La realidad irreal
Pese a que el apellido da pistas falsas, el infrascrito tiene como m¨ªnimo un 75% de sangre andaluza: mi padre lo era por los cuatro costados, y aunque mi madre es manchega (y a mucha honra) su madre era sevillana. As¨ª que, aunque nacido y residente en Madrid, me siento tambi¨¦n racional y emocionalmente llamado a la parte en este debate sobre la realidad nacional de la tierra de mis mayores.
Pensaba -la verdad- cabrearme privadamente, porque ya tiene uno la n¨®mina de los adversarios suficientemente nutrida, pero el reciente art¨ªculo en este diario de Manuel Pimentel ("La no discriminaci¨®n, ¨¦sa es la cuesti¨®n"; 3 de mayo) me ha empujado a hacerlo de forma p¨²blica. No se trata de ninguna forma de animadversi¨®n hacia el simp¨¢tico ex ministro, sino m¨¢s bien agradecimiento: su art¨ªculo me ha abierto los ojos sobre la clave argumental en la que reposa este quiebro identitario.
Andaluc¨ªa inici¨® en 1980 la espinosa senda del art¨ªculo 151 de la Constituci¨®n que establec¨ªa un procedimiento endiablado para acceder a la autonom¨ªa al mismo nivel que el Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y Galicia que en tiempos de la II Rep¨²blica plebiscitaron sus respectivos estatutos. El Refer¨¦ndum de 1982 ratific¨® la iniciativa en todas las provincias salvo Almer¨ªa y esa victoria pol¨ªtica fue hegemonizada sagazmente por los socialistas que edificaron una fortaleza de poder de la que nadie -solo o en compa?¨ªa de otros- ha conseguido expulsarlos desde entonces.
No toca aqu¨ª evaluar los frutos de esa sostenida hegemon¨ªa. Quienes tienen la condici¨®n pol¨ªtica de andaluces gozan de esa oportunidad cada cuatro a?os y, hasta ahora, no podr¨ªa decirse que hayan puesto en cuesti¨®n a sus gobernantes.
Pero lo que es evidente es que Andaluc¨ªa en este casi cuarto de siglo de despliegue auton¨®mico no ha sido una realidad nacional, sino una parte esencial, un aporte b¨¢sico y un ingrediente de primera calidad de la realidad nacional espa?ola. As¨ª ha sido en estos ¨²ltimos a?os y tambi¨¦n a lo largo de m¨¢s de cinco siglos, desde que los Reyes Cat¨®licos construyen, desde Andaluc¨ªa, la Espa?a que con todas sus transformaciones hemos heredado.
Andaluc¨ªa es, para muchos visitantes extranjeros, especialmente para los viajeros rom¨¢nticos del siglo XIX, una especie de Espa?a hipertrofiada, un lugar donde virtudes y defectos se hacen m¨¢s visibles y la personalidad del conjunto se refleja de forma m¨¢s intensa. Andaluc¨ªa es la vibraci¨®n m¨¢s intensa de Espa?a, el troquel en el que se funde la imagen oriental que configura el estereotipo espa?ol en esa ¨¦poca. Andaluc¨ªa ha sido as¨ª una especie de Espa?a excesiva, protot¨ªpica, en la que la identidad nacional com¨²n se expresaba por rebose.
Y as¨ª lo sienten los andaluces. De forma masiva e inequ¨ªvoca. En el ¨²ltimo bar¨®metro auton¨®mico del CIS nada menos que el 85,8% de los andaluces consultados responden que Andaluc¨ªa es una regi¨®n, mientras que no llegan al 7% quienes creen que es una naci¨®n. En simetr¨ªa inversa, para el 74% de los andaluces Espa?a es -lisa y llanamente- su pa¨ªs. Esto es evidente en el habla popular: los andaluces se refieren a sus paisanos como a su "gente" y hablan de su "tierra", pero su "pa¨ªs" y su "naci¨®n" son, siempre, Espa?a. Pocas veces se puede ver con m¨¢s claridad la distancia entre el buen sentido de la gente y las construcciones artificiosas de sus ¨¦lites pol¨ªticas.
?A qu¨¦ viene por tanto esta torsi¨®n del brazo de la realidad? Pimentel nos da una versi¨®n cuya desconcertante franqueza me desarmar¨ªa, si no fuera porque me irrita en mayor medida: "Entre 'realidad nacional' s¨ª o no, no cabe duda de que a los andaluces les viene mejor tener tantos galones en la solapa como el que m¨¢s. Realidad nacional, s¨ª, sin duda alguna". Y a?ade en otro p¨¢rrafo: "Mejor todav¨ªa que 'realidad nacional' hubiese sido incorporar una f¨®rmula que aun nos acercara m¨¢s a la opci¨®n aprobada para los catalanes aunque fuese a simple t¨ªtulo denominativo, sin consecuencia jur¨ªdica alguna" (cursivas no originales).
Acab¨¢ramos. Es decir, que se trata de reconstruir la l¨®gica territorial del Estado desde el agravio comparativo. No ser menos que nadie. Aunque sea al precio de inventarse la realidad y aunque se reconozca palmariamente que esa invenci¨®n no tiene consecuencias.
Lo malo es que las tiene. Despu¨¦s de Andaluc¨ªa, si finalmente prospera su realidad nacional, seguir¨¢n otras tantas realidades irreales. Al precio de vaciar de contenido la realidad real, la de la Naci¨®n espa?ola. La naci¨®n de naciones (si no es como esa figura ret¨®rica llamada ponderativo o superlativo hebraico: "rey de reyes") no es jur¨ªdica ni pol¨ªticamente compatible con la Naci¨®n espa?ola "patria com¨²n e indivisible de todos los espa?oles". Porque si hay tantas naciones como Comunidades Aut¨®nomas, la Naci¨®n espa?ola deja de ser com¨²n; y, si se divide, deja de ser indivisible.
Por eso, como dec¨ªa el Guerra (Rafael, no Alfonso, aunque creo que en esto Alfonso estar¨ªa tambi¨¦n de acuerdo), "lo que no puede ser no puede ser y adem¨¢s es imposible". Y por mucho que lo diga el Estatuto, Andaluc¨ªa ser¨¢ tan realidad nacional para los andaluces como Madrid para los madrile?os. O sea, nada.
El problema es que las normas jur¨ªdicas, y m¨¢s aquellas que como los Estatutos suponen normas pol¨ªticas b¨¢sicas, no tienen una capacidad ilimitada de admitir en su seno realidades virtuales de este tipo, sin que la realidad que importa -es decir, la organizaci¨®n pol¨ªtica, la posibilidad efectiva de la igualdad, el espacio de ciudadan¨ªa com¨²n- se resienta. Por eso, aunque parezcan inocentes, las tonter¨ªas se pagan. A¨²n estamos a tiempo de evitar ¨¦sta.
Jos¨¦ Ignacio Wert es soci¨®logo y presidente de Inspire Consultores.
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