?Es la econom¨ªa, ecologistas!
No hay ecolog¨ªa sin econom¨ªa. M¨¢s all¨¢ del parentesco etimol¨®gico, que sit¨²a ambas ciencias en una casa com¨²n, y que remite su logos y su nomos al compartido oikos de nuestra residencia en la tierra, la ciencia verde es inconcebible sin la ciencia triste. Contempladas desde la ¨®ptica "fieramente humana" de la arquitectura, la naturaleza habitada y el artificio del mercado se entretejen como la urdimbre y la trama. Sin embargo, es frecuente abordar los temas ambientales pasando de puntillas por el ¨¢spero territorio del c¨¢lculo monetario, voluntariamente ignorando o menospreciando que la mayor parte de las decisiones que configuran el mundo se toman en ese marco. Por esta raz¨®n al menos, los que desean una arquitectura y un urbanismo sostenibles deber¨ªan tener siempre presente el recordatorio imperativo que el polit¨®logo James Carville fij¨® en la agenda de campa?a de Bill Clinton durante las elecciones de 1992, y que desde entonces se ha convertido en un latiguillo del debate americano. "?Es la econom¨ªa, est¨²pido!". Desde?arla s¨®lo conduce a la inoperancia y a la frustraci¨®n.
La ¨²nica arquitectura ecol¨®gica es la que no se construye y el ¨²nico arquitecto verde, el que renuncia a incrementar la entrop¨ªa del planeta
El actual fervor por la arquitectura ecol¨®gica reproduce fielmente el de los a?os setenta, aunque con algunas variaciones significativas
Los arquitectos no hablan hoy
de sostenibilidad porque se hayan convertido solidariamente al credo verde; lo hacen porque el petr¨®leo est¨¢ caro. El actual fervor por la arquitectura ecol¨®gica reproduce fielmente el de los a?os setenta, aunque con algunas variaciones significativas. Como entonces, est¨¢ impulsado por los shocks petrol¨ªferos, que en 1973 y 1979 sacudieron las bases energ¨¦ticas de la econom¨ªa; pero a diferencia de lo ocurrido en aquella d¨¦cada, la conciencia verde contempor¨¢nea se produce -por ahora- en un contexto de crecimiento econ¨®mico y boom inmobiliario, donde la guerra fr¨ªa ha sido reemplazada por el conflicto con un mundo musulm¨¢n pr¨®digo en reservas de petr¨®leo y gas, y en un planeta que ve emerger gigantes como China o India con demandas colosales de combustibles f¨®siles, mientras la creciente carest¨ªa energ¨¦tica no impide el incremento de las emisiones gaseosas que provocan el calentamiento global.
En este marco geopol¨ªtico puede desde luego razonarse que los edificios y las ciudades son responsables de la mayor parte del consumo de energ¨ªa, ya que si agregamos el gasto de la climatizaci¨®n, la iluminaci¨®n y el transporte al coste energ¨¦tico de la construcci¨®n -sea de edificios o de infraestructuras urbanas o territoriales-, cualquier metodolog¨ªa de c¨¢lculo arrojar¨¢ un resultado holgadamente superior al 50%. Sin embargo, suponer por ello que arquitectos y urbanistas son protagonistas inevitables de los dilemas energ¨¦ticos que abre la actual crisis (en su doble dimensi¨®n de carest¨ªa e impacto clim¨¢tico) es un espejismo sin sentido. Las grandes decisiones que van a configurar nuestro futuro se tomar¨¢n en el ¨¢mbito macroecon¨®mico, con el tel¨®n de fondo de las pugnas pac¨ªficas o b¨¦licas de los Estados por la energ¨ªa, las materias primas y el agua, y en ausencia -a corto o medio plazo- de una gobernanza global que pueda dirimir conflictos o velar por la estabilidad del sistema.
Si se comparan con la ingenuidad resistente y alternativa de las casas solares de los a?os setenta, con su mitificaci¨®n pos-hippy de la artesan¨ªa, su defensa preindustrial de la utop¨ªa aut¨®noma, y su fascinaci¨®n ludita por todo lo primitivo, la cosecha contempor¨¢nea de sostenibilidad edificada tiene el sabor inequ¨ªvoco de la prosperidad alambicada, la burocracia normativa y el simulacro simb¨®lico: Robinson Crusoe ha sido sustituido por el tecn¨®crata. La construcci¨®n sostenible es hoy un sector en auge, que tiene sus propias ferias y congresos, sus propias revistas y sus propios premios, un sector alimentado por las exigentes normativas y generosas subvenciones de la Administraci¨®n, y un sector que procura compensar sus minusval¨ªas est¨¦ticas con rankings, homologaciones y etiquetados verdes cuya aura ¨¦tica pueda otorgar legitimidad social y visibilidad p¨²blica a sus autores y a sus obras. Reforzado por la presencia de oficinas corporativas cuyas credenciales verdes son una simple prolongaci¨®n de su sofisticaci¨®n tecnol¨®gica, y por estudios que inscriben su trabajo en una perspectiva m¨¢s social, este campo es hoy un heter¨®clito lugar de encuentro entre las burocracias profesionales y las exploraciones emergentes, pero todav¨ªa no un territorio disciplinar jalonado por certidumbres o convenciones.
