El arte, ?qu¨¦ cosa tan abstracta!
Tal como est¨¢n por aqu¨ª las cosas, aprisionadas desde siempre entre la tristeza ante lo ido y el esperpento de lo que le sigue, tal vez lo mejor sea, a lo menos en un principio, irse directamente por las ramas. Una vez hecho eso -ahora mismo, ?total!-, aparece de lleno y a nuestro lado una mujer cabal, sin vuelta de hoja, p¨¢lida como nunca en este instante, que va enfundada en un vestido blanco y deshoja un clavel con las manos. A¨²n est¨¢ all¨ª. (Descolorido, el t¨®pico.) Es ella, claro est¨¢. La inimitable, salvo para una legi¨®n de transformistas. Y, sin forzoso menosprecio de otras cortes y aldeas, la mejor con ganas. Y es, al mismo tiempo, una mujer que ahora se asoma a un pozo vac¨ªo. Se incorpora con dificultad, deja el jard¨ªn para adentrarse en casa, bebe un vaso de leche, carraspea, avanza hacia lo azul de su alcoba. Tras larga y asfixiante despedida, le ha llegado la hora de su ¨²ltima gala. Y ah¨ª est¨¢. A solas con ella misma, con lo que de ella misma queda. Ah¨ª, frente a un espejo de marco plateado.
Cierra los ojos. Le da por acordarse de aquel atardecer ya tan lejano en que, tumbada sobre un sof¨¢ y en deshabill¨¦ rojo, le¨ªa Hojas de hierba, de Walt Whitman -ya ves, as¨ª es la vida-, regalo de Manuel Alejandro, el m¨¢s t¨®rrido de sus compositores. Abre los ojos con lentitud de actriz colmada. Y, no d¨¢ndose por vencida, le da por recitar-decir-cantar, igual que cuando hizo cuanto pudo por hacer del derroche lo natural, unos versos de Garcilaso -eso he dicho-, escritos, por supuesto, para ella sola, una mujer que, por encima de todo o, mejor, al lado de todo, fue a lo suyo, a cantar y a cantarlo as¨ª: "Aunque en el agua mueras, / canci¨®n, no has de quejarte; / que yo he mirado bien lo que te toca. / Menos vida tuvieras / si hubieras de igualarte / con otras que se me han muerto en la boca. / Qui¨¦n tiene culpa de esto, / all¨¢ lo entender¨¢s de m¨ª muy presto".
Imaginarse as¨ª a Roc¨ªo Jurado me ayuda a recordarla como cantante en todo su poder¨ªo: libre, obstinada, p¨ªcara, melanc¨®lica y con humor del bueno, ocurrente y afectuosa, afecta a desmesuras teatrales y a guardar los secretos. Al margen de su voz, de haber podido ¨¦sta tener en ella m¨¢rgenes, sobresal¨ªa en la Jurado un instinto felino para caer en la cuenta de lo escurridizo, para apasionarse en pensamiento, para darse el lujazo, en lo ¨ªntimo, de una inteligencia a prueba de oficio, tan a menudo ausente en un mundillo, espoleado por aut¨¦nticas sanguijuelas, donde, acabada la representaci¨®n estelar, se apagan, en efecto, todas las luces. (S¨ª, los reporteros tienen raz¨®n cuando se limitan a hacer esta pregunta: "?Y qu¨¦ destacar¨ªa en primer lugar de Roc¨ªo Jurado?". Ella pod¨ªa responder, valga de ejemplo, con alguna broma sobre sus destacados y descotados atributos; as¨ª me consta. A m¨ª, en cambio, me brinda la ocasi¨®n para decir la m¨¢s simple verdad: "Su inteligencia". Primero, pues, el don; y luego, los bolos, la bulla, lo que haga falta -para suplicio de la progres¨ªa e idolatr¨ªa de la feligres¨ªa-, ya que a eso doble, en definitiva, hemos venido aqu¨ª a jugar un ratito. Y, ya puestos, subrayo por si acaso que he querido decir "inteligencia" y no s¨®lo "listura").
