La estatua
El autor se opone a la decisi¨®n de sacar del vest¨ªbulo de la Biblioteca Nacional la escultura de Men¨¦ndez Pelayo por su amor a los libros.
La directora de la Biblioteca Nacional, Rosa Reg¨¤s, ha anunciado el prop¨®sito de sacar la estatua de Men¨¦ndez Pelayo del vest¨ªbulo del noble edificio del paseo de Recoletos. Semejante idea ya se le ocurri¨® a Fernando de los R¨ªos, en 1931, siendo ministro de Instrucci¨®n P¨²blica, pero fue oportunamente disuadido por Miguel Artigas, a la saz¨®n director de la biblioteca, que le hizo ver que el traslado de la estatua a otro sitio, cualquiera que fuere el motivo, ser¨ªa siempre considerado como un gesto sectario. "Artigas, tiene usted raz¨®n", se aclar¨® el ministro, y el asunto qued¨® olvidado. Don Marcelino sucedi¨® a Tamayo y Baus como director de la Biblioteca Nacional en 1898, designado por un gobierno liberal, del cual era ministro de Instrucci¨®n P¨²blica Germ¨¢n Gamazo. Llev¨® la gesti¨®n del nombramiento la duquesa de Alba, amiga y admiradora del pol¨ªgrafo. De todo ello qued¨® un exacto reflejo en la exposici¨®n organizada por la Fundaci¨®n Santillana en 1982 con el t¨ªtulo Men¨¦ndez Pelayo y la Casa de Alba. Por cierto que en aquella exposici¨®n figuraba una r¨¦plica reducida en bronce de la estatua en cuesti¨®n, que hoy se encuentra en uno de los salones de la Real Academia Espa?ola. Muri¨® don Marcelino el d¨ªa 19 de mayo de 1912 y su entierro fue presidido en Santander por otro ministro liberal, Santiago Alba, que ostentaba la representaci¨®n real. Poco despu¨¦s fue erigida la estatua de la que hablamos, esculpida por Coullaut Valera, en el lugar donde hoy est¨¢. La motivaci¨®n no era un mero homenaje y recuerdo al sabio, sino que vino a constituir el s¨ªmbolo de la biblioteca, esto es, el amor al libro, el ejemplo del estudioso, el investigador, el erudito, el artista de la palabra y de la idea. Nadie ni antes ni despu¨¦s ha representado mejor el significado de la biblioteca que el sabio santanderino, que hizo de los libros la pasi¨®n de su vida y leg¨® su magn¨ªfica biblioteca a su ciudad natal. A los 20 a?os hab¨ªa despertado, a su paso por las universidades de Barcelona, Madrid y Valladolid, la admiraci¨®n de la comunidad universitaria, lo cual hizo posible que, con el apoyo de C¨¢novas, las Cortes aprobasen un proyecto de ley que rebajaba la edad para opositar a c¨¢tedra, lo que permiti¨® al portentoso monta?¨¦s opositar a la c¨¢tedra de Historia de la Literatura de la Universidad Central, en concurrencia con Canalejas, S¨¢nchez Moguel y Melero, y ganarla, tras unos ejercicios que dejaron at¨®nitos a sus jueces por la riqueza de datos y los elocuentes y razonados argumentos. En 1880, a los 24 a?os es elegido acad¨¦mico de la Espa?ola. Meses m¨¢s tarde publica el primer tomo de la Historia de los heterodoxos espa?oles. Esta obra demuestra ya la presencia del genio. Nadie a esa edad ni a los 56 a?os en que muri¨® don Marcelino ha podido asimilar tanto saber. Men¨¦ndez Pelayo parec¨ªa tener ciencia infusa. Se le abrieron las Academias de la Historia, de la que fue director, la de Ciencias Morales y Pol¨ªticas, y la de Bellas Artes. Fue la gran figura intelectual de la Restauraci¨®n. Creo que es de C¨¢novas la expresi¨®n: "Antes de ¨¦l nos desconoc¨ªamos". Este otro monstruo de la naturaleza, que como Lope ven¨ªa de la Monta?a, llen¨® de asombro a su tiempo, mientras desenvolv¨ªa con sus atributos de tit¨¢n del trabajo su obra cicl¨®pea de historiador cr¨ªtico de la literatura y la filosof¨ªa. Pero por encima de su erudici¨®n brillaba el criterio art¨ªstico fuerte y seguro y cada vez m¨¢s amplio, al decir de Clar¨ªn; brillaba la luz del genio que alumbra cuanto su pluma toca. El ¨ªmpetu juvenil, de cuyos excesos se excus¨® m¨¢s tarde, que anim¨® sus c¨¦lebres pol¨¦micas con los krausistas, con Azc¨¢rate, Sanz del R¨ªo y otros afines, se fue transiendo, dice Mara?¨®n, de un noble esp¨ªritu de bondadosa comprensi¨®n para todo aquello que no compart¨ªa. "Yo no he dudado", contin¨²a Gregorio Mara?¨®n, "en llamar liberal a esta actitud del maestro. Liberal en el sentido humano y misericordioso, ajeno, por supuesto, a toda filiaci¨®n o partidismo pol¨ªtico". Suprema lecci¨®n de generosidad y tolerancia fue su amistad con P¨¦rez Gald¨®s, a quien contest¨® en su discurso de ingreso en la Real Academia Espa?ola, precisamente en el tiempo en que el autor de Gloria y Do?a Perfecta m¨¢s acentuaba su anticlericalismo, lo contrario al archicatolicismo del santanderino, sin que sus encontradas ideas turbaran el afecto y la admiraci¨®n que mutuamente se profesaban. Lecci¨®n de uno y otro de comprensi¨®n para las ideas de todos y deseo de convivencia para los que no pensaban como ellos. Estos motivos son los que justifican la bien plantada y nobil¨ªsima presencia de don Marcelino en la entrada de la Biblioteca Nacional. Sacarla de all¨ª para facilitar el acceso a los visitantes ser¨ªa tan desatentador como quitar la Puerta de Alcal¨¢ para conseguir una circulaci¨®n m¨¢s fluida.
Pedro Crespo de Lara es abogado y periodista.
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