Democracia a la italiana
Que la fiesta no decaiga. La vida pol¨ªtica catalana tiene cada vez m¨¢s los acentos de una comedia de enredo. No hay d¨ªa sin ruido. La fiesta de Sant Jordi nos depar¨® unas nuevas declaraciones del presidente Maragall destinadas a provocar esc¨¢ndalo y jaleo medi¨¢tico. El nuevo Estatuto, dijo el presidente, es el resultado de un pacto entre "la soberan¨ªa popular de Catalu?a que representa el Parlament y la soberan¨ªa popular espa?ola". Naturalmente, Josep Piqu¨¦, que sigue intentando hacer m¨¦ritos en un partido que ya no sabe c¨®mo decirle que no le quiere, subi¨® r¨¢pidamente a la red para decir que las palabras de Maragall eran la prueba de la inconstitucionalidad del Estatuto. Piqu¨¦, como sus jefes de Madrid, creen que es imposible que existan dos soberan¨ªas a la vez y el Estado no salte por los aires. Pero el mundo est¨¢ cambiando muy de prisa y si nos preguntamos d¨®nde est¨¢ realmente la soberan¨ªa tendremos m¨¢s de una sorpresa y veremos pronto lo vieja que se ha hecho la idea de un pueblo soberano, una naci¨®n, una cultura, un Estado.
Encerrado en su propio jard¨ªn, el Gobierno tripartito acaba crey¨¦ndose las propias mentiras que ¨¦l construye, que s¨®lo son verdades para su supervivencia
A m¨ª no me parece tan disparatado lo que ha dicho Maragall. Y, desde luego, no me parece anticonstitucional. Si estamos de acuerdo en que el soberano es el que tiene la ¨²ltima palabra, los mecanismos de reforma del Estatuto previstos por la legalidad vigente otorgan al pueblo catal¨¢n la ¨²ltima palabra v¨ªa refer¨¦ndum. O sea, que alg¨²n grado de soberan¨ªa catalana existe en este procedimiento. El Estatuto es el resultado de una transacci¨®n entre el Parlamento catal¨¢n -surgido de un demos democr¨¢tico formado por los ciudadanos de Catalu?a con derecho a voto- y el Parla-mento espa?ol -surgido de otro demos democr¨¢tico formado por los ciudadanos de Espa?a con derecho a voto-, en el que los catalanes est¨¢n inscritos. El Parlamento catal¨¢n propone, el Parlamento espa?ol dispone y los ciudadanos de Catalu?a deciden en ¨²ltima instancia. No hay que tener miedo a las palabras may¨²sculas: ?qu¨¦ significa soberan¨ªa en tiempos de poderes pol¨ªticos y econ¨®micos multinacionales? Ni la soberan¨ªa espa?ola ni la catalana son ning¨²n absoluto en los tiempos que corren. Un estatuto es una ley espa?ola que regula la inserci¨®n de Catalu?a en Espa?a; es decir, de una soberan¨ªa inscrita en una soberan¨ªa aparentemente inclusiva.
No es este el problema principal de Catalu?a en el momento actual. Lo preocupante es que la pol¨ªtica catalana est¨¢ derivando hacia un r¨¦gimen a la italiana sin que nadie se preocupe de hacer nada para evitarlo. Los resultados est¨¢n a la vista: los partidos pol¨ªticos ponen permanentemente en evidencia la falta de autoridad del presidente; la idea de un Gobierno unitario es sustituida por un sistema de taifas, consejer¨ªas convertidas en reinos aut¨®nomos en los que el partido que los controla ejerce a su aire, como si de un coto particular se tratara. Y as¨ª la acci¨®n de gobierno se va desdibujando y las querellas entre familias se llevan todas las portadas de los informativos. En el Gobierno se dice que es este ruido el que impide ver la eficacia de su acci¨®n: nadie m¨¢s que el tripartito tiene todo el poder para acabar con la confusi¨®n, pero en vez de frenarla hace que crezca cada d¨ªa. El Partit dels Socialistes e Iniciativa per Catalunya tienden a echar las culpas del desbarajuste a Esquerra Republicana, que es un partido muy peculiar. Tienen raz¨®n, pero si quien deber¨ªa tener autoridad para ello les parara los pies, determinadas cosas no ocurrir¨ªan. ?De verdad, el presidente Maragall no pod¨ªa correr el riesgo de rechazar la propuesta de hacer consejero a Xavier Vendrell y exigir a Esquerra que le propusiera otro nombre? Si fuera as¨ª, si el presidente no tiene autoridad ni siquiera para eso, ?tiene sentido seguir gobernando?
