La socialdemocratizaci¨®n del PSOE

La democratizaci¨®n del PSOE se hizo de modo tard¨ªo, por la existencia misma del franquismo que impidi¨® una evoluci¨®n m¨¢s normal. Lo cuento aqu¨ª porque fue mi ¨²ltima actuaci¨®n pol¨ªtica y porque la versi¨®n oficial de lo que sucedi¨® no es muy exacta. Que el PSOE ten¨ªa que abandonar el marxismo era evidente, ya que, salvo ¨¦l, no hab¨ªa ning¨²n otro partido socialista en Occidente que no lo hubiera hecho. Lo pudo hacer de varias maneras, pero se efectu¨® de un modo traum¨¢tico, aunque al final el partido saliera fortalecido, pese a algunas deficiencias que se dejar¨ªan sentir a largo plazo.

Aun cuando desde sus or¨ªgenes, en sus principios y resoluciones, el PSOE se guiaba por el marxismo, nunca se hab¨ªa hecho referencia expresa a ese t¨¦rmino. Se hizo por primera vez en 1976, en el primer congreso que celebr¨® el PSOE en Espa?a desde la Guerra Civil y al que, parad¨®jicamente, asistieron dirigentes socialistas de primera fila de casi toda Europa, encabezando algunos de ellos 46 delegaciones de partidos afiliados a la IS. Con tanta parafernalia, nadie prest¨® atenci¨®n a la resoluci¨®n pol¨ªtica aprobada, la m¨¢s radical de toda la historia del PSOE. Durante dos largos a?os y hasta el siguiente congreso el PSOE se caracteriz¨® as¨ª por ser el partido m¨¢s a la izquierda de todos los que hab¨ªa en Europa. Felipe Gonz¨¢lez, para enderezar esa situaci¨®n, hizo las cosas mal. Engre¨ªdo como estaba, con todo el poder del partido en sus manos, en lugar de ir difundiendo entre sus fieles la idea de que la resoluci¨®n pol¨ªtica del siguiente congreso, que habr¨ªa de celebrarse estatutariamente en 1979, ten¨ªa que ser de otro tenor, ni corto ni perezoso, en una reuni¨®n con periodistas celebrada en 1978 en Barcelona, manifest¨® que hab¨ªa que arrumbar el marxismo al rinc¨®n de los trastos viejos. En realidad, sus palabras textuales fueron: "Pienso presentar en el pr¨®ximo congreso la propuesta de que se quite la palabra marxismo de la declaraci¨®n program¨¢tica del PSOE". Muy probablemente se vio influido en esa posici¨®n por Miguel Boyer, que entonces gozaba de gran predicamento con Felipe Gonz¨¢lez y no se recataba en manifestar que el marxismo era una ideolog¨ªa decimon¨®nica superada.

Los ocho primeros a?os de gobierno de Gonz¨¢lez fueron positivos: consolid¨® la democracia, supedit¨® el Ej¨¦rcito al poder civil, el papel de Espa?a en el mundo mejor¨®, contribuy¨® al avance de la mujer y se entr¨® en la Uni¨®n Europea

Entonces se hablaba mucho y sin fundamento de los abundantes dineros que llegaban al PSOE, cuando el ¨²nico partido que recib¨ªa una cuantiosa ayuda exterior era el PCE

Si hubi¨¦ramos ganado los cr¨ªticos en 1979, con la democracia por consolidar y buena parte de la opini¨®n en contra, es dif¨ªcil que los socialistas hubi¨¦ramos vencido en 1982

Es posible que ello fuera cierto, pero el PSOE no hab¨ªa superado esas ideas. Todav¨ªa quedaba en el partido socialista mucho rescoldo izquierdista de sus cien a?os de historia. Adem¨¢s, Gonz¨¢lez -al querer imponer su punto de vista frente a la decisi¨®n mayoritaria de un congreso- cometi¨® un segundo error de bulto, que casi le cost¨® su carrera pol¨ªtica y que ¨²nicamente en el ¨²ltimo minuto, gracias sobre todo a la incapacidad de quienes ¨¦ramos sus oponentes, pudo enderezar en su favor.

