Zarabanda
"...NO NECESITO / perseguirte a trav¨¦s / del jard¨ªn", escribe Louise Gl¨¹ck (Nueva York, 1943), en su poema 'El espino', incluido en el libro titulado en castellano El iris salvaje (Pre-Textos); "en cualquier parte / los humanos dejan / se?al de lo que sienten, flores / esparcidas en el polvo del camino, todas / blancas y doradas, algunas / levemente alzadas / por el viento de la tarde". No s¨¦ por qu¨¦, pero, al leerlo, record¨¦ la ¨²ltima pel¨ªcula de Ingmar Bergman, Saraband (2003), y necesit¨¦ volver a verla, como es preciso hacerlo con las obras de los viejos maestros, cuya ceremonia del adi¨®s exige siempre una segunda mirada.
En Saraband, Bergman, a¨²n no repuesto del duelo por el fallecimiento de su esposa Ingrid, a quien est¨¢ dedicado el filme, no sit¨²a en la tormenta sentimental que deja tras de s¨ª, al morir, Anna, la nuera de Johan, trasunto en la pel¨ªcula del director, y respectivamente, en la ficci¨®n, la mujer del odiado hijo de ¨¦ste, Henrik, y la madre de su adorada nieta Karin. Pero nos introducimos en el drama, como en el poema de Gl¨¹ck, gracias a la mirada nada perseguidora de Marianne, la que fue esposa de Johan hace 30 a?os y que est¨¢ de visita en el bello rinc¨®n alejado donde ¨¦ste espera la muerte. Enseguida Marianne se percata de la sangrante herida que ha dejado abierta la desaparecida Anna en este tr¨ªo desvalido de tres generaciones sucesivas, padre, hijo y nieta, que se refrotan incestuosamente entre s¨ª, impidiendo que cicatrice su fr¨¢gil piel vulnerada. La zarabanda es un movimiento musical tomado de una danza cortesana de los siglos XVII y XVIII de ritmo solemne y que forma parte de una sonata, como la que usa Bergman en la pel¨ªcula, sacada de las maravillosas que compuso Bach para chelo, el melanc¨®lico instrumento de cuerda con forma femenina en que son virtuosos Henrik y Karin y que les mantiene dolorosamente atados entre s¨ª. Sabemos que sus vidas penden de la duraci¨®n de este movimiento musical, cuya conclusi¨®n ha de desatar la tragedia de los que finalmente han de vivir y han de morir, como flores esparcidas en el polvo del camino.
La zarabanda de Bergman se articula en diez actos, que se desarrollan entre un pr¨®logo y un ep¨ªlogo, formados por el mont¨®n de fotograf¨ªas de los actores de este drama er¨®tico-familiar. Seg¨²n dijo Barthes, la fotograf¨ªa ten¨ªa que ver, sobre todo, con el teatro, un arte originalmente funerario, que, como tal, propicia el recuerdo, el agridulce reflujo cordial de los sentimientos vividos y, por tanto, capaces de provocar un colapso existencial.
"...No necesito / seguirte adonde est¨¢s ahora", concluye Gl¨¹ck en su poema, "hundido en la ponzo?a de este campo, para / saber la causa de tu huida, de tu humana / pasi¨®n, de tu rabia: ?por qu¨¦ otra cosa / dejar¨ªas caer todo aquello / que has acumulado?". As¨ª caen las notas de la zarabanda de Bach, las pasionales flores levemente alzadas por el viento del atardecer de Bergman, los versos de Gl¨¹ck: notas, flores y versos forman la hermosa corona de espinas de nuestra huida hacia delante, que deja s¨®lo tras de s¨ª un fugaz rastro art¨ªstico y, sin embargo, tan conmovedor.
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