Voltaire y el islam
En su vehemente proceso al islam y al estatus de inferioridad legal y de sumisi¨®n de la mujer que prevalece en la mayor¨ªa de pa¨ªses musulmanes, Telima Nesreen, Ayaam Hirsi Ali y otras emancipadas de su credo religioso han evocado y evocan repetidas veces el nombre del autor de C¨¢ndido: "Permitidnos un Voltaire... Dejemos a los Voltaire de nuestro tiempo trabajar en un entorno seguro en el desarrollo de una ¨¦poca de ilustraci¨®n para el islam".
El llamamiento es en t¨¦rminos generales justo y merece nuestro apoyo, pero exige una serie de matizaciones, no s¨®lo por la variedad de situaciones existentes en el ¨¢mbito musulm¨¢n, sino tambi¨¦n por la multiplicidad de posiciones, a menudo contradictorias, que adopta Voltaire en el tema. Reducir su vast¨ªsima obra a la tragedia Mahoma o el fanatismo escrita en 1739 y estrenada en la Com¨¦die Fran?aise en 1742, equivale a limitarla a un periodo muy breve de su labor filos¨®fica y literaria. Un recorrido por sus casi inabarcables Obras Completas nos muestra que el "patriarca de Ferney" y amigo de los grandes de este mundo, como Federico II de Prusia y de Catalina la Grande, no ces¨® de exponer sus ideas, opiniones y sentimientos respecto a los que llamaba "mahometanos" -denominaci¨®n err¨®nea, pero com¨²n en su tiempo-, en ensayos, art¨ªculos de la Enciclopedia, cuadernos personales, correspondencia, novelas y obras teatrales. Si los c¨¢lculos no me fallan, m¨¢s de una treintena de textos, como dice Etiemble, "en su edad adulta y en su vejez, Voltaire no dej¨® de informarse [sobre el profeta y su religi¨®n] con una avidez no re?ida con el discernimiento".
Ante la imposibilidad de extractar aqu¨ª tal masa de documentos en los que el autor reitera con otras palabras lo ya dicho, lo modifica y, muy a menudo, lo contradice, he recurrido al excelente libro de Djevad Hadidi, Voltaire y el islam, editado en 1974 por Publicaciones Orientalistas de Francia y que, lamentablemente, no ha sido traducido a¨²n al espa?ol.
Desde la imparable expansi¨®n del Imperio Otomano por los Balcanes y el norte de ?frica -especialmente tras la ca¨ªda de Constantinopla y tentativa de apoderarse de Roma-, el inter¨¦s de los cronistas franceses por las Cruzadas y la presencia de los sarracenos en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica cedi¨® paso a una creciente fascinaci¨®n, entreverada con envidia y temor, por los turcos. Hasta el siglo XVI, la visi¨®n de Mahoma y los agarenos respond¨ªa a las leyendas forjadas en la llamada Reconquista, cuyo contenido m¨ªtico y extravagante analiz¨® Edward Said en Orientalismo. Dicha literatura de ¨ªndole religiosa y militante, a la que el joven Voltaire tuvo acceso por sus lecturas de Buffier, Maracci y Bossuet, se vio desbancada de pronto por la de los viajeros a la nueva Meca del B¨®sforo. La masa de observaciones, datos y comentarios referentes al "capital enemigo de la Cristiandad" crearon un verdadero grupo de presi¨®n proturco, compuesto en su inmensa mayor¨ªa por hugonotes y luteranos: Guillaume Postel, Philippe de Fresne-Canay, Tavernier, Chardin, D'Hebertot, Tournefort, etc¨¦tera, autores que le¨ª con atenci¨®n en la fase preparatoria de Estambul Otomano (y a ellos habr¨ªa que a?adir al padre del extraordinario Viaje de Turqu¨ªa, probablemente el protestante espa?ol Juan de Ulloa, juzgado y reconciliado en el auto de fe de Valladolid de 1554).
