De flautas y contrabajos
D¨ªas atr¨¢s, el excelente contrabajista franc¨¦s de jazz Pierre Boussaguet me contaba que cuando alguien, bromeando, le pregunta por qu¨¦ en vez del contrabajo, tan engorroso para viajar por su volumen, no toca la flauta, mucho m¨¢s f¨¢cil de transportar y manejar, suele responder: "Porque todav¨ªa no he encontrado ninguna flauta que suene como un contrabajo". Y es que s¨®lo los contrabajos suenan como contrabajos; y no hay vuelta de hoja.
Pensaba en esa ocurrencia a modo de moraleja cuando, desde una perspectiva de los diez trienios que pronto voy a llevar en la diplomacia espa?ola -que a lo mejor un d¨ªa de estos me animo y les hablo de ello con m¨¢s detalle- reflexionaba sobre las diversas cosas que han cambiado en nuestra pol¨ªtica exterior, en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas; y, muy especialmente, en el sector de la proyecci¨®n cultural de Espa?a en el extranjero.
A principios de los noventa, Fernando Mor¨¢n escrib¨ªa en estas mismas p¨¢ginas que pese a lo que Espa?a no estaba haciendo (y subrayo el no) el idioma espa?ol experimentaba una espectacular expansi¨®n en todo el mundo.
Fue por entonces, tambi¨¦n, cuando Fran?ois Mitterrand, para sorpresa de propios y extra?os, formul¨® la teor¨ªa, totalmente antichovinista, de que s¨®lo dos grandes culturas occidentales ten¨ªan futuro: la anglosajona y la hispana. En ingl¨¦s y en espa?ol.
Por aquella ¨¦poca, fui nombrado director general de Relaciones Culturales y Cient¨ªficas, en el Ministerio de Asuntos Exteriores: uno de los cargos m¨¢s interesantes y desafiantes en la definici¨®n y la gesti¨®n de la pol¨ªtica exterior de nuestro pa¨ªs, en la que iba calando el concepto de "diplomacia p¨²blica", que hab¨ªan comenzado a articular los expertos de la Flechter School of Law and Diplomacy de la Universidad de Tufts, en Boston. Al iniciar mi mandato, realic¨¦ una encuesta de prioridades entre el casi centenar de misiones que conformaban, entonces, nuestro despliegue exterior. La respuesta fue un¨¢nime: la lengua, el espa?ol, ten¨ªa que ser la punta de lanza de nuestra acci¨®n. Lo dem¨¢s, vendr¨ªa por a?adidura; dando la raz¨®n a lo que escribiera el poeta filipino-hispano Fernando Mar¨ªa Guerrero, en un vigoroso soneto, en defensa del espa?ol: "Es la lengua la cauci¨®n m¨¢s fuerte / del influjo inmortal de una cultura".
Tampoco era totalmente cierta la aseveraci¨®n adanista de Mor¨¢n de que no se hiciera nada; puesto que exist¨ªa una red de Centros Culturales de Espa?a, diseminados en buen n¨²mero de capitales, en los que un personal por lo general m¨¢s lleno de voluntad y coraje que del necesario profesionalismo, ofrec¨ªa clases de espa?ol y presentaba una programaci¨®n cultural, a salto de mata.
Pocos a?os antes, yo mismo hab¨ªa realizado una gira por algunos de esos centros, dando conferencias sobre m¨²sica contempor¨¢nea espa?ola. Para ilustrar mis palabras viajaba con una colecci¨®n de elep¨¦s y casetes. Y el trabajo que me dio: donde hab¨ªa tocadiscos, no hab¨ªa lector de casetes o viceversa, cuando no faltaban los dos aparatos o eran, simplemente, antediluvianos. Afortunadamente, en algunos centros, mis quejas sirvieron para que se modernizara el equipo estereof¨®nico; pero, aun con ello, todo ten¨ªa un ligero aire de andar por casa.
Por supuesto que el presupuesto destinado a esos centros era bajo. Baj¨ªsimo. Y no exist¨ªa capacidad para levantar fondos privados, ya que si el mecenazgo estaba aqu¨ª en pa?ales, mucho m¨¢s precaria era la situaci¨®n en el exterior.
En una de mis primeras reu
-niones como director general con mis colegas euro-comunitarios, el franc¨¦s -Jean David Levite, que despu¨¦s ha seguido una estelar carrera internacional- me mostraba su profunda preocupaci¨®n porque el presupuesto de la Direcci¨®n General gala era igual a todo el presupuesto global de nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, incluyendo las cuotas satisfechas a los organismos internacionales; y mientras el inter¨¦s por el franc¨¦s decrec¨ªa en todas partes, el n¨²mero de estudiantes de espa?ol sub¨ªa como la espuma.
