La ficci¨®n ilumina la historia
Con La gran marcha, su ¨²ltima y magistral novela, que obtuvo el prestigioso Premio PEN/Faulkner y que Roca Editorial publica al un¨ªsono con nuevas traducciones en bolsillo de sus obras maestras Ragtime (1975) y Billy Bathgate (1989), regresa a nuestro mercado E. L. Doctorow, uno de los grandes de la narrativa norteamericana contempor¨¢nea, cuya novela anterior, La ciudad de Dios (2000), pas¨® sin pena ni gloria aun a pesar de ser un estimulante relato posmoderno y metaficcional que convert¨ªa Nueva York en el muro de las lamentaciones contra el que idiosincrasias y paranoias actuales escupen sus razones.
La gran marcha entronca, en cambio, con la reconstrucci¨®n hist¨®rica de Estados Unidos que Doctorow viene llevando a cabo desde su deconstrucci¨®n y parodia del Far West de finales del XIX en Welcome to hard times (1960), novela que se emparenta con el terreno preferido por Cormac McCarthy, hasta Ragtime, retrato de la Norteam¨¦rica inmigrante de hacia 1914, la de la represi¨®n racial y el despertar sindical que Milos Forman puso para siempre en im¨¢genes en su gran pel¨ªcula de 1991, Billy Bathgate, fresco de las d¨¦cadas de los veinte y los treinta, las del charleston, la Gran Depresi¨®n, los clubes de jazz y el gansterismo, o El libro de Daniel (1971), relato siniestro del caso Rosenberg que le sirvi¨® de pretexto para una cr¨®nica espeluznante de la d¨¦cada de los cincuenta, entre la modernidad de los electrodom¨¦sticos y el oscurantismo de la guerra fr¨ªa. El autor de Ragtime reconstruye en su ¨²ltima novela el desenlace de la guerra civil americana a partir del cap¨ªtulo ¨¦pico que el general unionista Sherman empez¨® a escribir en 1864 cuando condujo sesenta mil hombres envilecidos por Georgia y las Carolinas, en una gran marcha ("oh, when the saints go marching in...") que arras¨® plantaciones, liber¨® esclavos semejantes al ficticio Coalhause Walter de la novela (el padre del h¨¦roe de Ragtime) y cambi¨® el curso de la historia con descargas de fusiler¨ªa y teatralidad marcial. Sin embargo, jam¨¢s Doctorow ha querido ejercer de autor de novela hist¨®rica. Si acaso su narrativa ilumina la historia, de ah¨ª que Doctorow haya querido siempre que en sus p¨¢ginas se den la mano los personajes hist¨®ricos y las criaturas ficticias, contribuyendo a la tradici¨®n del fact & fiction. Henry Ford o Freud conviven en Ragtime con entes de ficci¨®n del mismo modo en que Sherman o el presidente Lincoln conviven en las p¨¢ginas de La gran marcha con seres imaginarios de carne y hueso como Pearl -la esclava manumitida y bautizada con el nombre de la protagonista de La letra escarlata de Hawthorne, personaje en muchos sentidos aleg¨®rico- o el fot¨®grafo Calvin y los soldados picarescos Arly y Will, reencarnaci¨®n del miles gloriosus tal vez inspirada en los trotamundos huidizos y sure?os de Mark Twain, figuras en las que deposita el autor buena parte del delicioso humor con el que adereza la ¨¦pica de un relato que en ocasiones deviene tragic¨®mico.
LA GRAN MARCHA
E. L. DOCTOROW. TRADUCCI?N DE ISABEL FERRERY CARLOS MILLAROCA EDITORIAL. BARCELONA, 384 P?GINAS. 18 EUROS
La t¨¦cnica narrativa exhibida
por Doctorow resulta prodigiosa, y algunas p¨¢ginas de La gran marcha no pueden esconder la deuda contra¨ªda por Doctorow con el maestro sure?o: la imaginer¨ªa pl¨¢stica, el fraseo afor¨ªstico o sentencioso (al lector le parece que volver¨¢ a leer aqu¨ª aquella frase inapelable de El ruido y la furia: "La victoria es una ilusi¨®n de fil¨®sofos e imb¨¦ciles"), su hipn¨®tica prosa con prisa de di¨¢logos sin entrecomillar fundidos en la narraci¨®n, forjada por el modernism, y su virtuosismo en el showing (el narrador abre el tel¨®n de la frase y los personajes, que no estereotipos, act¨²an sobre el escenario del texto) resultan reveladores, tanto como el eco inequ¨ªvocamente faulkneriano del personaje del doctor Sartorious (que ya aparece en su novela El arca de agua) o su lectura ir¨®nica y nada ingenua del naufragio del Sur esclavista y de los estragos y enconos de la guerra civil, que le gui?a un ojo a la que Faulkner llev¨® a cabo desde Sartoris (1929).
La gran marcha avanza hacia la gloria literaria en una cuadr¨ªcula formada por la lucha entre hombres e ideas (simbolizada en el relato por medio del contrapunto, aprendido en la Trilog¨ªa USA de Dos Passos, y la polifon¨ªa), el hundimiento de un universo social (como el que relat¨® Joseph Roth en La marcha de Radetzky), las ambiguas lindes que separan civilizaci¨®n y barbarie y una deslumbrante e infinita capacidad de evocaci¨®n, tanto de la historia cuanto de la propia tradici¨®n literaria. En manos de Doctorow, la Historia es hija de la narrativa, como quiso Arist¨®teles y como agradecer¨¢n los muchos lectores que se merece La gran marcha, una de las mejores novelas de Doctorow, ese visionario, como ha dicho Updike, que busca poes¨ªa en el pasado, y la encuentra.
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