Con eso y todo, resulta parad¨®-
jico que la obra m¨¢s citada como representativa de esta nueva actitud sea un rascacielos de oficinas neoyorquino, el edificio Cond¨¦ Nast en 4 Times Square, un proyecto de Fox & Fowle que sirvi¨® como prototipo para el desarrollo del c¨®digo LEED (Leadership in Energy and Environmental Design), los est¨¢ndares creados en 2000 por el United States Green Building Council; al margen de su deplorable resultado est¨¦tico, el mero hecho de usar la alta tecnolog¨ªa del rascacielos como emblema de la arquitectura verde -por ejemplo, en la portada del suplemento de The Economist dedicado al tema en diciembre de 2004- indica hasta qu¨¦ punto las preocupaciones ecol¨®gicas se han introducido en la pr¨¢ctica habitual de la profesi¨®n, pero tambi¨¦n en qu¨¦ medida los recursos empleados para darles respuesta se ci?en a la utiller¨ªa tecnol¨®gica y a la optimizaci¨®n de las instalaciones. Y es tambi¨¦n un s¨ªntoma revelador de la colosal fuerza del marco econ¨®mico en que se producen los edificios el que la sede de The New York Times en el mismo emplazamiento, con Renzo Piano de arquitecto y un compromiso expl¨ªcito con la responsabilidad ambiental, debiera renunciar a la certificaci¨®n LEED cuando tuvo que enfrentarse a los costes financieros de la construcci¨®n en Manhattan.
En el actual contexto de carest¨ªa energ¨¦tica -al que se ha sumado la constataci¨®n por los cient¨ªficos del calentamiento del planeta- se abre paso una nueva conciencia ecol¨®gica, que retoma los asuntos y autores sepultados por las d¨¦cadas de prosperidad, y que para los que hemos vivido la anterior etapa de crisis tiene el aroma narc¨®tico del d¨¦j¨¤ vu y el sabor agridulce de las causas perdidas. Con m¨¢s optimismo de la voluntad que pesimismo de la raz¨®n, la agenda verde se presenta como una renovada ¨¦tica civil, pero a menudo deviene poco m¨¢s que un instrumento de la correcci¨®n pol¨ªtica en las relaciones p¨²blicas de los gobiernos, las instituciones o las empresas. Ignorante del sustrato pol¨ªtico y econ¨®mico de las decisiones ambientales o quiz¨¢ d¨®cilmente resignado a la impotencia frente a las fuerzas tit¨¢nicas que modelan nuestro mundo, el etiquetado verde termina siendo un ap¨¦ndice o una coartada que otorga la p¨¢tina de las buenas intenciones a la arquitectura y al urbanismo, dos actividades dif¨ªcilmente separables de la violencia que ejercen sobre la naturaleza.
La construcci¨®n consume siem-
pre recursos no renovables e incrementa la entrop¨ªa del mundo. El arquitecto tiene un pacto f¨¢ustico con el despilfarro y el exceso, de manera que s¨®lo sucumbe al s¨ªndrome verde cuando la econom¨ªa entra en recesi¨®n, y entonces se transforma en un ap¨®stol del crecimiento cero, la austeridad y la rehabilitaci¨®n, para regresar al mesianismo demi¨²rgico y a los sue?os tit¨¢nicos apenas se recuperan el consumo y la inversi¨®n. En esta etapa de tr¨¢nsito, con combustibles caros y econom¨ªa en auge, la arquitectura sostenible es un c¨®ctel de tecnolog¨ªa trivial que mezcla sensores t¨¦rmicos, bombas de calor y placas solares con las recetas de toda la vida sobre iluminaci¨®n y ventilaci¨®n naturales, orientaci¨®n y protecci¨®n solar o aislamiento e inercia t¨¦rmica. Pero si la cosa va a m¨¢s, toda esta fantas¨ªa amable dejar¨¢ paso al aut¨¦ntico dilema: ?construir o no construir? Porque al cabo la ¨²nica arquitectura ecol¨®gica es la que no se construye, y el ¨²nico arquitecto verde el que renuncia a incrementar la entrop¨ªa del planeta. Mientras tanto, los arquitectos tenemos un inter¨¦s m¨¢s transparente que oculto en el crecimiento econ¨®mico y en el auge oce¨¢nico de las obras p¨²blicas y de la construcci¨®n.
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