Una bomba en el partido

Las declaraciones de Gonz¨¢lez cayeron como una bomba en el partido, pues se segu¨ªa pensando que el primer secretario pertenec¨ªa al ala izquierda del socialismo y nada ni nadie hab¨ªan preparado a los militantes para recibir un choque de esa ¨ªndole. Adem¨¢s, el m¨¦todo elegido no parec¨ªa id¨®neo. Gonz¨¢lez ni siquiera hab¨ªa consultado a los dem¨¢s miembros de la Comisi¨®n Ejecutiva, con lo que a la cuesti¨®n de fondo se sumaban unos aspectos de forma harto discutibles.

Lleg¨® el congreso de mayo de 1979, fui elegido delegado de mi agrupaci¨®n madrile?a de Chamber¨ª -entonces todav¨ªa cada agrupaci¨®n local eleg¨ªa a sus representantes en los congresos-, particip¨¦ activamente en la comisi¨®n pol¨ªtica, consegu¨ª que se aprobasen en ella casi siempre mis puntos de vista y, al igual que en Suresnes en 1974, fui elegido ponente para presentar y defender en el pleno del congreso el proyecto de resoluci¨®n redactado por m¨ª a la vista de los debates en comisi¨®n.

Aquella resoluci¨®n era bastante menos radical que la aprobada por los felipistas en 1976, aunque se conservara la referencia al marxismo. Sin embargo, se produjo el drama, inesperado para todos los que all¨ª est¨¢bamos. Gonz¨¢lez se manifest¨® incompatible con esa resoluci¨®n, a cuya discusi¨®n no hab¨ªa asistido, por cierto. S¨®lo apareci¨® un momento en la comisi¨®n pol¨ªtica donde se aprob¨® el texto. Se sent¨® a mi lado y me dijo que en el congreso se estaban diciendo y haciendo disparates. Le manifest¨¦ mi opini¨®n contraria, se levant¨® y se fue. Fue la ¨²ltima vez que habl¨¦ con ¨¦l de pol¨ªtica.

En un ambiente crispado defend¨ª en el pleno la controvertida resoluci¨®n, y, todav¨ªa no s¨¦ muy bien por qu¨¦, obtuve en mi intervenci¨®n, muy breve, pues no lleg¨® a quince minutos, un gran ¨¦xito. Encend¨ª los ¨¢nimos de mis correligionarios con un discurso improvisado, que siento no recordar exactamente y que no s¨¦ si obrar¨¢ en los archivos del PSOE. Sin duda tuvo su parte de demagogia, al menos visto desde la perspectiva actual, pero no hab¨ªa enga?o de mi parte. Lo que dec¨ªa me sal¨ªa de dentro y, desde luego, toc¨® fibras sensibles de los all¨ª reunidos. La mayor parte de los delegados, adem¨¢s de aplaudirme a rabiar, acabaron en pie cantando la Internacional.

Gonz¨¢lez hab¨ªa dicho a los dem¨¢s miembros de la direcci¨®n -me lo cont¨® Luis G¨®mez Llorente- que ten¨ªa preparada una intervenci¨®n para acabar conmigo y con mi resoluci¨®n. Ante la respuesta que suscit¨® la defensa m¨ªa de la ponencia no hizo, sin embargo, uso de la palabra y la resoluci¨®n pol¨ªtica qued¨® aprobada por amplia mayor¨ªa.

Gonz¨¢lez, al parecer sin hablar de esa cuesti¨®n con los dem¨¢s dirigentes, declar¨® que no se presentar¨ªa al cargo de secretario general y pidi¨® que ninguno de los que le apoyaban figurara en lista alguna. Por cierto, en la resoluci¨®n sobre organizaci¨®n se hab¨ªa cambiado el nombre de primer secretario por el de secretario general, que gustaba m¨¢s a Gonz¨¢lez, a quien tampoco le agradar¨ªa despu¨¦s que en el extranjero le llamasen primer ministro, pues nunca se consider¨® un primus inter pares.