As¨ª que ahora me acuerdo, por si vale tambi¨¦n de ejemplo, de una Roc¨ªo Jurado de visita por la primera feria madrile?a de Arco, donde reconoci¨® a Antonio Saura y a Luis Gordillo, que no me preguntaba por precios ni tendencias, sino que aqu¨ª o all¨¢ se deten¨ªa de repente para exclamar con entusiasmo y convicci¨®n: "?Qu¨¦ arte!". Del arte narrativo de Roc¨ªo, o de la prolongaci¨®n persuasiva a base de detalles palpables, fue at¨®nito testigo otro pintor, Jos¨¦ Mar¨ªa Sicilia, cuando nos la encontramos una noche a la salida de un hotel. Me abord¨® en lo cercano y comenz¨® a contar: "?Lo que son las cosas! Esta misma ma?ana, reci¨¦n salida de la ba?era, estaba yo sec¨¢ndome el hombro as¨ª, con la toalla, cuando me puse a pensar en ti: ?Pero qu¨¦ ser¨¢ de ¨¦l?". Ventura fue, asimismo, acompa?ar a la Jurado otro d¨ªa a visitar un Sal¨®n de los 16. Le pon¨ªa sus pegas a lo que contemplaba: "A este cuadro tan bonito de Marta C¨¢rdenas yo creo que le falta un poco de verde. Muy poquito, como a la sopa una hojita de hierbabuena". Ante unas figuras gir¨®vagas de Juan Mu?oz, conclu¨ªa: "Creo que es lo m¨¢s dif¨ªcil en esta vida: dar el mayor n¨²mero de vueltas posibles sin perder el equilibrio del todo". Vio en la obra de Carmen Calvo una tumba transparente, con huesitos blancuzcos en el fondo, y exclam¨®: "?Qu¨¦ gravedad!". Y as¨ª, a cada estaci¨®n. Con nueva forma de decir "?qu¨¦ arte!" cuando la guasa, que hasta aqu¨ª llegamos, le parec¨ªa de rigor. Pero el momento m¨¢s asombroso, verdadero balance de la experiencia habida y por haber, tuvo lugar en el jard¨ªn del museo, camino ya de la salida, cuando fue y se detuvo en seco, me agarr¨® del brazo, alz¨® la vista al cielo y entonces de su boca brot¨® el milagro de convertir una definici¨®n en un suspiro. Esto o¨ª: "El arte, ?qu¨¦ cosa tan abstracta!". Tal cual.
Retazos de sus muchas etapas: feliz y desdichada, humilde y atrevida, imprevisible y pertinente. Venga ahora un recuerdo a darle vida. Cuando la cantante y Jos¨¦ Ortega Cano andaban ya mir¨¢ndose a los ojos, ella me pregunt¨® que qu¨¦ pensaba de ¨¦l, no en tanto que torero, "que eso salta a la vista", sino como persona. A lo cual respond¨ª como en las novelas: "Nunca lo he tratado. Pero admiro que haya sido capaz de decir esta frase: 'Lo que en otros es cursi, es en m¨ª natural". Oigo las carcajadas complacidas de Roc¨ªo Jurado. Las carcajadas de una mujer de rompe y rasga, que, disfrazada de folcl¨®rica, tuvo el arte de hacer apasionadamente abstracta la naturalidad, mientras sus manos, que ¨¦sas s¨ª que val¨ªan m¨¢s que mil palabras, representaban como si nada el sofoco: "Virgen de Regla, ?qu¨¦ afortunada soy!".
Ah¨ª permanece. Y en lo m¨¢s suyo sigue; en cantar y cantarlo as¨ª: "Aunque en el agua mueras, / canci¨®n, no has de quejarte...".
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