?Qui¨¦nes ¨¦ramos sin ETA?
Los datos de esta historia son conocidos por todos. A fines de los a?os cincuenta del siglo XX nace una organizaci¨®n nacionalista vasca denominada ETA. En 1961 comete el primer atentado, y siete a?os despu¨¦s, su primer asesinato. La curva de la muerte tiene su cenit en 1980, cuando ETA llega a asesinar a una persona cada tres o cuatro d¨ªas, y los cad¨¢veres se van acumulando, con la misma regularidad, sobre la conciencia colectiva de los vascos. Hasta 2003, y salvo el breve par¨¦ntesis de la tregua de Lizarra, ETA no dej¨® de matar, de modo que durante m¨¢s de treinta a?os ha seguido a?adiendo lastre a esa conciencia colectiva, una conciencia que se mostr¨® permisiva durante demasiado tiempo, aunque hoy todo el mundo corra a apuntarse a una firmeza originaria que la memoria no registra.
Los datos de la historia no dejan lugar a dudas, pero tampoco dejan lugar a dudas las cosas que o¨ªas entonces en casa. ?Qu¨¦ tiene que ver la historia con lo que o¨ªas en casa? Tiene que ver con que te vas haciendo viejo, y la memoria personal se superpone a la memoria colectiva, y ambas se confunden, y ves en los rastros del pasado de este pueblo los rastros de tu propia ni?ez. Recuerdo el semblante de mi padre mientras escuchaba, a trav¨¦s de la televisi¨®n franquista, el relato de uno de los primeros asesinatos de ETA. ?l estaba en pie, con las manos cogidas por la espalda. Le recuerdo negando con la cabeza, y siempre he pensado que aquel movimiento de negaci¨®n, aquel gesto contrariado con el que asisti¨® a la noticia nos ha salvado de alg¨²n modo. Nos ha salvado a ¨¦l y a m¨ª, y a nuestra familia, y acaso a todo el pueblo vasco. Mi padre fue un nacionalista de fuertes convicciones, pero nunca transigi¨® con la violencia. S¨¦ que el retrato de alguien ejecutando una leve negaci¨®n con la cabeza resulta hoy, de tan insuficiente, casi un sarcasmo, pero ?qu¨¦ gestos eran los de entonces? Entonces la mera negaci¨®n ya era el s¨ªmbolo de una ¨¦tica decente, trat¨¢ndose de un gesto tan temprano, pues entonces ni siquiera hab¨ªan llegado los tiempos en que uno ten¨ªa que dar explicaciones de por qu¨¦ no era marxista, y todas las responsabilidades personales se dilu¨ªan en medio de un vocabulario presuntuoso, suficiente, donde siempre afloraban expresiones como "libertades formales", "enemigos del pueblo", "conciencia de clase" o "liberaci¨®n nacional".
Eran otros tiempos. Bueno, eran nuestros tiempos. No hubo otros. Nunca hubo otro tiempo que aquel que te correspondi¨® directamente administrar. Tambi¨¦n es cierto que, en aquel fango siniestro, "liberaci¨®n nacional" gan¨® por puntos a "conciencia de clase". Uno arrastra sus culpas y sus errores. Incluso las culpas y los errores de su generaci¨®n. Incluso las culpas y los errores de generaciones anteriores que a¨²n no han tenido el coraje de dec¨ªrselo todo ante el espejo.
Los vascos que vivieron sin ETA peinan ya muchas canas. La violencia, de alg¨²n modo, ha pasado a formar parte de nuestra identidad, siquiera como inmoral decoraci¨®n, como paisaje, como vertedero del alma. Incluso escribir sobre estas cosas, a modo de modesta estrella invitada, es el perfecto s¨ªmbolo de nuestra naturaleza an¨®mala, de nuestro car¨¢cter patol¨®gico.
El vasco contempor¨¢neo se ha convertido en un personaje en parte tr¨¢gico y en parte c¨®mico. Porque en medio de la tragedia han asomado tambi¨¦n los bribones, los buscavidas, los que han hecho de este s¨®rdido negocio un oficio, ya sea siguiendo la corriente, ya sea braceando en contra de ella. Hasta hay algo de amargura en emprender la escritura de estas notas, siempre bajo la torpe expectativa de un d¨ªa de lucimiento p¨²blico: porque todo viene determinado por la condici¨®n de vasco, y este argumento tragic¨®mico, el de la mera identidad, sirviera como excusa para que un escritor de colonias exhiba en la metr¨®poli sus facultades ret¨®ricas.
Quiz¨¢ el olvido consiga ser piadoso con nosotros, con los vascos, si es cierto que la paz se consolida y nos obliga a vivir de otra manera. Porque el olvido podr¨ªa ayudarnos a omitir una parte de nuestra identidad, a ejecutar alguna imprescindible amputaci¨®n en la memoria. El olvido ser¨¢ indulgente con todos, con los cobardes, con los asesinos, con los conniventes. Y ser¨¢ indulgente tambi¨¦n con la otra parte, all¨ª donde anidan algunos h¨¦roes, pero tambi¨¦n los resentidos, y los p¨ªcaros, y una buena cuadrilla de truhanes a¨²n no desenmascarados.
De todo eso ha habido entre nosotros. Lo m¨¢s cruel es que ha sido tanto el tiempo transcurrido que, muy posiblemente, cada vasco ha reunido, a lo largo de los a?os, varias de estas identidades y se ha permitido jugar en el drama papeles muy distintos, papeles incluso contradictorios. Que a partir de ahora cada uno elija el menos indigno de entre los suyos. Y con ¨¦l empiece a inventarse una nueva identidad.
Pedro Ugarte, periodista y escritor, es autor, entre otros libros, de Casi inocentes (Premio Lengua de Trapo, 2004) y Ma?ana ser¨¢ otro d¨ªa.
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