Desorientaci¨®n

Los cr¨ªticos, desorganizados como est¨¢bamos -el nombre me lo hab¨ªa inventado yo a falta de otro mejor y ha sido mi contribuci¨®n m¨¢s importante a la cosa p¨²blica, pues el t¨¦rmino hizo fortuna y qued¨® incorporado a la jerga pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs- y sin haber previsto nada semejante, no sab¨ªamos qu¨¦ hacer. Nuestro objetivo, antes de que comenzara el congreso, era conseguir como mucho una ejecutiva amplia y con el mayor n¨²mero de militantes de peso, encabezada, desde luego, por Gonz¨¢lez, pero en la que ni siquiera figuraba yo. Se acab¨® el plazo de presentaci¨®n de las candidaturas a la Comisi¨®n Ejecutiva, y Jos¨¦ Federico de Carvajal, presidente del congreso, inform¨® a los desolados delegados de que se hab¨ªa creado una situaci¨®n sin precedente y que no sab¨ªa muy bien qu¨¦ hacer.

Se sucedieron las intervenciones en el pleno, con opiniones mayoritarias de que el partido no pod¨ªa salir del congreso sin direcci¨®n. Nada se sacaba en limpio hasta que sin consultar a nadie ped¨ª la palabra, dije que est¨¢bamos en una contradicci¨®n flagrante, pues la mayor¨ªa de los delegados quer¨ªa dos cosas encontradas: mantener la resoluci¨®n pol¨ªtica aprobada y reelegir a Gonz¨¢lez como secretario general. Como este ¨²ltimo no hab¨ªa atendido las muchas peticiones de que modificara su postura, s¨®lo cab¨ªa una soluci¨®n: elegir una direcci¨®n compatible con la resoluci¨®n pol¨ªtica. Si el congreso as¨ª lo ped¨ªa -y solicit¨¦ a Carvajal una votaci¨®n- y se ampliaba en unas horas el plazo de presentaci¨®n de candidaturas, yo estaba dispuesto a presentar una lista.

Carvajal someti¨® mi propuesta a votaci¨®n y con gran sorpresa de todos, y desde luego m¨ªa, se aprob¨® por un 60% de votos favorables. Es decir, parec¨ªa que el congreso estaba dispuesto a apoyarme si me presentaba encabezando una comisi¨®n ejecutiva. Hab¨ªamos ganado y ten¨ªamos a nuestro alcance la posibilidad de dirigir el partido.

Pero las cosas, ?ay!, no eran ni mucho menos tan sencillas. Carvajal manifest¨® que se abr¨ªa un nuevo plazo de unas pocas horas para presentar candidaturas y levant¨® la sesi¨®n. Inmediatamente me reun¨ª, en el rellano de una escalera, pues ni siquiera cont¨¢bamos con un despacho, con G¨®mez Llorente y Tierno. Yo estaba dispuesto a presentar una candidatura, tal como hab¨ªa anunciado a los delegados. Dije, adem¨¢s, que como secretario general pod¨ªamos ir cualquiera de los tres. Hab¨ªa una raz¨®n de peso para que no lo fuera yo, a saber, que mientras G¨®mez Llorente y Tierno eran diputados, yo era senador y conven¨ªa que el m¨¢ximo dirigente del partido estuviera en la C¨¢mara baja para poder intervenir en los debates importantes.

Desde el primer momento ambos manifestaron sus dudas, que se fueron intensificando conforme pasaban las pocas horas de que dispon¨ªamos. Habl¨¦ con bastantes compa?eros, y si bien unos me animaban, en otros, como en el caso del catal¨¢n Revent¨®s, con el que ten¨ªa buenas relaciones, s¨®lo encontr¨¦ hostilidad.

