La regla del juego
Estamos en tiempos de verificaciones y de memorias. De verificaciones sobre si se cumple el "alto el fuego permanente" anunciado por los encapuchados de ETA. Cumplimiento sobre el que el presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, se reserva pronunciarse antes de comparecer en el pleno del Congreso de los Diputados para informar de si hay pruebas inequ¨ªvocas de abandono de la violencia terrorista, a partir de las cuales podr¨ªa darse un di¨¢logo con quienes hubieran hecho esa renuncia, requerida como condici¨®n necesaria. Pero tiempos tambi¨¦n de memorias porque se han reiterado una y otra vez las garant¨ªas de que nada se har¨¢ en este campo del fin de la violencia que suponga olvido de las v¨ªctimas y de sus familiares, cuya honra permanente ha quedado comprometida. Y, adem¨¢s, ah¨ª est¨¢ la declaraci¨®n de 2006 como A?o de la Memoria, cuando se cumplen 75 a?os de la proclamaci¨®n de la II Rep¨²blica.
Por eso, conviene enseguida que atendamos a lo que Bergson llamaba la "diferencia de naturaleza" entre la memoria y la percepci¨®n. Porque el tiempo de recordar no se mide con los mismos relojes ni en las mismas unidades que el tiempo de percibir. Y como sostiene Jos¨¦ Luis Pardo en su libro La regla del juego (Galaxia Gutenberg, Barcelona), la percepci¨®n parece imponer un tiempo que tiene l¨ªmites inflexibles o expl¨ªcitos. De manera que si no empleamos en percibir algo el tiempo que esa percepci¨®n requiere, sencillamente no lo percibimos; en cambio, el recuerdo est¨¢ dotado de una gran elasticidad. As¨ª que podemos dar de un recuerdo versiones de duraci¨®n diferente sin que deje en ning¨²n caso de ser "el mismo". Porque la memoria es siempre imprecisa, de l¨ªmites flexibles, y el relato de lo sucedido, por muy largo que sea, nunca puede ser completo, no por falta de tiempo, sino por naturaleza.
Esta diferencia de naturaleza entre los relojes de la percepci¨®n y los de la memoria es la misma que se observa cuando el planteamiento expl¨ªcito de un problema se convierte en obst¨¢culo para su resoluci¨®n. A ella se superpone el proceso que salva la distancia entre lo que es s¨®lo de manera potencial y lo que resulta cuando la potencia se actualiza. Siguiendo a nuestro autor, la cuesti¨®n reside en que somos incapaces de situar en la secuencia del tiempo el instante en que se aprende a hablar ingl¨¦s, como el instante en que empezamos a amar a alguien o dejamos de hacerlo, o a los efectos de la banda terrorista, el momento exacto en que habr¨¢ dejado de serlo. Tampoco puede precisarse el instante temporal en que la sociedad espa?ola y los medios de comunicaci¨®n dejaron de adoptar actitudes de connivencia y de reconocimiento retrospectivo hacia quienes segu¨ªan implicados en el terrorismo, pese a la recuperaci¨®n de las libertades c¨ªvicas bajo el nuevo sistema pol¨ªtico que nos dimos.
Pero avancemos. Verificado el desistimiento definitivo, irreversible, de la violencia terrorista y los efectos especiales de que se ha hecho acompa?ar, la conversaci¨®n posible con quienes adoptaran esa decisi¨®n excluye cualquier ¨ªndice pol¨ªtico constitucional, pero ofrece margen para su encaminamiento, por ejemplo, hacia las cuestiones penitenciarias. Porque todas las medidas de alejamiento y dispersi¨®n de quienes cumplen condenas por acciones terroristas efectuadas bajo la disciplina de la banda etarra traen causa de su pertenencia a esa organizaci¨®n delictiva. Cuando a los condenados se les alejaba, se buscaba dificultar su conexi¨®n con ETA y su implicaci¨®n en nuevas acciones. Cuando se les dispersaba, se quer¨ªa facilitar la recuperaci¨®n de su autonom¨ªa personal y que resistieran mejor las presiones de la organizaci¨®n en la que ven¨ªan de estar encuadrados.
Pero si la organizaci¨®n de que se trata se disolviera, todo ese plus de penalizaciones penitenciarias dejar¨ªa en buena l¨®gica de serles de aplicaci¨®n. Proceder as¨ª no ser¨ªa aceptar imposici¨®n alguna, sino la derivada propia de una nueva situaci¨®n. Tampoco desaparecida ETA podr¨ªa predicarse lo mismo que ahora se predica de Batasuna. Por tanto, nada de buenismos ni de ingenuidades, pero tampoco de anclajes como los preconizados por los triunfalistas de la cat¨¢strofe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.