En una de esas reuniones, celebrada en el Norte de Alemania, los italianos desataron una verdadera crisis al anunciar que el franc¨¦s dejaba de ser lengua de estudio obligatorio en la Academia Diplom¨¢tica de Roma. Que el franc¨¦s, lengua por excelencia de la diplomacia -?no lo era tambi¨¦n del amor?- se cayera del curr¨ªculo era plato de dif¨ªcil digesti¨®n para los representantes del Quai d'Orsay.
Parec¨ªa que lo que naufragaba no era s¨®lo el idioma franc¨¦s, sino su modelo cultural basado, durante varios siglos, en un paradigma -Libert¨¦, ?galit¨¦ et Fraternit¨¦- sobre el que Francia hab¨ªa perdido la exclusiva, puesto que estaba ya mucho m¨¢s extendido y participado por todo el mundo, aunque, la verdad sea dicha, no tanto como pueda parecer.
Y, en esas circunstancias, Espa?a dio un decisivo paso, creando, en 1991, el Instituto Cervantes como -seg¨²n reza su ley constitutiva- un "organismo aut¨®nomo adscrito al Ministerio de Asuntos Exteriores". Es decir, al servicio de la pol¨ªtica exterior del Estado.
Me cupo el privilegio de estar entre sus padres fundadores; de haberme sentado, durante cinco a?os, en su Consejo de Administraci¨®n, del que debo de haber sido el miembro m¨¢s longevo de toda su historia. Y cuando firm¨¦ la propuesta de transferencia de los viejos centros culturales al Cervantes sent¨ª la satisfacci¨®n profesional de estar participando en un momento hist¨®rico de la proyecci¨®n cultural exterior de Espa?a que, con la implantaci¨®n del Instituto, iniciaba una nueva y venturosa singladura, auspiciada por los mejores augurios.
Hoy, el Instituto Cervantes representa uno de los cambios m¨¢s importantes -en t¨¦rminos cualitativos- de nuestra pol¨ªtica exterior. Y aunque llegara a la escena internacional con un considerable retraso respecto de sus hom¨®logos europeos -todos ellos recientemente galardonados, a una, con el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Comunicaci¨®n- ha conquistado con creces su propio espacio, al ben¨¦fico impulso de esa tendencia universal que favorece la pujanza del espa?ol.
A las cifras me remito: la red Cervantes integra ya setenta centros a los que, en breve, se a?adir¨¢ otra decena. M¨¢s de cien mil estudiantes llenan sus aulas, en las que -aparte de los cursos de lengua- se organizan unos cuatro mil actos culturales al a?o. Sus bibliotecas -muchas de ellas todav¨ªa en proceso de formaci¨®n- acumulan 765.000 vol¨²menes y acogen a unos 2.500 lectores diarios. El Centro Virtual recibi¨® el pasado a?o 1.300.000 hits, es decir, uno cada 24 segundos. Colaboradores muy cercanos al ministro Moratinos me han comentado que, a menudo, expresa su satisfactoria sorpresa por el hecho de que, por donde quiera que vaya, le piden que -si no existe ya- Espa?a abra un Instituto Cervantes. Buena se?al.
Pero es que, adem¨¢s, en un buen n¨²mero de pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo a los que Espa?a aporta su solidaridad de las maneras m¨¢s diversas, los centros del Instituto Cervantes suponen no s¨®lo una s¨®lida referencia que ayuda a vertebrar la cultura del pa¨ªs y a inyectar -a trav¨¦s de sus mensajes culturales- una serie de valores tan necesarios en el mundo en desarrollo como tolerancia, democracia o derechos humanos, sino que ayudan a la formaci¨®n y mejor cualificaci¨®n de sus recursos humanos, en una de las lenguas m¨¢s importantes del planeta.
Por ello, es tambi¨¦n crucial su sano engranaje, legalmente establecido, con los organismos rectores de la Cooperaci¨®n Espa?ola, a trav¨¦s de la Secretar¨ªa de Estado para la Cooperaci¨®n Internacional, cuya titular ostenta la presidencia del Consejo de Administraci¨®n del Instituto.
El Cervantes tiene, todav¨ªa, un largo camino que recorrer, aprovechando, como ha dicho recientemente su director, C¨¦sar Antonio Molina, "el viento favorable en las velas que tienen la lengua y la cultura espa?ola e iberoamericanas en todo el mundo". Y ello merece, por parte de toda la sociedad espa?ola, del contribuyente, en definitiva, el m¨¢s decidido apoyo. Porque el Instituto es, sin duda, uno de los mejores instrumentos -una de las mejores inversiones, a?adir¨ªa- de nuestra pol¨ªtica exterior.
Porque si antes del Cervantes toc¨¢bamos una flauta que pretend¨ªa sonar como un contrabajo, sin conseguirlo nunca, hoy, felizmente, ya no es el caso.
Delf¨ªn Colom¨¦ es embajador de Espa?a en Corea, fue director ejecutivo de la Asia-Europe Foundation.
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