Las razones de G¨®mez Llorente para que los cr¨ªticos nos abstuvi¨¦semos se basaban en que, aun si sal¨ªamos elegidos, no contar¨ªamos con apoyo suficiente para dirigir el partido. El grupo parlamentario, por ejemplo, estaba mayoritariamente en contra de nosotros. Esas razones eran de peso, claro est¨¢. Muestra del ambiente adverso que exist¨ªa contra nosotros fue el anuncio de los funcionarios del partido que trabajaban en la sede central de que se pondr¨ªan en huelga si nosotros sal¨ªamos elegidos. Aquello era a todas luces disparatado, y si a veces me arrepiento de que no prob¨¢ramos fortuna es, entre otras cosas, por no haber tenido la posibilidad de poner a todos aquellos apparatchiki en la calle.

Los motivos de Tierno para que no present¨¢semos una candidatura fueron m¨¢s variados, e iban desde la popularidad de Gonz¨¢lez hasta el cese de las ayudas financieras de los partidos hermanos, pasando por un recrudecimiento del terrorismo. Salvo la primera, las dem¨¢s razones no ten¨ªan ninguna base, puesto que la asistencia econ¨®mica que se recib¨ªa era escasa, aunque entonces se hablara mucho y sin fundamento de los abundantes dineros socialdem¨®cratas que llegaban al PSOE, cuando el ¨²nico partido que entonces segu¨ªa recibiendo una cuantiosa ayuda exterior era el comunista. Tampoco el hecho de que la direcci¨®n del PSOE pasara a ser desempe?ada por personas m¨¢s de izquierdas iba a incrementar el terrorismo de extrema derecha, que se mov¨ªa por par¨¢metros m¨¢s generales.

Tierno, un hombre singular

Pero Enrique Tierno fue siempre un personaje harto singular. Le gustaba sobremanera ser el principal protagonista all¨ª donde estuviera. En aquel pol¨¦mico congreso no lo era, y, por eso, aunque fuera inconscientemente, para cobrar mayor relieve adujo razones sorprendentes, que ya digo no parec¨ªan de peso y que a los dem¨¢s no se nos hab¨ªan ocurrido.

Ante tanta negativa, y pese a mi opini¨®n contraria, no presentamos ninguna candidatura y el 28 Congreso del PSOE se cerr¨®, por primera vez en su historia, sin la elecci¨®n de una comisi¨®n ejecutiva que dirigiera el partido y con la designaci¨®n de una comisi¨®n gestora para que se hiciera provisionalmente cargo de la direcci¨®n y convocara a los pocos meses un congreso extraordinario, que se celebr¨® en septiembre de ese mismo a?o de 1979.

All¨ª, el triunfo de Gonz¨¢lez fue sonado, pues los cr¨ªticos, a quienes esta vez nos encabezaba Luis G¨®mez Llorente -ya que yo estaba quemado-, sufrimos una derrota monumental, pues s¨®lo sacamos el 7% de los votos de los delegados frente al 85% que obtuvo la candidatura de Gonz¨¢lez. Derrota tan estrepitosa se explica por dos motivos. En primer lugar, los partidarios de Felipe Gonz¨¢lez, tras unos primeros momentos de desaliento, hab¨ªan reaccionado despu¨¦s de lo ocurrido en mayo de ese a?o, y, bajo la direcci¨®n de Alfonso Guerra, se hab¨ªan preparado muy bien, en una labor silenciosa y eficaz. Nosotros, en cambio, nos hab¨ªamos dedicado a hacer declaraciones a troche y moche, con un trabajo mucho menos intenso dentro del partido, que era el que decid¨ªa. Decid¨ªa, adem¨¢s, en circunstancias que se hab¨ªan modificado notablemente entre el congreso ordinario y el extraordinario.

