Niebla en el Canal
Denostar la Constituci¨®n Europea parece hoy lo pol¨ªticamente correcto. Pero dicha Constituci¨®n fue preparada por una Convenci¨®n integrada por m¨¢s de cien representantes de gobiernos y parlamentos nacionales de 25 pa¨ªses. Posteriormente fue negociada, acordada y firmada por los representantes de 25 gobiernos democr¨¢ticamente elegidos. A continuaci¨®n, fue sancionada por m¨¢s de dos tercios de los representantes electos de los ciudadanos en el Parlamento Europeo. Y a fecha de hoy, el texto ha sido ratificado por los parlamentos y ciudadanos de 15 Estados miembros, siendo muy probable que el n¨²mero de Estados que accedan a ratificar el texto en v¨ªa parlamentaria (acompa?ada o no de refer¨¦ndum popular) termine por elevarse a cuatro quintos.
Aqu¨ª est¨¢ la Europa del escepticismo y el 'no': populismo, ego¨ªsmo, chovinismo y cerraz¨®n
En t¨¦rminos hist¨®ricos, en l¨®gica democr¨¢tica y, desde luego, teniendo en cuenta el car¨¢cter necesariamente novedoso y experimental del proyecto de integraci¨®n supranacional europeo, resulta dif¨ªcil pensar en est¨¢ndares de legitimidad democr¨¢tica m¨¢s exigentes.
El texto constitucional no es perfecto, ni tampoco aspira a serlo. Un orden de libertad abierto como el que se aspira a construir en Europa s¨®lo puede basarse en compromisos entre visiones contrapuestas. Ninguna Constituci¨®n resuelve los problemas: s¨®lo aspira a fijar los valores de una colectividad, proporcionar unas reglas del juego justas, configurar unas instituciones y mecanismos eficaces y proporcionar unos principios generales con los que resolver los conflictos que surjan. Pero como todo conocimiento es contingente e incompleto y toda instituci¨®n por naturaleza imperfecta, los errores abundan. En el proceso constitucional europeo se han cometido muchos errores, es absurdo negarlo. ?stos deben ser examinados y las lecciones que se extraigan de ellos incorporadas. El doble no a la Constituci¨®n en Francia y en Holanda ha supuesto un golpe muy severo y debe obligar a la clase pol¨ªtica europea a realizar una reflexi¨®n profunda acerca de c¨®mo reconectar a los ciudadanos con el proceso de integraci¨®n.
Con todo, las virtudes del tratado constitucional se hacen particularmente evidentes cuando se observa que la mayor¨ªa de los remedios que se proponen estos d¨ªas (el presidente del Consejo, el ministro de Exteriores, el papel de los Parlamentos nacionales, las pol¨ªticas de inmigraci¨®n, la lucha contra el crimen, la integraci¨®n flexible...) est¨¢n ya incorporados en la Constituci¨®n Europea. Mientras, muchas de las tareas que se exigen a la Uni¨®n (como la creaci¨®n de empleo, la pol¨ªtica econ¨®mica o la pol¨ªtica social) no est¨¢n en la Constituci¨®n o lo est¨¢n de modo incompleto porque algunos gobiernos (el brit¨¢nico entre ellos) amenazaron con vetar el proyecto si se traspasaba lo que enf¨¢ticamente denominaron "l¨ªneas rojas".
Hasta tal punto influyeron los brit¨¢nicos en el Tratado que presum¨ªan en p¨²blico de que era un Tratado m¨¢s brit¨¢nico que franc¨¦s. Y, sin embargo, despu¨¦s de haber negociado y firmado el texto, hoy se niegan a ratificarlo con el argumento de que es gravemente da?ino para los ciudadanos. El propio Jack Straw, ministro de Exteriores de Blair, defendi¨® "un s¨ª claro" a la Constituci¨®n Europea con motivo de la presentaci¨®n a la C¨¢mara de los Comunes del proyecto de ley de ratificaci¨®n de dicha Constituci¨®n, el 26 de enero del a?o pasado. En concreto, argument¨® que "la Constituci¨®n Europea fija y limita los poderes de la UE haci¨¦ndola m¨¢s flexible a la vez que m¨¢s eficiente; otorga a los Gobiernos nacionales mayores posibilidades de influir; redise?a y agiliza la Comisi¨®n Europea; facilita un mayor control sobre el Parlamento Europeo por parte de los parlamentos nacionales y garantiza una mayor coherencia en las relaciones de la UE con el mundo". As¨ª de claro.
En su brillante discurso de Birmingham, en noviembre de 2001, Blair parafrase¨® la famosa frase de Churchill acerca de "la tragedia de Europa" para referirse a la "tragedia brit¨¢nica", que describi¨® como la incapacidad de entender que el inter¨¦s nacional brit¨¢nico consist¨ªa en apostar decisivamente por Europa. Entonces ironiz¨® con la posici¨®n hist¨®ricamente sostenida por los brit¨¢nicos respecto a la integraci¨®n europea: "Primero dijimos que no ocurrir¨ªa; luego que no funcionar¨ªa; por ¨²ltimo, que no la necesit¨¢bamos".
El Reino Unido no influy¨® en el dise?o de la Comunidad Econ¨®mica Europea, tampoco en el de la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria, pero s¨ª en la Constituci¨®n Europea. Ahora, el Reino Unido invierte su posici¨®n y vuelve a instalarse en la contradicci¨®n que siempre ha dominado su pol¨ªtica europea: intentar liderar Europa desde fuera, sin comprometerse a fondo, sin participar en sus pol¨ªticas m¨¢s importantes y sin aceptar otra regla que no sea la unanimidad.
Ciertamente, Europa carece ahora de rumbo. El proyecto europeo es v¨ªctima de la falta de liderazgo, el oportunismo m¨¢s rampl¨®n e incluso el cinismo m¨¢s descarado. ?se parece ser el verdadero signo de los tiempos europeos. Mientras Blair da la vuelta a todas las promesas que realizara de llevar al Reino Unido al coraz¨®n de Europa, Chirac y la derecha francesa se niegan a asumir responsabilidad alguna en el fracaso constitucional y la izquierda del no confirma lo que ya sab¨ªamos: que carece de alternativa viable alguna.
Los proponentes del no prometieron a los ciudadanos que traer¨ªan otra Europa: una Europa social, verde y solidaria. Por su parte, los brit¨¢nicos nos prometen hoy una mini-Europa plena de empleos y pol¨ªticas concretas. Pero delante de nosotros lo que tenemos es una Europa en la que crece el nacionalismo econ¨®mico, abunda la miop¨ªa pol¨ªtica, se extiende el populismo xen¨®fobo y se propone el rechazo a admitir nuevos miembros.
Como es natural, todo el mundo tiene derecho a expresar su opini¨®n y a promover sus ideas. Lo deseable es que ¨¦stas conduzcan a un texto mejor (aunque, en las actuales circunstancias, esto no parece nada probable). En cualquier caso, lo que s¨ª parece exigible es que las alternativas, mejoras o sustitutos que se planteen gocen, como m¨ªnimo, de la misma transparencia, niveles de apoyo y grados de legitimidad que los que ha recibido hasta ahora la Constituci¨®n Europea. Hoy por hoy no es el caso as¨ª que, mientras tanto, no se puede decir que la Constituci¨®n est¨¦ muerta.
Jos¨¦ Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la UNED.
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