?Cautela?
Un comunicado de ETA convulsionaba el devenir laboral del pasado mi¨¦rcoles. En ¨¦l se establec¨ªa un alto el fuego y despertaba de nuevo una luminosa esperanza entre los vascos. Tanto el comunicado del 22 de marzo como el subsiguiente del d¨ªa 23 albergaban fraseos que pod¨ªan alentar esa esperanza: el consolador adjetivo "permanente" vinculado al alto el fuego, la ausencia de condiciones previas, una general modestia en el tono de ambos documentos (especialmente en el primero) desconocida en los textos de ETA, que siempre se han caracterizado por la soberbia y la falta de medida. Todo apunta a la confirmaci¨®n de una razonable expectativa. No es la primera vez, sin embargo, en que el conflicto vasco alumbra expectativas que luego se ven dinamitadas con estr¨¦pito. Y ¨¦sa es la raz¨®n por la que, si alguna palabra se ha aireado durante los ¨²ltimos d¨ªas, esa palabra ha sido "cautela". Cautela piden pol¨ªticos, periodistas, obispos e intelectuales; la piden sindicalistas, empresarios y escritores. Todo el mundo cobijado bajo la cautela, por lo que pudiera pasar.
Y s¨ª, sin duda har¨¢ falta cautela. La necesitar¨¢n, sobre todo, los directamente implicados en esos contactos que ya se han producido y que se intensificar¨¢n en el futuro. Pero al margen de la absoluta necesidad de ser prudentes en el desarrollo de esa labor, uno no entiende a qu¨¦ viene, en otros ¨¢mbitos, tanta proscripci¨®n del optimismo, tanto empe?o en ahogar la mera exposici¨®n de la esperanza. Uno no entiende por qu¨¦ la gente de la calle, la ciudadan¨ªa que se levanta cada d¨ªa, y la emprende con su trabajo, y ama, y se enfada, y cr¨ªa ni?os, y va achicando hipotecas, y descansa cuando y como puede, debe privarse del gozo de esa expectativa y de verla crecer. No se trata de apostar por una versi¨®n irresponsable del deseo ni hacer de la colectividad un reba?o de seres inconscientes, pero s¨ª de prohibirnos la cicater¨ªa, la reserva mortificante, la enfermiza inclinaci¨®n a resguardarnos del fracaso.
Porque situaciones como la que vivimos con la declaraci¨®n del alto el fuego exigir¨¢n mucha cautela, pero, puestos a hablar tanto de ella, ?por qu¨¦ ese empe?o en imponerla s¨®lo a los optimistas? ?Por qu¨¦ no muestran ninguna cautela los aguafiestas, los agoreros, los inoportunos, los profesionales de toda laya que han prosperado a la lumbre acogedora -y rentable- del sempiterno conflicto del paisito? Tengan cautela los pol¨ªticos dispuestos a trabajar para que las cosas vayan bien, pero que tambi¨¦n hablen, por favor, con m¨¢s cautela los que est¨¢n inc¨®modos con el nuevo paisaje y ya han empezado a navegar en contra de los buenos vientos. A ver si la cautela se les empieza a exigir tambi¨¦n a los reventadores. Que obren con cautela los que buscan el fracaso. Que obren con cautela los que no paran de hablar de precios pol¨ªticos, sin recordar los numerosos precios pol¨ªticos que la democracia pag¨® en una Transici¨®n de infausto recuerdo y que acaso ellos mismos se cobraron. Que empiecen a practicar la cautela, de obra y de palabra, aquellos a los que el alto en fuego les quema las entra?as.
?Cautela? Carguen hoy con la cautela los agoreros del infierno, los que se apresurar¨¢n a pronunciar un "yo ya lo dije" el d¨ªa en que decaiga la esperanza. Y entretanto que nos dejen a los dem¨¢s disfrutar un poco de ella, mientras se alargan los extremos de las playas y los d¨ªas se vuelven luminosos. Lo que necesita la atormentada ciudadan¨ªa de a pie son menos cautelas y m¨¢s botellas de champ¨¢n como las que se descorcharon sin recato, sin verg¨¹enza ninguna, con embriagadora inocencia, el pasado mi¨¦rcoles en el Ayuntamiento de Donostia. Ya vale de tantas cautelas: sea esto la conquista de un futuro en paz o sea apenas un pac¨ªfico fin de semana, nos lo hemos merecido.
Tenemos derecho a una pu?etera muesca de esperanza. La cautela, para los profesionales de la pol¨ªtica, en sus variad¨ªsimas facetas, en sus arduos negociados. Y m¨¢s cautela, sobre todo, para los que, sin prudencia, ya se lanzan a cargarse la paz.
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