiquiatra, titulado Yo y mi chimenea, que demuestra hasta qu¨¦ punto el humor a¨²n sobreviv¨ªa en ¨¦l a todos los azares. En fin, todo esto sucede a mediados del siglo XIX de la mano de un autor cuya visi¨®n literaria fue particularmente incomprendida por sus contempor¨¢neos, que lo entendi¨® as¨ª hasta el des¨¢nimo, pero que nunca, nunca perdi¨® la cara ante lo que ¨¦l consideraba la verdad literaria. Leer a Melville es, aparte de entregarse a una de las mejores escrituras narrativas que se han dado, homenajear a un hombre que representa como pocos la fe en la literatura.
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