Aunque por las fechas en que compuso la tragedia, Voltaire profesaba ya su doctrina de¨ªsta -la de una "religi¨®n natural" no corrompida por ninguna clase de preceptos ni dogmas-, no tuvo en cuenta los conocimientos aportados por la corriente ideol¨®gica favorable a los otomanos que desment¨ªan las toscas invenciones y f¨¢bulas de la tradici¨®n devota. En Mahoma o el fanatismo, su retrato del profeta como un hombre exaltado, ambicioso y buen conocedor de los mecanismos del alma humana favorables a la consecuci¨®n de sus fines va acompa?ado de ep¨ªtetos denigrantes sobre su car¨¢cter y falsos milagros. En realidad, si leemos cuidadosamente el texto, el ataque a Mahoma encubre otro: el dirigido al Mes¨ªas de los cristianos y a los profetas b¨ªblicos. Una buena parte del p¨²blico parisiense lo entendi¨® as¨ª: los jansenistas se sintieron aludidos y arremetieron contra la obra.
Si seguimos por orden cronol¨®gico los escritos posteriores, desde Sottisier (Disparatario o Repertorio de sandeces, germen sin duda del Diccionario de ideas comunes de Flaubert) hasta Ensayo sobre las costumbres, fechado en 1756, vemos perfilarse los temas centrales de Voltaire -odio al fanatismo, impugnaci¨®n de las religiones reveladas, denuncia de la alianza de intereses celestes y terrenales para empujar a la guerra a los exaltados- paralelamente a una profundizaci¨®n de sus conocimientos sobre el islam y los otomanos, fruto de su amistad con Boulainvilliers y de su lectura de la traducci¨®n inglesa del Cor¨¢n. Mientras la cr¨ªtica a Jes¨²s, tildado de fan¨¢tico y alienado en sus Ep¨ªstolas filos¨®ficas, se acent¨²a, su visi¨®n de Mahoma se suaviza al punto de concederle cualidades de justicia y tenacidad: "El legislador de los musulmanes, hombre dominante y terrible, estableci¨® sus dogmas con su valor y con las armas; con todo, su religi¨®n se volvi¨® benigna y tolerante. El institutor divino del Cristianismo, viviendo en la humildad y en la paz, predic¨® el perd¨®n de las injurias; y su santa y dulce religi¨®n se ha convertido, por nuestros furores, en la m¨¢s intolerante de todas y la m¨¢s b¨¢rbara". (Ensayo sobre las costumbres, cap¨ªtulo VI).En el cambio operado en el intervalo ha intervenido su ya asentada, aunque sujeta a vaivenes y fluctuaciones, admiraci¨®n por los otomanos. La evocaci¨®n de las hogueras inquisitoriales para los jud¨ªos portugueses en C¨¢ndido, en contraposici¨®n a las jocosas aventuras del protagonista en la corte del Gran Se?or, as¨ª como las andanzas de Scarmentado, h¨¦roe de su deliciosa novela Zadig, por tierras del Sult¨¢n, se adscriben a la tradici¨®n proturca de los hugonotes, al punto que Voltaire fue calificado por sus adversarios de "patriarca in petto de Constantinopla". En Tratado sobre la tolerancia -escrito a ra¨ªz de la ejecuci¨®n de varios librepensadores como Calas y el chevalier de La Barre, cuya estatua conmemorativa de su juvenil rebeld¨ªa me mostr¨® en Abbeville Jean Genet- Voltaire se lanza a una elocuente defensa del turco: "El Gran Se?or gobierna en paz a veinte pueblos de religiones distintas; doscientos mil griegos viven en paz en Constantinopla; el muft¨ª en persona nombra al patriarca griego y lo presenta al emperador" (sic), y el imperio, a?ade, "est¨¢ lleno de jacobinos, nestorianos y monote¨ªstas". Las guerras intestinas entre cristianos -como las que desgarran hoy el mundo isl¨¢mico- atizan su indignaci¨®n contra el fanatismo, responsable, dice, de todos los males del mundo. A?os despu¨¦s, en "La profesi¨®n de los de¨ªstas", denunciar¨¢ que mientras los cristianos a orillas del B¨®sforo portan libremente a su Dios por las calles, en Europa "se condena a la horca o la rueda a cualquier predicador calvinista y a galeras a quienes le escuchan". A lo que Voltaire a?ade: "?Oh naciones, comparad y juzgad!".
