"Nos pagan nuestro trabajo con un cayuco"
Laye Ndoye, uno de los senegaleses llegados esta semana a Tenerife, relata c¨®mo y por qu¨¦ decidi¨® emprender la huida hacia Europa
Laye Ndoye (25 a?os), Lamine Cisse (30 a?os), Cristian Sagna (27 a?os), Jhiama Dieye (18 a?os)... Uno tras otro se fueron bajando de los cayucos en el puerto de Los Cristianos (Arona, sur de Tenerife). La lista se prolonga hasta 732, que son los inmigrantes procedentes de Senegal que llegaron a Canarias entre el jueves y el viernes pasado colapsando todas las posibilidades de alojamiento de las islas y todos los tr¨¢mites administrativos necesarios para su movimiento. Hasta ayer eran 3.453 los subsaharianos retenidos en el archipi¨¦lago.
EL PA?S ha tenido acceso a uno de sus testimonios tras su llegada. Esta es la historia de Laye Ndoye y de por qu¨¦ y c¨®mo hizo ese viaje: la traves¨ªa de su vida.
"Lo peor en la barca no es el hambre o la sed, sino estar siempre en la misma postura"
"Somos pescadores expertos y estamos acostumbrados a dormir en el cayuco"
"Hasta hace unos d¨ªas viv¨ªa en Yarakh, una poblaci¨®n pesquera de unos 150.000 habitantes cercana a la capital de Senegal, Dakar. All¨ª se vende y se compra el mejor pescado. El mercado de nuestra bah¨ªa es famoso en todo el pa¨ªs. Es un lugar con una importante actividad econ¨®mica que ha atra¨ªdo a gente de otras muchas regiones de Senegal", contaba y explicaba que su padre, Bou, tambi¨¦n se dedic¨® siempre a la pesca y su abuelo y sus hermanos... Todos, despu¨¦s de estudiar m¨¢s o menos (en su caso, tiene estudios intermedios) son o han sido pescadores o hijos de pescadores. Aunque Laye ya ha hecho de todo: mec¨¢nico, ayudante de carpintero, venta ambulante...
"Somos m¨¢s de una decena de familias y lo cierto es que, en mi pa¨ªs, mi apellido, Ndoye, se asocia con la pesca. De hecho, pertenecemos a una tribu llamada L¨¦bou, pescadores que emigraron a la pen¨ªnsula de Senegal hace 400 a?os. Pero la de ahora es otra historia".
La historia de Laye, una historia sin futuro y casi sin pasado. Una vida en la que esos dos tiempos se solapan casi continuamente con el presente. "Pese a tener una actividad pesquera importante, no hemos prosperado casi nada. Mi vida no ha cambiado pr¨¢cticamente. Desde que nac¨ª convivo con una familia numerosa en una vivienda humilde. Entre todos reunimos lo suficiente para no pasar hambre y tener lo justo y necesario para vivir, para seguir viviendo siempre igual: malviviendo al d¨ªa. Esto est¨¢ parado".
Porque el tiempo se detuvo hace tiempo para muchos en Senegal, para demasiados. Y los d¨ªas, las semanas, los meses y los a?os se parecen demasiado. Dicen sentirse encerrados, como en un mundo con relojes sin agujas, como enterrados en vida.
"Y un d¨ªa, harto de ver c¨®mo en otros sitios se vive de otra manera, con comodidades y con todo tipo de cosas que tambi¨¦n, de vez en cuando, pasean por aqu¨ª los turistas y los empresarios extranjeros, dices '?basta!, quiero salir".
Y entonces esa idea se convierte en una especie de obsesi¨®n furiosa: salir. Trabajan para salir. Piensan para salir. Descansan para salir. Hablan para salir. Se mueven para salir...
"Intentarlo con un visado es de risa. Nos piden que demostremos que tenemos 4.000 euros en una cuenta bancaria, aparte de otras muchas cosas. L¨®gicamente, si los tuviera, probablemente no necesitar¨ªa huir, y menos en una patera. Podr¨ªa montar un negocio y dejar de trabajar para mi patr¨®n. Ellos son los ¨²nicos que tienen cuenta bancaria all¨ª. A nosotros nos pagan en mano. No tenemos ni contrato de trabajo ni nada y adem¨¢s, casi siempre nos pagan con retraso y nos dejan a deber. Parad¨®jicamente, esa demora en los pagos es la principal raz¨®n por la que hemos llegado hasta Tenerife. Esa deuda es la causa de que todos lleguemos as¨ª aqu¨ª".