En el primero de ellos, aunque la noticia fuera la negativa de Gonz¨¢lez a ser secretario general, casi tan importante fue la modificaci¨®n de los estatutos del partido. Hasta entonces, en todos los congresos, cada agrupaci¨®n local designaba a su delegado o delegados. En esa ¨¦poca, el n¨²mero de agrupaciones socialistas en todo el pa¨ªs no llegaba al medio millar, con lo que era factible tal sistema de representaci¨®n. Pero en el 28 Congreso, Alfonso Guerra, aduciendo que el n¨²mero de agrupaciones locales estaba creciendo, logr¨® que se aceptara que a partir de entonces las delegaciones a los congresos fuesen por federaci¨®n y no por agrupaci¨®n. En el congreso ordinario de mayo hab¨ªa un millar de delegados de cerca de cuatrocientas agrupaciones, cada una con derecho a voto, el cual val¨ªa tanto como el n¨²mero de militantes de esa agrupaci¨®n. As¨ª, en promedio, cada voto expresado en aquel congreso, habida cuenta de que el PSOE ten¨ªa entonces unos cien mil militantes, se computaba por 250. En cambio, tras las modificaciones de los estatutos, en el congreso extraordinario de septiembre s¨®lo hubo poco m¨¢s de 400 delegados, reunidos en 67 delegaciones, cada una de ellas con un peso de 1.500 militantes por t¨¦rmino medio. No obstante, en este ¨²ltimo aspecto se registraban grandes diferencias, pues la federaci¨®n andaluza, que encabezaba Alfonso Guerra y que era la m¨¢s numerosa, englobaba a casi treinta mil militantes. Por tanto, cuando Guerra levantaba su tarjeta de voto, decid¨ªa en un 30% el resultado de la votaci¨®n. Los socialistas andaluces con opiniones minoritarias no ten¨ªan posibilidad alguna de hacerlas valer.

La menor democratizaci¨®n del partido se tradujo en el resultado que finalmente arrojaron las singulares peripecias que registr¨® ese a?o de 1979 el socialismo espa?ol. Lo ocurrido fue el ¨²ltimo sobresalto de un partido que se encontraba encerrado en una contradicci¨®n grande. Por un lado, fiel a su historia y sus principios, quer¨ªa seguir siendo un partido de izquierdas, incluso pas¨¢ndose de la raya y manifestando su izquierdismo en tomas de posici¨®n que no se correspond¨ªan con los tiempos. Claro est¨¢ que esas resoluciones, como se hab¨ªa comprobado entre 1974 y 1979, no surt¨ªan efecto alguno en la pr¨¢ctica, pues el PSOE no era ni es el ¨²nico partido en el que una cosa es lo que se aprueba en los congresos y otra muy distinta es lo que luego se hace. Pero constitu¨ªan un desahogo apreciado por los militantes.

Juntamente con ese izquierdismo, hasta cierto punto de labios para fuera, hab¨ªa una gran admiraci¨®n y aprecio por quien hab¨ªa estado cinco a?os a la cabeza del partido. Los militantes quer¨ªan tener a Gonz¨¢lez como secretario general, no en la proporci¨®n del 90% que se manifest¨® en la votaci¨®n de septiembre, poco representativa por la concentraci¨®n del voto ya se?alada, pero s¨ª en una relaci¨®n de dos tercios o m¨¢s. Aquella contradicci¨®n se resolvi¨® como es sabido y como aqu¨ª queda contado. En principio no parec¨ªa mala soluci¨®n, ya que el PSOE se recompuso, recibi¨® muchos aplausos nacionales e internacionales, Gonz¨¢lez apareci¨® como un gran pol¨ªtico y estadista, y tres a?os despu¨¦s los socialistas obtuvieron una sonada victoria en las elecciones generales.

