Del escepticismo
ENTRE UNOS Y OTROS se est¨¢ dibujando una idea ut¨®pica de lo que es un proceso de paz. Para arropar el voluntarismo del Gobierno, circula la especie de que todo est¨¢ pactado y bien pactado. Desde la otra acera, el PP establece como criterio insuperable que nada se debe hacer hasta que se confirme que ETA ha decidido dejar las armas definitivamente. Lo cual equivale a imaginar el fin de la violencia como un paisaje id¨ªlico en el que los terroristas se quitan las capuchas y salen de sus madrigueras al grito de "apaga y v¨¢monos". El nacionalismo vasco, por su parte, celebra con fanfarrias el refer¨¦ndum montenegrino como si el PP tuviera raz¨®n y Espa?a hubiera dejado de existir, igual que Yugoslavia.
No, el fin de la violencia no es este romance entre buenos y malos que algunos nos quieren vender. Un proceso de este tipo, por muy atado que est¨¦, siempre quedar¨¢ al albur de acontecimientos inesperados y de celadas tendidas por todos aquellos que ven su negocio amenazado. En Espa?a, est¨¢ muy extendida la idea de que el presidente del Gobierno que consiga el fin de la violencia en Euskadi tiene garantizada una reelecci¨®n triunfal. La historia comparada m¨¢s bien se?ala que muchas veces el que ha tenido el coraje necesario para resolver una situaci¨®n extrema de este tipo ha acabado pag¨¢ndolo con la derrota electoral. Cualquier cese de la violencia tiene sus recovecos y sus oscuridades. Y el presidente que lo ha liderado se convierte a menudo en el chivo expiatorio ideal para que, hecha la paz, el pa¨ªs pueda practicar el juego del olvido para seguir sobreviviendo.
Estos d¨ªas estamos asistiendo a la disputa por el control del calendario. Todos quieren tener la iniciativa, pero las cosas s¨®lo pueden ir bien si el Gobierno no la pierde nunca. El mundo abertzale tiene prisa, sobre todo por una raz¨®n: salvar a Otegi de la c¨¢rcel. Debajo de los argumentos de los radicales casi siempre hay razones muy prosaicas. El PNV -a pesar de que Josu Jon Imaz lucha por imponer el sentido com¨²n- tiene el s¨ªndrome de la falta del protagonismo, y el lehendakari, siempre levitando un par de palmos sobre la realidad, saca a escena su repertorio tradicional de mesas y consultas. Zapatero salta a la arena para recordar que el calendario lo marca ¨¦l, y el PP se enfada y pone de manifiesto sus contradicciones internas. Rajoy, Acebes y Zaplana no son capaces de ponerse de acuerdo sobre algo tan simple como si apoyan o no las gestiones del presidente del Gobierno.
La primera cita p¨²blica del Gobierno con ETA, que el presidente se apresta a anunciar en unas semanas, puede ser muy decisiva. La experiencia dice que los etarras se ponen muy narcisistas a la hora de presentarse oficialmente ante las c¨¢maras: tienen a gala mostrarse tal como se gustan, es decir, con su cara m¨¢s doctrinaria e intransigente. No olvidemos que fue en el primer y ¨²nico contacto entre el Gobierno y los terroristas cuando se acab¨® la tregua anterior. Ciertamente, esta primera cita forma parte del proceso de verificaci¨®n. Puede ser incluso la prueba definitiva.
Las encuestas sit¨²an a la ciudadan¨ªa en la disposici¨®n espiritual m¨¢s adecuada: el escepticismo. Es la mejor garant¨ªa de que la sociedad est¨¢ preparada para la frustraci¨®n, probablemente m¨¢s incluso que para las concesiones. Al fin y al cabo, los intentos anteriores siempre acabaron mal.
Por eso, es incomprensible la actitud del Partido Popular, que desde el primer momento ha especulado con que el proceso fracasar¨ªa. Si no se dejara cegar por el resentimiento, el PP sabr¨ªa que incluso por estrictas razones partidistas le interesa que el proceso avance. En un pa¨ªs esc¨¦ptico, la frustraci¨®n ya est¨¢ amortizada. En cambio, el ¨¦xito podr¨ªa obligar a Zapatero a dar alg¨²n paso que la gente se lo haga pagar. Siempre he pensado que conseguir¨¢ el fin de la violencia el presidente que est¨¦ dispuesto a perder el cargo en el empe?o. Probablemente, asumir este riesgo sea la mejor manera de evitarlo.La obstinaci¨®n del PP ofrece en bandeja a Zapatero una gran oportunidad: buscar una mayor¨ªa absoluta en unas elecciones anticipadas. El presidente s¨®lo tiene que tirar de la coartada que el PP le da: "El proceso va a entrar en su fase decisiva; dado que la derecha vacila, pido a la ciudadan¨ªa el m¨¢ximo apoyo para afrontarla con toda la autoridad y legitimidad".
Un proceso de fin de la violencia no es ninguna fiesta. La satisfacci¨®n por haber conseguido el deseado paisaje sin guardaespaldas no quita que, casi siempre, el cuadro final tenga borrones (injusticias y olvidos).
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