Un intelectual ejemplar
La ¨²ltima vez que vi a Homero fue en un caf¨¦ de la avenida 18 de julio, en Montevideo, en abril de 2004. Ten¨ªa ya 82 a?os y la misma velocidad intelectual que me deslumbr¨® cuando lo conoc¨ª, a fines de los a?os cincuenta.
Ca¨ªa la tarde y ¨¦l se dej¨® llevar por una inusual melancol¨ªa.
"Nos vemos pronto", le dije, incurriendo en un lugar com¨²n.
"Qui¨¦n sabe", me respondi¨®, con su acidez de siempre. Despu¨¦s, cit¨® a Borges: "Qui¨¦n nos dir¨¢ de qui¨¦n, en esta casa, / sin saberlo nos hemos despedido".
Me apart¨¦ de ¨¦l con el presentimiento de que nos est¨¢bamos despidiendo y, desde entonces, no he dejado de pensar en todo lo que le debo.
Cuando me dijeron que hab¨ªa muerto, el 12 de diciembre de 2005, quise escribir de inmediato algunas l¨ªneas que lo recordaran, pero una enfermedad de diagn¨®stico confuso me llev¨® de un hospital de Nueva Jersey a otro, en Boston. Las semanas fueron pasando. Desde entonces no he le¨ªdo nada que fuera digno de ¨¦l. Tampoco creo que las historias con que voy a evocarlo en esta p¨¢gina alcancen a hacerle justicia.
Homero Alsina Thevenet fue uno de los mayores intelectuales de Am¨¦rica Latina y el m¨¢s admirable de sus cr¨ªticos de cine. Los p¨¢rrafos que siguen tienden a demostrarlo.
A fines de la primavera, en 1958, escrib¨ªa yo rese?as cinematogr¨¢ficas en el diario La Naci¨®n, de Buenos Aires. Trabajaba mis textos con aplicaci¨®n, comparando mis juicios con los que encontraba en las revistas de moda, que por entonces eran Cahiers du Cin¨¦ma y Sight and Sound. Uno de mis colegas (creo que Rolando Fusti?ana, el fundador de la Cinemateca Argentina) me recomend¨® que m¨¢s bien leyera a Homero Alsina Thevenet en El Pa¨ªs, de Montevideo.
Los diarios uruguayos llegaban a las tres de la tarde a un quiosco del centro de Buenos Aires y se agotaban a las tres y media. Nunca olvidar¨¦ el estado de absoluto deslumbramiento con que me acerqu¨¦ al primero de los textos que Alsina firmaba, invariablemente, con sus iniciales, HAT.
Era una presentaci¨®n breve de Signora Senza Camelie, la pel¨ªcula que Michelangelo Antonioni hab¨ªa realizado en 1953 y que a¨²n no se conoc¨ªa en Buenos Aires. En cada l¨ªnea hab¨ªa un dato, una ubicaci¨®n de la obra en el contexto del nuevo cine italiano, y un an¨¢lisis minucioso de sus aportes visuales y dram¨¢ticos. Nunca hab¨ªa aprendido tanto de un art¨ªculo tan breve y pocas veces en la vida se me volvi¨® tan transparente el horizonte infinito de lo que ignoraba.
Desde entonces me convert¨ª en un adicto de El Pa¨ªs y de todo lo que apareciera firmado por HAT. Sal¨ªa a las 2.55 de las salas de estreno para comprar mi ejemplar del diario uruguayo antes de que se agotara. Estudiaba los art¨ªculos de Alsina con devoci¨®n de catec¨²meno. Dialogaba con ¨¦l, disent¨ªa, me peleaba con sus ideas como si se me fuera la vida.
Cuando lo conoc¨ª en el festival de Punta del Este, a fines del verano siguiente, me sent¨ª amedrentado por sus filosos comentarios verbales y por su erudici¨®n inagotable. Sab¨ªa tanto y hablaba de lo que sab¨ªa con tanta naturalidad, sin ostentaci¨®n, que el cine parec¨ªa moverse a su ritmo, y no a la inversa. Fue la primera vez (acaso la ¨²nica) en que conoc¨ª a un cr¨ªtico que se desplazaba por su disciplina con m¨¢s fluidez que los creadores.
Poco a poco nos fuimos haciendo amigos. En 1965, cuando yo dirig¨ªa el ¨¢rea cultural de la revista Primera Plana -que marcaba por aquellos a?os el paso de las modas y gustos latinoamericanos- me pareci¨® que la experiencia iba a resultar incompleta si Homero no tomaba a su cargo la cr¨ªtica de cine. Me cost¨® mucho convencerlo. No s¨¦ si ¨¦l fue feliz durante aquel final de d¨¦cada. S¨¦, en cambio, que Primera Plana era mejor cuando aparec¨ªa un ensayo con sus mitol¨®gicas iniciales.
Reencontr¨¦ a Homero en 1971, cuando otro semanario, Panorama, me hizo volver desde Europa para que dirigiera un equipo en el que ya estaba ¨¦l como jefe de redacci¨®n. De aquellos meses tumultuosos no recuerdo otra felicidad que la de verlo imponiendo la disciplina de la inteligencia y del rigor en una revista desorientada por una realidad que todos los d¨ªas se levantaba de otra manera.
Nada de lo que he escrito refleja, sin embargo, la ternura y solidaridad que flu¨ªan por debajo de la incansable iron¨ªa de Homero y de sus frases tajantes. Una errata lo sacaba de quicio; una palabra de m¨¢s le parec¨ªa un derroche.
Para describirlo mejor hay que recurrir, quiz¨¢, a una de las historias menos divulgadas de su vida. Hacia 1964, su amigo Emir Rodr¨ªguez Monegal -entonces profesor en Yale- public¨® en ingl¨¦s su famosa biograf¨ªa literaria de Borges y pens¨® que nadie podr¨ªa traducirla al castellano mejor que Homero. El lenguaje de la obra era llano y, a la velocidad de rayo con que trabajaba Alsina, la versi¨®n deb¨ªa estar lista en seis meses, a lo sumo diez. Tard¨® casi nueve a?os.
Muchas de las citas de Borges hab¨ªan sido tomadas de revistas arcaicas, traducidas al ingl¨¦s en fichas dispersas. Los originales se hab¨ªan perdido en el trasiego de los viajes, y Homero se neg¨® a retraducir a Borges del ingl¨¦s, algo que cualquier profesional menos escrupuloso hubiera hecho.
Recorri¨® bibliotecas, colecciones privadas y librer¨ªas de viejo hasta dar con cada uno de los textos, por liso y llano respeto al lector.
Despu¨¦s de su largo exilio en Espa?a, Alsina Thevenet cre¨® en Montevideo, con medios precarios, un suplemento cultural para el diario El Pa¨ªs que sigue siendo uno de los mejores de Am¨¦rica Latina.
?l ya no est¨¢ all¨ª, pero qui¨¦n podr¨ªa estar seguro de eso. Me han contado que nadie quiere sentarse en su silla, por las dudas. Tienen raz¨®n.
El d¨ªa menos pensado, Homero -que lo correg¨ªa todo- puede regresar a corregir su propia muerte, que fue inesperada y, por lo tanto, imperfecta.
Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez es escritor y periodista argentino, autor de La novela de Per¨®n, Santa Evita y El vuelo de la reina. ? 2006, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez. Distribuido por The New York Times Syndicate.
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