Sin embargo, no era oro todo lo que reluc¨ªa y los defectos inherentes a aquella evoluci¨®n acabaron haci¨¦ndose patentes al cabo de los a?os. Pero hay que decir, sin ambages, que los llamados cr¨ªticos tuvimos bastante culpa. La imagen que dimos fue de una excesiva radicalizaci¨®n, que ni se correspond¨ªa con la situaci¨®n econ¨®mica, social y geogr¨¢fica de Espa?a ni era lo que quer¨ªa la mayor parte del pa¨ªs. Tampoco puede decirse que fu¨¦ramos unos insensatos, pues ni Tierno ni G¨®mez Llorente ni yo mismo ¨¦ramos personas absurdas o ignorantes. Ni en la alcald¨ªa de Madrid, Tierno result¨® ser un peligroso extremista; ni, m¨¢s modestamente, lo fui yo como rector de la Universidad Complutense. Como vicepresidente del Congreso de los Diputados, G¨®mez Llorente fue todo un ejemplo de mesura y saber hacer. Pero es cierto que en 1979 no acertamos a ofrecer buena imagen, ni, llegada la hora de la verdad, atinamos a encontrar una salida viable que reforzara nuestra posici¨®n, aunque fuera como minor¨ªa. (...)

Balance positivo

Aunque entonces qued¨¦ frustrado, con el tiempo he llegado a pensar que, una vez hecho el equivocado planteamiento del asunto por Felipe Gonz¨¢lez, lo mejor que le pudo ocurrir al PSOE y al pa¨ªs fue su triunfo. Si hubi¨¦ramos ganado los cr¨ªticos, con la democracia todav¨ªa poco consolidada y buena parte de la opini¨®n p¨²blica en contra, es dif¨ªcil que los socialistas hubi¨¦ramos podido ganar las elecciones de octubre de 1982. Adem¨¢s, qui¨¦n sabe si no nos hubiesen achacado, por causa de nuestro izquierdismo, los atentados desestabilizadores de unos y otros. S¨®lo diez d¨ªas despu¨¦s de que acabara el pol¨¦mico congreso socialista de mayo de 1979, ETA asesin¨® al teniente general G¨®mez Hortiguela y a sus ayudantes. No estaba el pa¨ªs, ciertamente, para radicalismos, como demostrar¨ªa tres a?os despu¨¦s el fallido golpe militar del 23-F. S¨ª pienso que Felipe Gonz¨¢lez quiso mandar demasiado, cuando por eficacia y por democracia hubiera sido m¨¢s l¨®gico que encabezara una direcci¨®n en la que estuviesen representadas todas las corrientes y no s¨®lo la felipista. Pero eran tiempos dif¨ªciles, y Gonz¨¢lez, no s¨¦ muy bien si por perspicacia pol¨ªtica o por af¨¢n de poder, prefiri¨® jug¨¢rselo todo a una carta. Le sonri¨® la fortuna y acab¨® ganando.

Sus ocho primeros a?os de gobierno fueron positivos: consolid¨® la democracia, supedit¨® las fuerzas armadas al poder civil, entr¨® en la Uni¨®n Europea, mejor¨® el papel internacional de Espa?a, contribuy¨® a la emancipaci¨®n de la mujer, y logr¨® mejoras sociales y econ¨®micas, aunque ¨¦stas pudieron ser mayores. Tambi¨¦n es verdad que en los cinco a?os ¨²ltimos de su presidencia se dejaron sentir los defectos de un l¨ªder que no escuchaba y se rodeaba de incondicionales. Con otro proceder por su parte en 1979, esos defectos hubieran podido quiz¨¢ subsanarse.

Como conclusi¨®n, la perspectiva hist¨®rica permite afirmar que el PSOE y su l¨ªder indiscutido durante tantos a?os desempe?aron un papel positivo en la transici¨®n y el afianzamiento de la democracia. Defectos hubo, claro es -oportunismo, hiperliderazgo, corrupci¨®n, olvido de la memoria hist¨®rica, triunfalismo-, pero hoy pienso que el activo fue claramente superior al pasivo.