Metidos en su propio ruido, perdidos en el bosque de sus querellas familiares, los tres partidos del Gobierno dan la sensaci¨®n de haber perdido cualquier sensibilidad para captar las desmoralizantes consecuencias de sus juegos de sal¨®n. De lo contrario comprender¨ªan la importancia que tiene el caso Vendrell. No por su contenido en s¨ª, que siendo preocupante es probablemente menos grave que muchas otras cosas que hemos visto, sino porque confirma incluso a los m¨¢s cr¨¦dulos que a la hora de la verdad la izquierda hace lo mismo o peor que los dem¨¢s, y que a una persona que si ellos hubiesen estado en la oposici¨®n habr¨ªan exigido que se fuera a casa, la promocionan. Estos son los hechos que provocan la desafecci¨®n, y la desafecci¨®n siempre es letal para la izquierda. Esta es la desafecci¨®n grave, mucho m¨¢s que la desafecci¨®n ret¨®rica de Catalu?a respecto de Espa?a de la que el presidente habla a veces. Y es una desafecci¨®n grave porque afecta a la propia vitalidad de la democracia.
Encerrado en su propio jard¨ªn, el tripartito acaba crey¨¦ndose las propias mentiras que ¨¦l construye, que s¨®lo son verdades para su supervivencia. Se acaba creyendo que no tiene ninguna importancia que el presidente de un gobierno no pueda imponer su autoridad a los partidos, se acaba creyendo que no tiene ninguna importancia que los partidos de un gobierno vayan divididos a un refer¨¦ndum estrat¨¦gico. Y se acaba creyendo que no tiene ninguna importancia que se nombre a un consejero que tiene un asunto delicado pendiente de clarificaci¨®n. Siendo sorprendente la capacidad de este Gobierno para autolesionarse, es m¨¢s chocante que no se den o no se quieran dar cuenta del da?o que se hacen.
S¨ª, esto es el modelo italiano, en el que los pol¨ªticos dedican la mayor parte de sus energ¨ªas a las peleas con sus aliados. Es un modelo que deriva de una idea err¨®nea pero muy extendida de la pol¨ªtica: la que confunde pol¨ªtica con politiquer¨ªa, como si su esencia fueran los arreglos y disputas entre partidos.Una idea de la pol¨ªtica que convierte lo instrumental en central. Me sorprende que algunos acepten este modelo con tanta resignaci¨®n, porque esta fragmentaci¨®n que vemos en el Gobierno no es m¨¢s que la expresi¨®n de lo que ocurre debajo: un sistema en el que el clientelismo -que tanto denunciaron estos partidos cuando estuvieron en la oposici¨®n- sigue siendo la norma y, finalmente, el criterio destacado a la hora del reparto del poder. Es lo que hay, dicen. El realismo es una gran virtud del pol¨ªtico y del analista. Pero el realismo es simplemente un gesto de impotencia cuando se nos quiere hacer creer que la realidad en la que estamos atrapados es el ¨²nico horizonte posible. Entonces el realismo deja de ser un principio de acci¨®n para convertirse en un principio de reacci¨®n. Creo que a este punto hemos llegado. O el presidente Maragall tiene un gesto fuerte que desbloquee la situaci¨®n o cada paso que d¨¦ este Gobierno le hundir¨¢ un poco m¨¢s en este pantano llamado modelo italiano.
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