Aguas de primavera
Uno. Ant¨ªgona. Oriol Broggi y su banda, La Perla 29, han vuelto a su espacio reconquistado, la Biblioteca de Catalu?a, donde el a?o pasado atrajeron a un numeroso p¨²blico con El Mis¨¢ntropo. Esta vez, los jardines de la calle del Hospital, a dos pasos del Romea, exhalan un sorprendente y agradabil¨ªsimo perfume franc¨¦s: entre la primaveral terraza al aire libre, donde se cena de maravilla, y la nave de la antigua Escuela de Artes y Oficios que acoge su Ant¨ªgona, cualquiera puede creer, durante dos horas, que se encuentra en Avi?¨®n, degustando uno de los espect¨¢culos sorpresa del festival. No hab¨ªa podido ver hasta ahora este montaje, que ya lleva m¨¢s de un mes conmoviendo a los espectadores con su emoci¨®n limpia y clara, como el agua de un rebrotado r¨ªo antiguo, en admirable versi¨®n de Jeroni Rubi¨®. Broggi y sus actores han invocado manes tutelares muy poderosos. El primero, y obvio, es San Peter Brook: la econom¨ªa de movimientos del grupo, el vestuario orientalizante de Roser Vallv¨¦ y la tierra rojiza que cubre el suelo de la nave evocan la atm¨®sfera ritual del Mahabharata. Hay un segundo esp¨ªritu, dual y no menos intenso, que quiz¨¢s ignoren: en ese mismo espacio, una adolescente Nuria Espert ensay¨®, a las ¨®rdenes del a?orado Juan Germ¨¢n Schroeder, aquella Medea que habr¨ªa de convertirla en estrella. Imposible, pues, ver y escuchar a Clara Segura en el rol de la hija de Edipo y no pensar que as¨ª debi¨® de ser, o muy similar, aquella hija del sol: pasi¨®n a espuertas, cuerpo y mirada en trance, y la determinaci¨®n absoluta de una flecha ardiente directa hacia su objetivo. Clara Segura no se revela aqu¨ª, como la Espert de entonces, de la noche a la ma?ana: pese a su juventud lleva a sus espaldas un buen pu?ado de interpretaciones soberbias, tanto en lo c¨®mico como en lo dram¨¢tico, pero hasta ahora no le hab¨ªa visto yo una pulsi¨®n tr¨¢gica tan intensa y tan bien modulada. Lamento no poder decir lo mismo de Pep Cruz, estupendo actor de m¨²ltiples talentos, pero entre los que no se encuentra, a mi juicio, esa densidad que la tragedia exige. Creo entender la voluntad de Broggi de marcarle un Creonte sin coturnos, por as¨ª decirlo, con las maneras de un soldadote griego repentinamente "ascendido" a jefe de Estado, pero esa llaneza, esa cotidianeidad de su interpretaci¨®n, le roba pathos, le convierte casi en un tirano dom¨¦stico cabreado, salvo en su tercio final, cuando todas las desgracias se abaten sobre su cabeza y su interpretaci¨®n crece, rematada por un extraordinario golpe de teatro que les comentar¨¦ unas l¨ªneas m¨¢s abajo. En una puesta en escena tan desnuda y esencial chirr¨ªan, por su innecesariedad, el fragmento en ingl¨¦s de la despedida de Ant¨ªgona, los asfixiados aspavientos de Enric Serra (Tiresias) en la escena de la revelaci¨®n o ese mensajero convertido en fool arlequinesco trufando su discurso de palabras italianas, a cargo de un Xavier Serrano impecable en sus otras intervenciones. Son, en todo caso, pegas menores que no empa?an la potencia del espect¨¢culo ni de sus restantes actores: Marcia Cister¨® (Ismene), que vuelve a deslumbrar por su serenidad y su dicci¨®n, como hiciera en El Mis¨¢ntropo (?por qu¨¦ se prodiga tan poco esta espl¨¦ndida actriz?); Babou Cham (Hemon), de imponente presencia esc¨¦nica, o el sobrio y luminoso Pau Mir¨® (Corifeo). La funci¨®n concluye, como apuntaba antes, con uno de los m¨¢s hermosos momentos teatrales de la temporada: Pep Cruz, fulminado ante el cad¨¢ver de su hijo, rompe a cantar un lamento griego en la m¨¢s pura estela de Theodorakis (ovaci¨®n y vuelta al ruedo para la banda sonora de Josh Farrar) al que se unen, en un coro desgarrador, todos los protagonistas del drama.
Dos. Aig¨¹es encantades. Puig i Ferreter fue un regeneracionista sin suerte. Su teatro, apasionado y valiente, nacido para combatir los muy diversos irracionalismos de la Catalu?a de principios del XX, top¨® con un p¨²blico que se resist¨ªa a dejar de creer en cuentos de hadas y, como no pod¨ªa ser menos, con las "fuerzas vivas" contra las que dirigi¨® sus dardos. Absolutamente marcado por la "revuelta n¨®rdica", con Ibsen, Hauptmann y Nietzsche como triple norte, da lo mejor de s¨ª mismo como dramaturgo en apenas cuatro a?os -los que median entre Aig¨¹es encantades (1908) y El gran Aleix (1912)- y vuelve la espalda a la escena para entregarse a una narrativa caudalosa (culminada por los doce vol¨²menes de El pelegr¨ª apassionat) y a una vida pr¨®diga en excesos y esc¨¢ndalos. Es, si se quiere, un cl¨¢sico menor de la escena catalana (no lleg¨® a estrenar en Madrid: parece que s¨®lo hab¨ªa sitio para Rusi?ol) pero sus piezas, aunque carentes de la complejidad de Ibsen, rebosan una sinceridad furiosa absolutamente convincente. El TNC, que ya hab¨ªa rescatado La dama enamorada, ha encargado a Ramon Sim¨® la puesta de Aig¨¹es encantades, un texto en el que las innegables influencias de Un enemigo del pueblo y Casa de mu?ecas apuntan hacia dos enemigos tan poderosos como la religi¨®n cat¨®lica y la familia patriarcal. Cecilia (Maria Molins), aspirante a maestra, y el Forastero (F¨¨lix Pons), un joven ingeniero, pretenden acabar, por la v¨ªa de la ciencia hidr¨¢ulica, con la leyenda de unas aguas milagreras que no logran paliar la sequ¨ªa de la zona. Naturalmente, su propuesta (concreta, pragm¨¢tica) har¨¢ emerger un compacto entramado de intereses ideol¨®gicos y supersticiones at¨¢vicas. Aig¨¹es encantades es, si se quiere, una obra de buenos y malos (e indecisos), pero en absoluto maniquea: las actitudes de todos y cada uno se defienden aqu¨ª con una vehemente fiereza, y el vigoroso trazo de los personajes del drama anticipa al Pagnol de Manon des sources. El p¨²blico aplaude, pues, la pasi¨®n del texto y la pasi¨®n de sus estupendos int¨¦rpretes, un ampl¨ªsimo elenco en el que destacan, adem¨¢s de los citados, Jordi Mart¨ªnez, Rosa Cadafalch, Manel Barcel¨®, Santi Ricart y Jordi Banacolocha, as¨ª como la respetuos¨ªsima y di¨¢fana direcci¨®n de Ramon Sim¨®, que en ning¨²n momento pretende llevar, nunca mejor dicho, el agua del cl¨¢sico al molino de la seudomodernidad.
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