Arboledas perdidas
La arboleda perdida. Dec¨ªa Javier Rioyo este domingo ¨²ltimo que la encontr¨® hace poco en Buenos Aires, cerca de Buenos Aires, en los llamados bosques de Castelar. Era la casa de Rafael Alberti en su exilio argentino, La arboleda perdida, bautizada con el mismo t¨ªtulo que puso a sus memorias. As¨ª quiso llamarla el poeta gaditano, sabiendo a ciencia cierta que las arboledas (y m¨¢s las de la infancia) siempre acaban perdi¨¦ndose y nunca, jam¨¢s uno consigue recobrarlas. No era la vieja casa de madera donde Alberti vio crecer a su hija y a sus versos, sino otra casa que alguien construy¨® en el mismo lugar. Eran y son, en cambio, los mismos grandes ¨¢lamos y los mismos cipreses los que rodeaban y rodean la casa, que ahora mismo est¨¢ en venta. La arboleda perdida (ya no s¨¦ si escribirla en cursivas o dejarla plantada como un peque?o arbusto tipogr¨¢fico) puede acabar en manos de cualquiera que la pueda pagar. Porque las arboledas tienen tambi¨¦n su precio y su valor de cambio. Alguien puede talar tranquilamente los cipreses y los ¨¢lamos altos y los kinotos japoneses que plant¨® con sus manos Alberti. Podr¨¢ hacerlo si quiere. Talar un ¨¢rbol suele ser muy f¨¢cil. Lo dif¨ªcil es hacerlo crecer.
Las arboledas no se recuperan. Se dir¨ªa que est¨¢n condenadas, irremisiblemente, a perderse en la bruma del progreso y a desaparecer en las hemerotecas del olvido. Y tampoco los ¨¢rboles regresan, aunque ahora a los pol¨ªticos les d¨¦ por trasplantarlos y reiimplantarlos como si fueran muelas o colmillos. Nadie ha vuelto a saber en Bilbao, sin embargo, del viejo Tilo del Arenal o de aquel benem¨¦rito ?rbol gordo de Arbieto que ya nadie recuerda. ?rboles que conformaban una mitolog¨ªa civil que desapareci¨® con ellos. Frente a los ¨¢rboles laicos desaparecidos, nos queda el viejo ¨¢rbol sagrado de Gernika, que se muere y renace cada vez. Fuera del Pa¨ªs Vasco, lejos de casa, los ni?os de la guerra de Luis de Castresana tambi¨¦n hallaron su ¨¢rbol de Gernika, otro ¨¢rbol, el mismo.
Arboledas y ¨¢rboles perdidos, como los de la Plaza Dar¨ªo de Regoyos de Bilbao, sacrificados cuando a nuestros pol¨ªticos forales y municipales (m¨¢s espesos que nunca) les dio por la locura de la velocidad y las World Series. Gracias a la carrera de autom¨®viles que deb¨ªan cruzar la Villa de Don Diego a 240 kil¨®metros por hora, la plaza toda, pegante al parque de Do?a Casilda, se convirti¨® de pronto, casi instant¨¢neamente (talar un ¨¢rbol es tarea f¨¢cil) en una nueva (otra) arboleda perdida. He pasado mil tardes de mi infancia en esa plaza, de manera que asumo su p¨¦rdida (dicen que temporal) como algo inevitable (uno acaba habitu¨¢ndose a que, cada cierto tiempo, le arrebaten un trozo de su infancia). All¨ª hab¨ªa, recuerdo, unos espl¨¦ndidos casta?os de indias que fueron "trasplantados" a no se sabe d¨®nde por el Ayuntamiento, como ahora Gallard¨®n, guiado por motivos de mayor consistencia que una carrera urbana de autom¨®viles, pretende hacer con parte de la arboleda centenaria del Paseo del Prado-Recoletos.
Tiene algo de episodio berlanguiano, pero lo de la baronesa Thyssen arengando a ecologistas, progres, retroprogres, paseantes y curiosos, puede ahorrarle a Madrid una nueva arboleda perdida. No es lo mismo, adem¨¢s, arengarle al personal desde una tribuna de mecanotubo que desde unos zapatos de Chanel. A lo mejor, qui¨¦n sabe, nos hubiera hecho falta en Bilbao una Tita Cervera encadenada a un casta?o de indias en la Plaza Dar¨ªo de Regoyos antes de las World Series que ahora todos tenemos que pagar. Pero la plaza desapareci¨®.
Exigencia urban¨ªstica o masacre arb¨®rea. A veces es dif¨ªcil discernir, pero no es malo que lo que nos afecta a todos se discuta. Esta vez, adem¨¢s, es tambi¨¦n un arquitecto de renombre el responsable del proyecto que plantea la tala de ¨¢rboles del paseo madrile?o. Desde hace algunos a?os, la arquitectura-espect¨¢culo arrasa en nuestro pa¨ªs. Sin embargo, "la cultura urbana", como explica el profesor I?aki ?balos, "no se hace con tres arquitectos estrella". Dicen que en cada espa?ol (?tambi¨¦n en cada vasco?) hay un arboricida. Lo cierto es que el ladrillo es lo que crece a lo largo y lo ancho del pa¨ªs, y no las arboledas. Tendr¨¢n razones, pero no la raz¨®n esos pol¨ªticos que nos escamotean zonas verdes. Cuando perdamos todas las arboledas se nos habr¨¢ hecho tarde.
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