La coexistencia de diferentes credos correspond¨ªa al de¨ªsmo del fil¨®sofo -que nada tiene que ver, no lo olvidemos, con el ate¨ªsmo de Diderot-: a su profunda convicci¨®n, que hoy denominar¨ªamos multiculturalista, de que la tolerancia favorece el intercambio de ideas por encima de las creencias y de que, como se?ala Hadidi, fomenta el progreso material y moral, al mantener la paz y la prosperidad en el interior de los Estados. Pero, en su entusiasmo del momento por el modelo otomano, Voltaire llega a una sorprendente defensa de la poligamia, "¨²til a la sociedad y a la propagaci¨®n" (de la especie), ya que "el tiempo perdido por los embarazos, los pa?ales, por las incomodidades propias de las mujeres, parece exigir que dicho lapso sea compensado" (?) M¨¢s perturbador a¨²n: en su art¨ªculo titulado ir¨®nicamente "Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos", el autor admirado por Ayaam Hirsi Ali y otras feministas, tal vez sin haberlo le¨ªdo con detenimiento, opina no s¨®lo que Mahoma fue m¨¢s generoso con ellas que David, Salom¨®n y quienes los justificaron a posteriori como los santos Padres de la Iglesia -lo cual es hasta cierto punto verdad-, sino tambi¨¦n, y en contradicci¨®n con la aleya 38 de la "Sura de las mujeres" del Cor¨¢n, niega que los varones musulmanes tengan autoridad sobre ellas y les exijan obediencia, algo que s¨ª, agrega, les impon¨ªa San Pablo.
Como vemos, a lo largo de su vasta y a menudo admirable obra, Voltaire yerra, rectifica, se contradice. Su odio a la figura de Jes¨²s se aten¨²a conforme entra en la vejez. Su apreciaci¨®n de Mahoma, en cuanto fundador de "una religi¨®n sabia, severa, casta y humana", no obsta para un persistente rechazo a su figura. La inmensidad del corpus doctrinal volteriano contiene infinidad de facetas y se presta a contradictorias lecturas. El autor de C¨¢ndido y Zadig -en cuya relectura no ceso de recrearme- sufr¨ªa adem¨¢s las turbulencias de la ambici¨®n y de su condigna lisonja a los monarcas que le protegieron y con quienes se carteaba con desenvoltura. Para ellos, Federico II de Prusia y la zarina rusa, proyect¨® una cruzada contra sus admirados otomanos, con miras a deshacerse de los "usurpadores" del trono de los Constantinos y de los Marcos Aurelios, esto es, del Sult¨¢n y del Papa. Mas dichas veleidades y errores valen poco frente a su condena radical del fanatismo y de toda creencia dogm¨¢tica.
Volviendo al comienzo: el mundo isl¨¢mico de 2006 necesita muchos Voltaire para salir de su atraso, ignorancia y de las luchas sectarias que le desgarran. El cambio de estatus de la mujer, este subproducto nocivo de ra¨ªz b¨ªblica -la f¨®rmula es m¨ªa, no de Voltaire- constituye un instrumento indispensable para todo proyecto modernizador y algunos pasos recientes en la buena direcci¨®n deben ser alentados. Pero, junto al Voltaire radical en su lucha contra la intolerancia, hay mucho que aprender tambi¨¦n del que se esforz¨® en analizar con pragmatismo la diversidad y antinomias de las sociedades musulmanas de su siglo, por muy diferentes que sean de las del nuevo milenio. Nada peor para nuestro futuro que recurrir, como los doctrinarios exaltados de hoy, al viejo esp¨ªritu de las Cruzadas.
Juan Goytisolo es escritor.
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