La crecida de ZP
La noche del domingo 14 de marzo de 2004 ni los del PP estaban preparados para la derrota electoral ni los del PSOE para la victoria. Como sucede en los partidos de f¨²tbol, cuyo resultado se descuenta por anticipado, los fot¨®grafos y las c¨¢maras estaban en la porter¨ªa donde se pensaba que el triunfador pronosticado iba a incrustar los goles mientras que la otra permanec¨ªa abandonada. En nuestro caso, el aparato medi¨¢tico bloqueaba la calle de G¨¦nova sin que la de Ferraz registrara aglomeraci¨®n alguna. En principio, el atentado del jueves anterior, d¨ªa 11, hubiera debido alentar ese reflejo autom¨¢tico del miedo, seguro inductor de docilidades y entreguismos de los electores a favor de la autoridad competente. Pero los torpes consejos de Pedro Arriola y las actitudes arrogantes del presidente Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, del ministro del Interior ?ngel Acebes, y del portavoz del Gobierno Eduardo Zaplana, conchabados los tres de consuno en la construcci¨®n de la mentira provechosa, resultaron del todo contraproducentes, multiplicaron el n¨²mero de votantes airados y les indujeron a preferir la papeleta socialista.
Todav¨ªa los mencionados estuvieron al cargo de las investigaciones sobre el atentado del 11-M de los detenidos, de las mochilas, de los suicidas de Legan¨¦s y de todo lo dem¨¢s, de lo que andan pidiendo cuentas cuando es a ellos a quienes corresponde presentarlas. A partir de entonces, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero hubo de encarar el triunfo. Aquella misma noche compareci¨® ante quienes le aclamaban para decirles que no iba a fallarles y que el poder no iba a cambiarle, que era tanto como pretender la derogaci¨®n de la Ley de la Gravitaci¨®n Universal en el recinto de La Moncloa. La victoria limitada obligaba a buscar alianzas para la investidura de ZP como presidente. Pero adem¨¢s la composici¨®n del Gobierno necesitaba reflejar las diferentes sensibilidades del Partido Socialista, marcado por los vaivenes de un liderazgo cambiante. Por eso, obtuvieron sus carteras gentes enviadas por el PSC como Jos¨¦ Montilla o las remitidas por Manuel Chaves o Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra. Por eso, se incorpor¨® a Jos¨¦ Bono, que hab¨ªa sido el contrincante en el Congreso partidario del 2000 ganado por los pelos. Adem¨¢s, por el prestigio de Europa y por el respeto debido a la econom¨ªa de mercado, se sum¨® a Pedro Solbes. Y con Rubalcaba se sostuvo una ¨²ltima conexi¨®n con los or¨ªgenes del nuevo socialismo, que lleva la marca de Felipe Gonz¨¢lez.
Han pasado casi dos a?os de propuestas, de aproximaciones, de ?nsar "ladrando su rencor por las esquinas", de cumplimientos, de estatutos m¨¢s o menos reconducidos, de bronca encendida de la oposici¨®n del PP, de obispos manifestantes, de siembra de odios en la COPE, de Perpi?¨¢n, de corona de espinas, de incremento del empleo y de alto el fuego permanente declarado por la banda etarra. Llega as¨ª el ecuador de la legislatura con las mejores puntuaciones en las encuestas de un ZP crecido y se precipita la primera remodelaci¨®n del Gobierno en un mano a mano sobre los tiempos y las significaciones, disputado entre el presidente y su ministro de Defensa, Jos¨¦ Bono. Todo ello servido en un espect¨¢culo p¨²blico a la manera de torneo floral de elogios y lealtades sin cuento. Pronto sabremos qu¨¦ m¨¢s ha impulsado esa retirada o si se trata de quedar en la reserva activa. Mientras, los periodistas se rinden seducidos por el control y la sorpresa, deseosos de comprobar si estos par¨¢metros se cumplen cuando llegue la segunda parte de los cambios tras el refer¨¦ndum catal¨¢n con la convocatoria municipal y auton¨®mica a la vista.
S¨¦pase que la estrategia de ZP abomina del enfrentamiento decisivo propugnado por Clausewitz y prefiere inspirarse en la aproximaci¨®n indirecta definida por Lidell Hart. En todo caso, por lo que se refiere al ¨¢mbito del Gobierno pareciera que entramos en una nueva fase, donde se eclipsar¨¢n los condicionamientos de la multipolaridad inicial a favor de un ¨²nico campo magn¨¦tico orientado en exclusiva por ZP. De forma que el poder de cada uno de los ministros dejar¨¢ de medirse conforme a las etiquetas de su denominaci¨®n de origen o sus aportaciones y se computar¨¢ s¨®lo en t¨¦rminos de cercan¨ªa al propio presidente, al que querr¨¢n convertir en taumaturgo, principio y fin de todas las cosas. Veremos si acierta a defenderse del acoso de los adictos.
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