Porque el cayuco no es m¨¢s que el pago en especie de esa deuda que los patrones tienen con su tripulaci¨®n: "Lo que pasa es que nosotros trabajamos el cayuco de un patr¨®n. Somos una tripulaci¨®n de unas 20 o 30 personas. En temporada de desove del pescado salimos durante d¨ªas y llegamos a veces hasta la costa de Angola. Estamos acostumbrados a vivir en alta mar en el cayuco. Somos pescadores expertos. De hecho, los mauritanos vienen a contratarnos en las temporadas de pesca. Volvemos con las cajas llenas y nuestro patr¨®n se encarga despu¨¦s de la venta del pescado. Pero, casi siempre, tiene que venderlo fiado. O sea, que no cobra todo lo que vende y, en consecuencia, no nos paga lo que nos debe. Al final de la temporada tiene que liquidarnos y, como no suele tener dinero en met¨¢lico, ¨²ltimamente nos paga en especie: con el propio cayuco. ?l suele tener suficiente para construirse otro nuevo y nosotros, en lugar de repart¨ªrnoslo y deseosos de salir de all¨ª, invertimos esa deuda colectiva y nos juntamos todos para emprender la traves¨ªa de nuestra vida".
O de su muerte. En lo que va de a?o, las aguas atl¨¢nticas que separan la costa oeste africana de Canarias se han tragado a 1.500 subsaharianos, seg¨²n Cruz Roja.
La tripulaci¨®n se organiza y busca otros amigos y otros familiares para pagar los costes del viaje hasta que se juntan f¨¢cilmente el doble. ?sa es la raz¨®n de que ya no se detenga a patrones. No hay. Son todos. Y por eso tambi¨¦n se conocen entre s¨ª y se saludan en las comisar¨ªas espa?olas o al llegar a los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Son compa?eros o vecinos, cuando no primos o hermanos. Saben cuando sali¨® cada uno y si dio o no se?ales de vida tras su llegada.
"La mayor¨ªa llegan. Y muchos se quedan al cumplirse los 40 d¨ªas de plazo para repatriarnos. Y entonces llaman desde Madrid o Barcelona diciendo que est¨¢n bien, que viven en casas bonitas con equipo de m¨²sica, DVD, televisi¨®n, y que eso es lo m¨ªnimo que aqu¨ª se puede tener. Y entonces los sue?os de los que est¨¢n all¨ª se hacen enormes y la obsesi¨®n por salir se multiplica exponencialmente".
Cuentan que est¨¢n relativamente informados. Escuchan las noticias de la RFI (Radio France International). Ven las televisiones, leen los peri¨®dicos, se conectan a Internet... Saben que es dif¨ªcil, pero no imposible. Y adem¨¢s cierta rabia les empuja: "Sentimos que los que viven a este otro lado un d¨ªa exprimieron a nuestro pa¨ªs y luego nos abandonaron a nuestra suerte, que claramente ha sido mala".
Y se preparan para El Viaje, con may¨²sculas. Esperan la luna llena y la mar en calma. Compran la comida: carne, pescado. Por eso el otro d¨ªa apareci¨® una gallina viva en uno de los cayucos. Y llevan carb¨®n y una barbacoa para cocinar. Y bidones de agua y de gasolina, como cuando salen a pescar. Se despiden de sus mujeres y de sus hijos, porque casi todos est¨¢n casados, prometiendo llamar y enviar dinero pronto. Zarpan y esperan a ver el Teide. Un solo pensamiento ocupa su mente: Europa.
"Lo peor del viaje es la postura. Apenas nos movemos durante siete d¨ªas que, con suerte, dura la traves¨ªa m¨¢s all¨¢ de lo m¨ªnimo para hacer nuestras necesidades y, algunos, para leer el Cor¨¢n y rezar. Por eso damos tumbos cuando nos bajamos del barco. Nuestras piernas est¨¢n entumecidas". Ni hambre ni sed, ya no llegan deshidratados o con quemaduras como antes, ni con necesidades hospitalarias. Van bien provistos de v¨ªveres, aunque sin saber del todo lo que les espera si llegan a tierra.
"La llegada es desconcertante. Tanta gente, tantas miradas, tantas c¨¢maras... Algunos no sabemos ni ad¨®nde hemos llegado". Y en ese desconcierto colectivo, cada vez m¨¢s fotografiado por los turistas, les llevan a todos a los s¨®tanos de la comisar¨ªa y les dan ropas secas, zapatos, el zumo y las galletas. Entonces piensan en lo que tienen que decirle a la polic¨ªa y preguntan: "?Ser¨¢ mejor decir que venimos de un pa¨ªs que tenga guerra para que no nos manden de vuelta?". Y entonces sienten miedo: "?Nos devolver¨¢n antes de los 40 d¨ªas?". Porque saben, porque ya les llamaron sus amigos desde Barcelona y se lo contaron, que ese es el plazo m¨¢ximo que les pueden retener en los CIE y que, con suerte, se pasar¨¢. Y se podr¨¢n ir con un expediente de expulsi¨®n bajo el brazo que, aunque no es la mejor carta de recomendaci¨®n, "siempre es mejor una libertad vigilada que una vida de encierro".
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