Una mota de polvo en una catedral
Desde hace tiempo creo que los mapas y planos son testigos privilegiados de la historia. A trav¨¦s de ellos comprendemos buena parte de la vida actual. Los planos de Barcelona y Madrid, por ejemplo, nos explican en gran medida las diferencias psicol¨®gicas entre ambas ciudades. Si leemos con atenci¨®n el plano de Par¨ªs comprenderemos el desarrollo de la capital del siglo XIX y si lo hacemos con el de Nueva York tendremos las claves de la del siglo XX. Cuando observamos el c¨ªrculo de la Ringstrasse en Viena, en su momento la defensa del centro burgu¨¦s frente a los suburbios, entendemos mejor las palabras de Freud o Musil. La perfecci¨®n geom¨¦trica del plano de Tur¨ªn entra?a ese singular hermetismo que caracteriza a la ciudad. Y no hace falta citar el caso de Venecia porque est¨¢ en la mente de todos.
Tambi¨¦n los mapas son elocuentes y a menudo hablan. Con mayor precisi¨®n que los libros de historia. El de Europa es la consecuencia de una sedimentaci¨®n de siglos y el de Asia, de milenios. Es decir, invasiones, asentamientos, guerras, pactos, revoluciones, tratados. Fuerzas en tensi¨®n que dibujan lentamente fronteras que, pese a todo, despiertan suspicacias. En Am¨¦rica el dibujo ha sido m¨¢s r¨¢pido, un fondo mixto de la violenta conquista y de las sucesivas independencias. Sin embargo, no hay ning¨²n mapa m¨¢s elocuente que el de ?frica.
Si miramos el mapa de ?frica, lo adivinamos casi todo acerca de la actual miseria de este continente. Demasiado geom¨¦trico, demasiado exacto, trazado con tiral¨ªneas: un mapa maldito. No se dibuj¨® con la lentitud de los siglos o los milenios, sino en unos pocos a?os, la silueta que interesaba a las canciller¨ªas europeas; primero con la colonizaci¨®n del siglo XIX y luego con la descolonizaci¨®n de hace pocas d¨¦cadas. En su pulcritud, el mapa de ?frica est¨¢ lleno de sangre, una sangre que ya era inevitable en el momento mismo en que los codiciosos despachos del norte trazaban l¨ªmites en los que el beneficio econ¨®mico era infinitamente m¨¢s importante que las tradiciones y sentimientos de comunidades ancestrales.
Ryszard Kapuscinski, en ?bano, describi¨® con viveza la insondable tiniebla que se oculta bajo el pulcro mapa de ?frica. Recientemente, Bru Rovira ha publicado un libro, ?fricas (Barcelona, 2006) que ahonda en la misma oscuridad. Como en el texto de Kapuscinski, en el de Bru Rovira encontramos expuestas descarnadamente las causas de las guerras y los ¨¦xodos que asuelan el continente africano. Hay un argumento que se repite: la colonizaci¨®n fue brutal, pero mucho m¨¢s desesperanzador es lo que ocurre tras las independencias de estos Estados cuyo artificioso dibujo aseguraba la futura inestabilidad y, por consiguiente, la perpetuaci¨®n de la rapi?a.
Bru Rovira ha puesto un subt¨ªtulo a su libro: Cosas que pasan no tan lejos. Es una declaraci¨®n de principios porque aclara el objetivo de sus cr¨®nicas africanas. Tras leer las p¨¢ginas de ?fricas creo que su prop¨®sito es invertir el curso de la informaci¨®n que normalmente recibimos.
?C¨®mo es esa informaci¨®n? Podr¨ªamos llamarla la Gran Actualidad, un engranaje que alimentan poderosas agencias, redacciones atestadas de periodistas pasivos, mesas de tertulianos vociferantes, presentadores de televisi¨®n impasibles. Esa Gran Actualidad llega a los lectores o a los telespectadores como la Realidad; no como una u otra realidad, as¨ª en min¨²scula, sino como la may¨²scula Realidad.
?Y c¨®mo es esa indiscutible Realidad? Un bloque, una telara?a, un laberinto, todo menos lo que implique singularidad y diferenciaci¨®n. Por lo general, gracias a estos mecanismos de informaci¨®n, lo cercano se vuelve lejano. Los extremadamente cercanos ¨¦xodos africanos se convierten en machaconamente lejanos. De repente, por estas fechas, se aproximan en forma de amenaza, antes de volver a disolverse en la fantasmagor¨ªa del invierno. Nuestras potentes redes de informaci¨®n consiguen que la singularidad de la vida se disuelva en una abstracci¨®n espectral.
Con su libro, Bru Rovira lucha en direcci¨®n contraria y, quiz¨¢ por esto, reivindica a menudo el t¨ªtulo de reportero, palabra llena de significado en la historia del periodismo, pero que ya casi ha entrado en desuso ante las avalanchas de informaci¨®n uniforme distribuida por la burocracia period¨ªstica. Marchar en direcci¨®n contraria representa rasgar el velo de la fantasmagor¨ªa y adentrarse en esa cotidianidad de la existencia en la que deja de haber lugares comunes.
El reportero Bru Rovira se interna en las recientes guerras de Sud¨¢n, Somalia, Liberia y Ruanda con el ¨¢nimo de que el lector tambi¨¦n rasgue el velo del encantamiento informativo y vislumbre la sangre concreta -y el sufrimiento y la voluntad de supervivencia concretas- tras el espectro, refugio y justificaci¨®n de las conciencias, de "las ex¨®ticas guerras africanas, esas que los expertos occidentales denominan, con adecuado cinismo, 'guerras de baja intensidad".
No hay ingenuidad alguna en las reflexiones de ?fricas. Conocedor de la historia reciente del continente africano, lector de Conrad, Greene o Le Carr¨¦, Bru Rovira no se hace demasiadas ilusiones bienpensantes. Le interesa la condici¨®n particular, el instante en el que todo se altera por un nuevo acto de crueldad o por un gesto que salva. En este sentido, ?fricas es un texto que crece en tr¨¢gica intensidad cuando se acerca a los acontecimientos de Ruanda. El reportero se desespera en los vericuetos del desastre al comprobar lo que todav¨ªa hoy es as¨ª: la obra maestra de la hipocres¨ªa informativa, la Gran Actualidad ocultando el mayor genocidio de los ¨²ltimos tiempos.
Cosas que pasan no tan lejos. Me ha gustado encontrar en el libro de Bru Rovira una de mis citas favoritas de Saint-Exup¨¦ry. Est¨¢ en Piloto de guerra: "Si observas la vida a diez mil metros de altura ya no hay hombres. El rastro humano ha desaparecido. Todo est¨¢ ba?ado por el espacio y el piloto s¨®lo es 'un sabio glacial, una mota de polvo en una catedral'. Pero a medida que el avi¨®n pierde altura aparecen las casas, los animales, los ¨¢rboles, los hombres. Y llega un momento en que aquellos hombres tienen rostro, tienen una expresi¨®n particular y tienen un nombre".
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