B¨¢ltico
Una tarde, en San Petersburgo, cuatro compa?eros de viaje nos fuimos a contemplar la puesta de sol a la playa, un suceso que en esta ciudad est¨¢ muy acreditado. Nos encontramos con el B¨¢ltico absolutamente helado y sobre la capa de hielo, que seg¨²n los expertos ser¨ªa de un metro de espesor, acababa de caer una nevada. Cada uno de los compa?eros reaccion¨® a su manera ante la gloria de aquel espect¨¢culo. Uno de ellos, que suele imponerse retos en la vida, comenz¨® a andar mar adentro hasta convertirse en un punto oscuro en el horizonte; otro aprovech¨® la ocasi¨®n para llamar a su madre por tel¨¦fono: "Mam¨¢, no lo vas a creer, pero estoy caminando como Jesucristo sobre las aguas del mar". Su madre, una gallega de 84 a?os, le contest¨®: "Por Dios, hijo m¨ªo, me hab¨ªas prometido que no volver¨ªas a beber". Otro se limit¨® a dar un paseo comedido con sus finos zapatos de tafilete. De pie sobre el B¨¢ltico, mi ¨²nica obsesi¨®n era comprobar si el sol en el ¨²ltimo segundo, antes de apagarse, emitir¨ªa el rayo verde, un regalo que esta vez tambi¨¦n me fue negado. A medida que la tarde ca¨ªa, la infinita extensi¨®n de nieve sobre el mar adquir¨ªa todas las tonalidades de un fuego a diez bajo cero. Esta belleza boreal tiene un peligro, que ignoran los cisnes cuando se deslizan sobre las aguas del Neva pensando s¨®lo en s¨ª mismos, y tambi¨¦n las gaviotas y los cormoranes en el mar locos por la caballa. De repente, un d¨ªa llega el hielo y los atrapa por las patas; ellos baten las alas con un esfuerzo denodado para librarse de ese cepo, pero al final se quedan sin fuerzas y mueren. No hay m¨²sica de Chaikovski que pueda expresar la pat¨¦tica belleza de la muerte de un cisne en el Neva frente a las columnas rostradas, de color sangre, cerca del Ermitage. En cambio, muchas gaviotas del B¨¢ltico hab¨ªan hincado el pico sin otra m¨²sica que el silencio compacto que se extend¨ªa hasta el fondo del espacio. En medio del mar helado, alguien hab¨ªa plantado una especie de teatro, de donde proced¨ªa una melod¨ªa para m¨ª desconocida. El compa?ero que regresaba del horizonte me dijo lleno de entusiasmo: "?No oyes? All¨¢ a lo lejos, donde se ven las olas petrificadas, est¨¢ cantando Kathleen Ferrier el Adi¨®s de Mahler". Los cisnes mueren atrapados por las patas; pero existe otro peligro si, confiado en la solidez de las aguas, esperando agarrarte al asa del rayo verde, que s¨®lo est¨¢ en tu mente, llega a traici¨®n la primavera por detr¨¢s: se produce un fulminante deshielo bajo tus pies y en medio de tanta belleza te vas al infierno.
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