El regidor
No evoluciona el g¨¦nero mitin. La oratoria ha sucumbido bajo el peso omn¨ªmodo de la televisi¨®n y ya s¨®lo nos queda un extra?o plat¨® al aire libre, al que acuden pocas personas, las justas que demanda un encuadre de c¨¢mara sin claros vergonzosos, y unos oradores que parecen arengar a las masas, cuando la verdad es que tan s¨®lo tratan de capturar share.
Escuela p¨²blica de Sant Ildefons, Cornell¨¤, 19.00 horas de ayer, viernes. El reparto no est¨¢ nada mal: el alcalde del lugar, Antonio Balm¨®n; una consejera de la Generalitat, la de Bienestar Social, Carme Figueras, y un ministro superstar, el de Industria, Jos¨¦ Montilla, venerado ex alcalde. A primera vista se dir¨ªa que ellos van a ser los l¨ªderes de la convocatoria. ?Ca! El verdadero l¨ªder es el regidor: un chico armado con un transmisor de radio y una bandera socialista, que se coloca dando significativamente la espalda al orador y la cara, no menos significativamente, al grupo de j¨®venes que llenan la grada de fondo, iluminada con focos hal¨®genos. Previamente el regidor ha repartido camisetas con un s¨ª muy rojo y vistoso que los comprimarios se han puesto por encima de las camisas y las blusas (la paridad es casi matem¨¢tica). El regidor tambi¨¦n se ha ocupado de que a nadie le falte la bandera del partido. No ha hecho falta ensayar: hoy todo el mundo sabe hacer televisi¨®n.
El primer aplauso del regidor, que prende como yesca entre los comprimarios y el p¨²blico, no llega ante una inflexi¨®n de la voz de Balm¨®n (al que, por cierto, se le aprecian menos modulaciones que a Montilla, lo cual tiene m¨¦rito), sino que se dir¨ªa mera consecuencia del minutaje. Cada cuatro o cinco minutos el regidor induce el aplauso y el orador, obediente, se detiene, sin tratar nunca de concluir la frase. Cuando vuelve a hacerse el silencio, el pol¨ªtico retoma la palabra aproximadamente donde la dej¨®. Adi¨®s, ret¨®rica, adi¨®s. Adem¨¢s del aplauso, el regidor da otras dos indicaciones precisas a la grada: el ondeo suave de banderas permaneciendo el personal sentado y la agitaci¨®n decidida de ense?as con el p¨²blico puesto en pie para los momentos de apoteosis. As¨ª ocurre cuando los oradores se ceden el turno de palabra y, naturalmente, al final del mitin.
?Hay vida fuera del gui¨®n? Bueno, en Cornell¨¤ la hubo. Vino de la mano de los obreros de la Braun, que corearon consignas contra el cierre de la empresa antes de los discursos. Una mujer incluso le grit¨® a Montilla si el Esatuto llevaba alg¨²n art¨ªculo para remediarlo... Pero acab¨® la protesta, comenz¨® el mitin y ya no hubo interrupciones. Todo el mundo sabe que en televisi¨®n los minutos van car¨ªsimos.
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