La novia de Mircea Eliade
Mircea Eliade y Mihail Sebastian se pelearon hace una eternidad por una novia por las calles de Bucarest, ahora magn¨ªficamente primaverales en su ¨²nico mosaico de joyas e inmundicias arquitect¨®nicas que es el Bucarest que leg¨® el hooliganismo del s¨¢trapa comunista m¨¢s agrario, aquel Nicolae Ceausescu, mecenas que a¨²n recuerdan con cari?o algunos comunistas espa?oles, siempre todos en la vanguardia de la historia. La peque?a Par¨ªs balc¨¢nica muestra con discreto orgullo toda la riqueza que, incre¨ªblemente, logr¨® sobrevivir al fanatismo, la ideolog¨ªa, el resentimiento, la incultura, la desidia y la miseria resultante, y en algunas esquinas y plazas, como junto a la Facultad de Arquitectura o la Plaza Real, marca con orgullo a¨²n algo estupefacto los lugares donde fueron asesinados estudiantes rumanos en aquellos d¨ªas de diciembre de 1989.
Por all¨ª en los a?os treinta, entre paseos con perros elegantes, lecturas muchas, conspiraciones en las redacciones y en los cuarteles y juergas hasta el amanecer, el joven Eliade se llev¨® al huerto a la se?orita, humill¨® a un Sebastian enfermizo, pronto se alej¨® del colega cuando los amigos jud¨ªos no ven¨ªan al caso entre camaradas de la Guardia de Hierro, public¨® mucho y bien, emigr¨® cuando las cosas se torcieron y public¨® m¨¢s y mejor, lleg¨® a octogenario, norteamericano, rico, fil¨®sofo y erudito venerado. Sebastian estaba asustado y se lo hab¨ªa dicho a Eliade. ?ste le consol¨® mucho tiempo, le amonest¨® por catastrofista y agorero. Y asegur¨® que todo iba bien. Sebastian se qued¨® sin novia, sobrevivi¨® viviendo como un perro y milagrosamente al nazismo rumano y cuando ¨¦ste cay¨® y lleno de ilusi¨®n iba a poder publicar su obra y abrirse al mundo con un alma limpia, y no como Eliade c¨®mplice de los mataderos, muri¨® atropellado en una calle en pleno Bucarest por un cami¨®n del Ej¨¦rcito rojo. El resultado es conocido: a Eliade, al mat¨®n con novia, el mundo lo venera con raz¨®n por su ciencia sobre el tantra, mientras los diarios de Mihail Sebastian, sobrecogedores y cuajados de sabidur¨ªa y amor, en Espa?a han vendido unos cientos de ejemplares. Tampoco es il¨®gico que Pericles Martinescu, amigo de juventud de ambos, muerto nonagenario hace poco, no interese con sus relatos escalofriantes Siete a?os como setenta de los diarios de 1948 a 1955, en los que, sudando de miedo, escrib¨ªa para no volverse loco y despu¨¦s enterrar los folios en el jard¨ªn. Si en a?os anteriores la horda fascista rumana convirti¨® mataderos, estaciones y f¨¢bricas en infiernos en los que, de haber podido, los jud¨ªos habr¨ªan suplicado ir a Mauthausen, pronto la idea de progreso hab¨ªa cambiado de bandera y eran, salvo algunos dirigentes, los mismos los que mataban, violaban y robaban. Humanos todos, caro Primo Levi.
En una de las bellas callejas por las que a Sebastian no gustaba encontrar a Eliade con su novia, en Planterul 21, dirige el New Europe Collage un hombre tan inveros¨ªmil como los anteriores. Es Adrian Plesu. Ha hecho pol¨ªtica en Rumania sin perder el alma ni la dignidad. Para muchos es el Vaclav Havel rumano, para otros un puro milagro. Pero el caso es que ¨¦l ha conseguido, con esta instituci¨®n, con el Instituto Cervantes, el Instituto Goethe y otras organizaciones, en el marco del Pacto de Estabilidad de Europa Suroriental, formar plataformas para debatir en Rumania sobre pol¨ªtica, futuro, moralidad y v¨ªctimas. Nada menos. Dec¨ªa ayer el gran Ivan Zvonimir Cicak, agitador contra los asesinos y sus socios, que sociedades que crecen en la obediencia nacionalista, en la humillaci¨®n y el miedo no se recuperan si no perciben un acto de justicia, de inflexi¨®n correctora, que las vuelva a encajar la vida. Estar¨¢n enfermas siempre y, si no siempre abocadas a la guerra abierta, s¨ª condenadas al miedo y al despecho. Si la vida nos reproduce la pugna de la novia de Eliade, es mejor morir solo. Porque triunfar¨¢ el totalitarismo por colorida que sea su bandera.
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